La llegada de la noche de San Juan ha sido todo un acontecimiento. Único. Párate a pensarlo. La mágica noche, vinculada al fuego y a la fiesta, también al mar, es cita importante que hunde sus raíces en la fiesta al dios sol. Está unida íntimamente, también, a la celebración del nacimiento de Juan Bautista. Bautista por aquello de que bautizaba en el río Jordán a quien deseara dar un giro para bien en su vida. Juan por aquello de que era el nombre propuesto a Zacarías, su padre, según la tradición bíblica, por el enviado de Dios, un ángel.
No estaría de más preguntarnos quién fue el Bautista y porqué está vinculado a esta noche. Quién era este predicador judío que bautizó a Jesús de Nazaret. De entrada, sabemos que fue pariente del Nazareno y un tipo que no tenía pelos en la lengua, de hecho, le costó la muerte; decía las verdades del barquero con un lenguaje apocalíptico del tipo «ya está tocando el hacha la base de los árboles». Y puso a cada uno en su sitio. De entrada, a Jesús de Nazaret, al que le dio el primer lugar. Predicaba la conversión.
Con la llegada de la noche de San Juan se ofrece un puñado de días para vivirlos desde lo que somos. Siguiendo, si nos atrevemos, el ejemplo del Bautista: disfrutando de una vida coherente sin abandonarse al desencanto.
La vida se abre, como escribió Miguel Hernández, a dentelladas fuertes y calientes. Desconoces a ciencia cierta lo que pasará; aunque, sí puedes intuir lo que puede ocurrir si eres fiel a tu conciencia. Por tanto, aprovecha la vida, que, aunque esta vida pida otra, es la que hemos empezado a vivir, con sus milenarios ritos, en la noche de Juan; de San Juan el Bautista.
Artículo publicado en la sección de OPINIÓN del DIARIO SUR