En este comienzo de Cuaresma, el evangelio nos habla de las tentaciones. ¿Sigue teniendo sentido este discurso en la actualidad? Hablamos de ello con José María Rodríguez Olaizola (Oviedo, 1970), jesuita y sociólogo, quien afirma que «el principal reto es ser traductores del Evangelio» para demostrar que lo que nos dice Jesús sigue teniendo sentido.
«En los medios de comunicación, en la publicidad por ejemplo, se juega de manera frívola con la tentación. Se presenta como algo que apetece un poco, en lo que a lo mejor me dejo caer. Desde ese punto de vista, hablar de tentaciones puede resultar muy represor: la Iglesia aparece como aquella que quiere «matar la alegría de vivir» porque, como cantaban aquellos, «todo lo que me gusta es ilegal, es inmoral o engorda». Ésa es una visión tramposa, porque en realidad la tentación es algo que me promete el cielo, una vida estupenda, algo maravilloso, pero que a la hora de la verdad lo que enmascara es una prisión, una manera de perder la vida».
Comunicador
Este jesuita, que combina su labor pastoral en Valladolid con su pasión por la comunicación, ha visitado nuestra diócesis para impartir un ciclo de conferencias. Escritor y responsable de iniciativas de evangelizaciónen internet como Rezando Voy, dedica gran parte de sutiempo a presentar la respuesta del Evangelio a la realidad «atravesada» del hombre y la mujer de hoy. En este tema de las tentaciones, Olaizola afirma que ese disfraz bondadoso también aparece en las tentaciones de Jesús. «Para Él son también la promesa de algo muy bueno aparentemente, pero que con toda probabilidad le conduciría a perder la esencia del mensaje que quiere dar». Traducidas, las tres tentaciones son muy paradigmáticas: la tentación de los atajos, «haz magia, convierte a las piedras en pan», nos convierte en el fondo en gente expuesta a un Dios mágico que mata la responsabilidad de las personas a muchos niveles. La segunda, la tentación del espectáculo, «tírate del alero del templo, impón tu grandeza», intenta que Jesús abandone su manera de convencer, no con fuegos artificiales sino con una palabra de verdad. La última tentación, la tremenda, «adórame y te daré todo», invita a un poder que se convierte en dominio. El fondo es el mismo: «conviértete en alguien que sea incuestionable, imponte por pura evidencia». Eso anularía la libertad humana para aceptar o no aceptar, para sumarse al proyecto de Dios o no. Muchas personas poderosas a lo largo de la historia han acabado sepultados en el tiempo. A Jesús, que eligió otro camino, seguimos buscando el modo de seguirle».
Traductores
Para José Mª Rodríguez Olaizola no es obsoleto hablar del mal, aunque el reto es ser buenos traductores. «Muchas personas sienten que lo que se plantea desde la religión es un lenguaje muy de sacristía, de catecismo, que no habla de sus vidas sino de una lectura creyente que aceptas o no. Por eso creo que tenemos que tener la libertad, la flexibilidad y la fidelidad, los tres elementos a la vez, para recuperar el valor de ciertas palabras y mostrar que todo esto está hablando de la vida de las personas. Decir «mira, el mal existe. No un diablo con cuernos en un infierno de las calderas de Pedro Botero (esa iconografía no va a ningún sitio hoy en día, salvo para meter miedo a los niños). Pero sí el darnos cuenta de que a todos se nos pueden colar por dentro dinámicas que nos destruyen. Detectarlas y ayudar a pelear con ellas es parte de nuestro crecimiento como personas».
Ignacio de Loyola
La espiritualidad ignaciana nos facilita herramientas muy valiosas para «no dejarnos caer en la tentación». Para Olaizola, Ignacio de Loyola es visionario en su época, ya que «hace ya cinco siglos hablaba de interiorizar, de mirar los movimientos internos, de poner nombre a las cosas que sentimos, de revisar el día… Yo creo que el examen del día ignaciano es probablemente uno de los pilares de una mirada lúcida a la propia vida. Pararte y preguntarte: «¿Por qué hago las cosas? ¿Por qué caminos voy? ¿A qué me están conduciendo?» Hay que ser lúcidos porque la trampa está en autoengañarnos y enmascarar las intenciones de nuestros actos. La otra gran herramienta es ser muy conscientes de que no se puede tener todo en la vida. Buena parte de las trampas vienen de eso: «quiero vivir el Evangelio, pero también quiero vivir fenomenal, tener mis metas personales, tener amor, compromiso, justicia… y todo a la vez. Yo creo que una de las enseñanzas básicas es que no se puede tener todo, que hay que elegir. Evangelio es mirar al mundo, ver sus necesidades, la realidad concreta y atravesada de tantas personas y mostrar el rostro de un Padre que nos invita a construir una sociedad fraterna donde estemos todos. Cualquier cosa que nos haga olvidarnos de eso y enzarzarnos en otras historias tiene mucho de tentación».
Las imágenes del mal
Rodríguez Olaizola sj afirma que las imágenes del mal que han llegado hasta nosotros forman parte de otra época y responden a otra mentalidad y sensibilidad. Para mostrar el mal hoy, «tenemos que ser capaces de enlazar con lo que la gente reconoce, mirar las atrocidades que vemos todos los días en los medios y decirnos ¿qué dinámicas se nos cuelan dentro para que aquellos que nacemos humanos, que tenemos entrañas que nos invitan a mirar al prójimo, vivamos instalados en el odio, el rencor, la inhumanidad?»»
Preguntado por las tentaciones de la Iglesia, Olaizola responde: «una tentación que tenemos es pensar que sólo hay una manera de ser Iglesia, que es la mía. Sintonice con unas sensibilidades o con otras, como siempre ha habido muchas sensibilidades dentro de la Iglesia, y me parece bueno, creo que la gran tentación hacia dentro es pensar que solo los que piensan como yo, aciertan. Esta me parece terrible y entras en los blogs, en noticias, y ves una dureza de juicios, y una beligerancia que, yo honestamente, no considero evangélica. Otras pueden ser el riesgo de regodearnos en nosotros mismos, en pensar qué bien lo estamos haciendo… al final lo importante es mirar al mundo, ver sus necesidades, ver la realidad concreta y atravesada de tantas personas y no olvidarnos que Evangelio es trabajar ahí y mostrar el rostro de un Padre que nos invita a construir una sociedad fraterna donde estemos todos. Cualquier cosa que nos haga olvidarnos de eso y enzarzarnos en otras historias tiene mucho de tentación…»
Aunque el Papa se empeña en recordárnoslo, nos cuesta mucho creernos la misericordia infinita de Dios. En palabras de este jesuita, esto procede de «lo complicado que nos resulta mirarnos unos a otros con la misma misericordia, perdonarnos unos a otros, incluso entre gente de Iglesia. Nos juzgamos muy duramente, por eso nos cuesta mucho hablar de misericordia. Jesús nos muestra al Dios de la misericordia. Sentirlo, reconocerlo es un reto… la tensión o el equilibro es, por una parte, reconocer que uno es frágil, que tiene los pies de barro, que vas a caer una y mil veces en las trampas de la vida, y que eso no se convierta en pensar que es que no hay quien cambie esto. En realidad sí que cambiamos. No se trata de pensar que somos gente perfecta, sino en irse convirtiendo poquito a poco».
Ana María Medina