El 24 de febrero de 1901 nació Laura Aguirre Hilla en la calle Siete Revueltas, 4 (hoy Plaza de las Flores), en pleno corazón de Málaga. El 24 de febrero de 2023 se cumplieron 122 años de este acontecimiento.
El octubre de 2019, el Obispo de Málaga autorizó la apertura de la causa de beatificación de Laura Aguirre, conocida por todos como Señorita Laura, en su fase previa diocesana, con el nombramiento del Tribunal, la Comisión Histórica y el Postulador. Se abrió así un proceso complejo (y seguramente largo) que, como todo en la Iglesia, tiene un procedimiento canónico bien definido y formal. Si este proceso llega a su final, cuando Dios quiera, pienso que Laura Aguirre será un miembro muy especial del santoral católico.
En realidad, todos los santos son parecidos y, al mismo tiempo, todos tienen algún punto distintivo y particular. Cada uno parece distinto a todos los demás. Hay un sencillo párroco de pueblo como Juan María Vianney, o una mente olímpica como la de santo Tomás de Aquino; niños campesinos que no conocían más allá de su aldea (Jacinta y Francisco Marto) o el fundador de una institución con alcance mundial (san Josemaría). Cada uno tiene su carisma propio, cada uno desarrolla un aspecto de ese fenómeno, que parece inagotable, de la santidad.
Voy a señalar algunos rasgos que hacen especial la biografía y el carisma de Laura Aguirre.
Fue una persona limitada en el ámbito local de Álora, desde que se instala en este pueblo en 1950. No pretende llevar su obra más allá, con la excepción de una residencia que abre en un local de la parroquia de la Amargura de Málaga para las niñas que están trabajando o estudiando en la capital. Ella, que había recorrido mucho mundo antes de llegar a Álora, se centra aquí, sin otra ambición.
Jurídicamente, Laura funda la Pía Unión Misioneras de la Diócesis (aprobada por Herrera Oria el 2 de abril de 1960), que abre la Casa Providencia Parroquial Virgen de Flores. Es un hecho que esta institución no tiene continuidad. No hay nuevas incorporaciones. Lo repite en sus cartas y documentos: el trabajo es mucho y, aunque no faltan voluntarias que echen una mano, son necesarias vocaciones. Lo dice con más de 80 años, al final de su vida, como si fuera una joven fundadora que está comenzando su andadura. Sin embargo, cuando muere en 1986, sus colaboradoras son las mismas con las que empezó: Ángeles Medida (que está desde el primer día) y Socorro Sánchez (que se incorporó el 13 de junio de 1951). Socorro fue nombrada directora de la Pía Unión tras la muerte de Laura y, con ella (fallece en la residencia el 18 de marzo de 2012), se extingue la entidad.
Sin salir de su etapa de Álora, que es la que mejor conocemos, su vida estuvo marcada por una continua inestabilidad y provisionalidad. Continuos cambios de casa, todas ellas con condiciones muy precarias. Movilizan al pueblo para construir la residencia del Convento de Flores y sabemos lo que ocurrió: D. Ángel Herrera dedica el flamante edificio a la Escuela de Magisterio Rural. Provisionalmente ocupa la vieja escuela de la calle Benito Suárez y esta provisionalidad dura… 20 años. Por fin puede tener una casa propia, la residencia actual, pero su vida está lejos de estabilizarse. Emprende una nueva aventura: la de los ancianos. Escribe a una de sus niñas, anunciándole que va a comenzar con la residencia de ancianos, le dice “sabemos que los niños y los ancianos son incompatibles, pero confiemos en la Providencia”. Para comprender el temple de esta mujer hay que tener en cuenta un dato muy simple: tiene entonces 84 años. Años, además, de muchas tensiones espirituales y privaciones materiales. Ni en sus palabras ni en sus escritos asoman una queja. Siempre lo mismo: hay que rezar, hay que pedir al Señor.
Parece que todos sus proyectos le han salido torcidos. Su obra se extingue. Su residencia de niñas se convierte en una residencia de mayores; y, sin embargo, a pesar de esta apariencia, “mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos” (Isaías, 55: 8). Nosotros hacemos nuestras cuentas, nuestros proyectos; pero el Señor hace los suyos. Y en estos planes de la Providencia parece que estaba que Laura fundara (lo que he escrito más de una vez) una gran familia, porque para ella cada una de sus niñas no es una residente en el colegio durante un periodo de tiempo, sino una hija de la que sigue ocupándose después, en su matrimonio, hijos, casa, problemas económicos y familiares; incluso desavenencias matrimoniales. Todo eso provoca que sus alumnas sigan llamándose a sí mismas “niñas de Laura”, aunque algunas sobrepasen con creces la madurez. Y no solo entre sus niñas, sino entre mucha gente que la conoció y trató, hay una clara percepción de ese misterioso carisma que llamamos santidad.
Laura Aguirre es una fundadora muy especial y, por ello -y por todo esto que he dicho-, será algún día, si Dios y la Iglesia lo quieren, una santa muy especial.
Tomás Salas
Postulador Causa de Beatificación de la Sierva de Dios Laura Aguirre