El centro de la Basílica de la Natividad de Belén es una pequeña gruta bajo el altar del presbiterio, en la que una estrella de plata y una leyenda señalan: “Aquí, de la Virgen María, nació Jesucristo”.
Quien llega hasta este gran templo, se sorprende de que la entrada sea una pequeña puerta de no más de metro y medio de altura, en una gruesa pared de piedra. Se le llama la Puerta de la Humildad. En realidad, la puerta original era una entrada ancha y alta pero que fue tapiada en tiempo de los cruzados con el objetivo de evitar que, en aquel tiempo de guerra y saqueos constantes, pudieran entrar a la Iglesia carros y caballerías. Venía a ser como un control de acceso.
Inclinarse para entrar
Podemos aprender, en este tiempo nuestro de sordas luchas y conflictos virtuales, del signo que es esta pequeña puerta para entrar en el Misterio de Belén. En una homilía de Navidad, Benedicto XVI reflexionaba: «Quien desea entrar en el lugar del nacimiento de Jesús, tiene que inclinarse… si queremos encontrar al Dios que ha aparecido como niño, hemos de apearnos del caballo de nuestra razón ilustrada, deponer nuestra soberbia intelectual, que nos impide percibir la proximidad de Dios». Martín Descalzo, sacerdote y periodista, que definía a Belén como «el comienzo de la gran locura», decía que «Dios es como el sol: agradable mientras estamos lo suficientemente lejos de él para aprovechar su calorcillo y huir de las quemaduras. Pero ¿quién soportaría la proximidad del sol? ¿Quién podría resistir a ese Dios que sale de sus casillas y se mete en la vida de los hombres…?».
La Navidad nos invita a salir de nuestra zona de confort para crecer y mejorar. Si atravesamos virtualmente la Puerta de la humildad, contemplaremos el Misterio de Dios hecho Niño y participaremos en esta «locura de Dios». Su fuerza divina, sin violencia, nos apeará de nuestras cabalgaduras: la idolatría de nuestro yo y las ansias de reconocimiento, y nos devolverá la sorpresa, el agradecimiento, la alegría y la ilusión de aprender como un niño, a pesar de los años vividos.
Si nos agachamos y entramos por la Puerta de la humildad en el Misterio de Belén, hasta jugaremos con el Niño Dios.