
En uno de los expositores del pequeño museo catedralicio están expuestas las treinta y seis monedas de plata que presentan como distintivo el escudo con las azucenas que, desde siempre, ha sido el propio del Cabildo por aludir al misterio de la Encarnación del Señor y, por tanto, a la perpetua pureza de María.
Fueron labradas en 1816, seguramente supliendo otro juego anterior, por el prestigioso maestro José Peralta Verdugo (1743-1820), platero malagueño a quienes los canónigos pagaron catorce reales por la hechura cada una de las citadas piezas. Su uso era simbólico y, reservado para los llamados días de ofrenda. Con semejante signo manifestaban la antiquísima costumbre observada en la Iglesia para que los participantes de la Misa a celebrar en las festividades más sobresalientes, además de presentar los principalísimos dones del pan y el vino, hagan otros ofrecimientos como gesto de oblación y expresión de la participación en el sacrificio de Cristo actualizado en la celebración eucarística.
En todo caso, esta especie de paramonedas que antaño utilizaron los canónigos malagueños y que, llegado el momento, ordenadamente iban depositando en los casilleros de la correspondiente limosnera, constituía también un medio efectivo para controlar su asistencia a las celebraciones litúrgicas. Incluso, en algunas catedrales españolas, se sirvieron de monedas parecidas o plomos para remunerar a los presbíteros que tenían que cambiarlas por dinero efectivo al final de cada mes, algo que se practicaba cuando, por alguna circunstancia había necesidad de diferir los pagos hasta que se dispusiera de liquidez suficiente.