
La pregunta que formuló un día Jesús de Nazaret a sus amigos es muy saludable: “¿Quién de vosotros por más que se preocupe puede alargar su vida una hora?” Basta estar vivo para dejar de estarlo. No descubro nada nuevo, pero hay gente que parece que no repara en esto.
Por tanto, siendo conscientes de nuestra vulnerabilidad, disfrutemos de la vida confiando plenamente en la Providencia Divina. Aprendiendo que, por más que nos empeñemos, no somos dueños de la vida, solo Dios. El lugar por excelencia donde podemos aprender esta lección de vulnerabilidad es en la oración: aprendamos a vivir la vida como don; sin tantos agobios ni estrés. Es un estilo de vida muy recomendable: colocas en su justa jerarquía las cosas. Además, ofrece la magnífica opción de contemplar la propia vida y su sentido desde una evidencia frecuentemente olvidada: la vulnerabilidad y su proyección profunda.