Ante un nuevo 1º de mayo, Día Internacional de los Trabajadores y las Trabajadoras, fiesta del movimiento obrero mundial, la HOAC y la JOC, movimientos de Acción Católica especializada en el mundo obrero, queremos ofrecer nuestra reflexión.
Recordamos en este día a tantos trabajadores y trabajadoras que sufrieron y continúan sufriendo a lo largo de la historia condiciones precarias e inseguras de trabajo, lo que les ha llevado a perder la salud e incluso la vida. Trabajadores explotados por la usura de los empresarios, o de grupos multinacionales o financieros, que especulan y no dudan, en poner como centro de la actividad económica el beneficio y el dinero.
Así la persona y sus familias, son mercancía que se compra a cambio de un salario cada día menor. También recordamos a quienes, siendo un ejemplo de resistencia y lucha, han permitido que el colectivo obrero y la sociedad en general, avanzáramos hacia un mundo de justicia, igualdad, paz y desarrollo y nos implicáramos en la construcción de un mundo más fraterno.
Denunciamos que el mundo obrero está sufriendo las consecuencias de una desigualdad cada vez mayor, entre países y dentro de cada país. El trabajo convertido en un factor más de la producción y al servicio del capital, está dejando de ser un elemento esencial para que las personas y las familias puedan vivir con dignidad. Un escenario nefasto para el desarrollo de la vida de tantas personas ¿Por qué no podemos vivir sin trabajo, y si trabajamos perdemos la vida? puede parecer exagerado… ¡pero no! Actualmente en España nos encontramos con una escalofriante tasa de desempleo del 26% (5.896.300 de personas), del 56% si hablamos de jóvenes. Quienes encuentran trabajo, casi en su totalidad, obtienen empleos precarios e inestables que también nos van quitando la vida, a veces incluso con salarios que no permiten salir de la pobreza.
Hay un ataque planificado y dirigido a redistribuir la riqueza desde la mayoría humilde obrera y trabajadora hacia un grupo dominante minoritario, aplicando la despiadada ideología neoliberal en un mundo con fronteras para las personas, pero no para el dinero.
El reciente Informe Foessa «Precariedad y cohesión social», presentado por Cáritas y cínicamente cuestionado por el gobierno, constata el empeoramiento de la situación laboral y social que se extiende a amplios sectores de la población.
En España la fractura social entre los más pobres y los más ricos se ha ensanchado un 45%. Cinco millones de personas se encuentran afectadas por situaciones de exclusión severa, un 82,6% más que en 2007, en su mayoría familias trabajadoras. Las diferencias son mucho más claras según la edad: los jóvenes menores de 29 años representan el 44% de las personas excluidas, y la exclusión social en la infancia se está convirtiendo en un problema de primer orden.
Es evidente el empobrecimiento acelerado del mundo obrero, que día a día encuentra más dificultades en el acceso a sus necesidades y derechos más básicos (alimentación, salud, vivienda, educación…) Esto contrasta con el creciente enriquecimiento de las élites económicas y financieras.
Ante la situación de insolidaridad estructural que se vive en todo el mundo respecto a los trabajadores, y más si cabe respecto a jóvenes que quieren y no pueden trabajar, observamos que las condiciones de vida que ofrece nuestra sociedad no son decentes porque humillan a grandes cantidades de personas abocándolas al desempleo o a trabajos precarios permanentes y mal remunerados que no garantizan una vida digna; a la pobreza que impide un mínimo proyecto de vida personal y familiar sostenible y duradero.
¿Tiene sentido seguir hablando de trabajo digno? ¿Cómo mirar desde una perspectiva cristiana la realidad del trabajo? ¿Puede ser hoy Buena Noticia nuestra manera de comprender el trabajo a la luz del Evangelio y de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI)?
Ofrecemos la reflexión de la DSI, que establece el trabajo como la clave de la cuestión social. El Papa Francisco se ha referido repetidamente a la importancia del trabajo para tener una vida digna: «Donde no hay trabajo, falta la dignidad. Y esto (…) es consecuencia de una elección mundial, de un sistema económico que lleva a esta tragedia; un sistema económico que tiene en el centro un ídolo, que se llama dinero.»
La persona debe ser y estar en el centro de la actividad económica, de la política, de las relaciones laborales, del trabajo. La forma en que se está organizando el trabajo y la sociedad nos deshumaniza, nos impide el desarrollo personal, familiar, social y nos condena, a vivir para trabajar, dispuestos a aceptar cualquier condición laboral. Se supedita al ser humano y a la familia a esta lógica.
Reconocemos que a pesar de esta situación, amigos, vecinos y familiares, voluntarios anónimos, movimientos y entidades sociales, organizaciones obreras, colectivos de Iglesia como Cáritas o Manos Unidas y otros muchos están ofreciendo experiencias de apoyo mutuo, de resistencia pacífica, de alegría en el compartir lo que no sobra. Experiencias que rechazan el individualismo, que mantienen viva la esperanza en que el tiempo dará la razón a los que ahora son olvidados por las estructuras.
Proponemos la Buena Noticia de Jesús de Nazaret, que sigue teniendo una extraordinaria fuerza profética y revolucionaria, pues la escala de valores que nos propone subvierte de raíz el orden establecido. El Evangelio anuncia que la vida humana no tiene otro sentido que dar vida, gastarse en la tarea de hacer posible que otros tengan vida. Por eso hoy debemos «convertir en actores a los que sólo son espectadores», como decía Guillermo Rovirosa, promotor de la HOAC, o recordar nuevamente que «un joven trabajador vale más que todo el oro del mundo» como afirmaba Cardjin, fundador de la JOC.
Nos sentimos llamados y llamadas a repensar la economía y la política desde el carácter humanizador que tiene el trabajo, y sabiendo que el empleo fijo y para toda la vida probablemente ya no volverá, mientras perdure este sistema capitalista. Hemos de trabajar por garantizar una renta básica para que todas las personas tengan los mínimos para vivir con dignidad, sin renunciar a la defensa de un trabajo digno. Debemos poner nuestra mirada en los que no pueden esperar, no podemos conformarnos con que nuestro modelo de vida se caracterice por la precariedad vital que la crisis ha generado.
Reivindicamos seguir luchando por la defensa y extensión de los derechos sociales y por la necesaria renovación y fortalecimiento del movimiento sindical. Es hora de seguir construyendo pequeñas alternativas en lo económico y en lo relacional, basadas en el incremento del compartir, a veces incluso lo que no sobra, a contracorriente y en contraposición de la cultura falsa e inhumana del «tener más para vivir mejor». Pequeñas, pero imprescindibles experiencias para imaginar e ir viviendo desde ya un futuro mejor posible frente al «único» pretendido por los que nos han traído hasta la situación actual. Es imprescindible que los cristianos y cristianas trabajemos activamente, junto a nuestros hermanos de trabajo, en la radical «defensa del pueblo deshumanizado, empobrecido y crucificado» en palabras de Ignacio Ellacuría.
Animamos a seguir construyendo esa nueva sociedad, de relaciones humanas, sociales, laborales, que sean camino de humanización, de fraternidad y vida de comunión.
Anunciamos que las tristezas y las angustias de los trabajadores y trabajadoras, sobre todo de quienes más sufren, son también las tristezas y angustias de quienes seguimos al Cristo obrero, al carpintero de Nazaret, que proclamó el Reino de Dios y su justicia. Continuamos celebrando la lucha obrera y mientras, tenemos el reto de seguir mostrando el amor al mundo obrero y la fuerza solidaria que tiene Jesucristo.
1 de mayo de 2014