«La música tiene la llave para poder entrar sin pedir permiso»

Diócesis de Málaga
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La diócesis de Málaga es una sede episcopal dependiente de la archidiócesis de Granada, en España. Su sede es la Catedral de la Encarnación de Málaga.

La cantante, que ha acompañado a Joaquín Sabina durante trece años, hace sonar su voz el 21 de junio en Ars Málaga dentro del ciclo «Espacios íntimos».

-Su concierto en Ars Málaga contribuye al diálogo entre la fe y la cultura. ¿Qué ilusiones trae?

-Estoy muy ilusionada con actuar en el Palacio Episcopal. Me han dicho que es un lugar bellísimo y estoy segura de que el concierto también será maravilloso. El espacio influye e imagino que el público acude también con una devoción especial. Abrir este espacio a la música me parece fantástico. Estamos viviendo una época de mucho cambio en todos los sentidos: a nivel social, político, personal… y cada vez necesitamos más indagar acerca de quiénes somos, de dónde venimos, a dónde vamos y qué queremos hacer. Tenemos que estar más abiertos a compartir nuestro espacio con los demás, a respetarnos todos y a entendernos, porque somos muy parecidos. En vez de dejar que lo que pensamos nos aísle, lo que tenemos es que ser capaces de compartirlo desde el respeto y el entendimiento. Y la música es la llave para poder entrar sin pedir permiso, va directa a los sentidos, no pasa por la cabeza. Por eso creo que es una herramienta con mucho poder que puede unirnos mucho más que la palabra.

-En su música hay ecos de jazz, música brasileña e, incluso, se ha atrevido con folclore argentino. ¿Cómo llega todo esto a configurar a Olga Román?

-Cuando eres pequeña, las primeras músicas que oyes te impactan. Yo me acuerdo de la primera vez que escuché a los Beatles, a Ella Fitzgerald… son cosas que se quedan contigo para el resto de tu vida. Del jazz, lo que más me gusta es el espacio, el silencio, la posibilidad de que pasen cosas inesperadas, la libertad. La música brasileña me parece algo bellísimo por sus melodías, sus ritmos, las armonías… Siempre la he entendido a la perfección. Y el folclore sudamericano me llegó por mi padre, con quien cantaba, por ejemplo, la Misa Criolla. Luego me regalaron un disco de Mercedes Sosa, tendría 12 años, y recuerdo poner la aguja del tocadiscos y escuchar a esa mujer cantando «Samba para no morir» y casi morirme de la emoción.

-Dicen que las canciones más hermosas son las desamor ¿es cierto o se puede cantar también con éxito al amor con final feliz?

-Se puede, lo que pasa es que es más fácil escribir cuando estás hecho polvo, que mientras eres feliz lo que quieres es seguir viviendo esa felicidad. Cuando estás triste, tiendes a encerrarte más en ti mismo y a volcar esos sentimientos en un papel, en una canción… Pero se puede. Yo tengo alguna canción de amor feliz que así lo demuestra.

-Cómo se las arregla una cantante hoy para sobrevivir entre la fidelidad a la música y las exigencias de la industria tal como está?

-Apretándose el cinturón, poniéndose el machete entre los dientes y lanzándose a la carretera en otras condiciones, si antes íbamos con cuatro músicos, pues ahora vamos con uno o dos. Y los que nos dedicamos a la enseñanza, como yo, intentando aumentar el trabajo por ese campo. La clave es, como dice mi tercer disco, «seguir caminando».

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