Homilía de D. Antonio Dorado Soto. Obispo administrador apostólico de Málaga, durante la Eucaristía de despedida de la Diócesis. 1.- “La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo sean con vosotros” (1Co 1,3). Acudo a estas palabras de la segunda lectura, para expresar los sentimientos que me embargan. Durante las últimas semanas he visitado las diversas zonas de la diócesis para despedirme. Y hoy lo hago aquí, en la Santa Iglesia Catedral, que acoge en ocasiones a todas las comunidades diocesanas para alabar a Dios, bendecir su Nombre y darle gracias con la celebración de la Eucaristía. Por eso, lo que os digo a los que estáis presentes, se lo digo a todo el Pueblo de Dios que vive y celebra los misterios de la fe en la diócesis de Málaga.
Después haber estado a vuestro servicio, presidiéndoos en la caridad, más de dieciséis años, lo que os deseo con toda el alma es la gracia y la paz de parte de Dios; la gracia de saber que Dios sí existe y os ama. El tiempo de Adviento, que comienza hoy, nos llevará de la mano a celebrar la Navidad, donde descubriremos que esa gracia que el Padre nos tenía reservada es la encarnación de su Hijo Unigénito. Con su nacimiento, su muerte, su resurrección y el don del Espíritu Santo, Jesús nos va a mostrar cuál es la medida del amor que Dios nos tiene. En mis visitas a las diversas comunidades, en los encuentros personales o comunitarios con vosotros, en mis palabras en DIOCESIS y en mis homilías sólo he pretendido proclamar esta alegre noticia: Dios sí existe, Dios nos ama, Dios nos ha capacitado para amar y nos espera con los brazos abiertos más allá de la muerte. Pero ese amor que Dios ha puesto en nuestros corazones, mediante el Espíritu Santo que nos ha dado (cf Rm 5,5), es un amor indivisible que abarca de manera diversa a todos los hombres y al mundo que creó. Hemos sido creados para amar y, como dice San Juan, sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos (cf 1Jn 3, 14); de manera especial, amamos a los más pobres y a los más necesitados, y porque acudimos en su ayuda (cf Mt 25, 31ss), con un amor eficaz y lleno de afecto (1Co 13, 3).
Esta es la gracia y la paz que os deseo al despedirme hoy de vosotros: que Dios sea el centro de vuestra vida, de vuestros sentimientos y de vuestros proyectos; y que el amor a Dios se concrete en el amor al hombre herido por el pecado y redimido. Como dice también San Pablo, en la segunda lectura de la misa, “en mi Acción de Gracias, os tengo siempre presentes” (1Co 1,4), porque vosotros habéis compartido conmigo la fe, y me habéis enriquecido con vuestra oración, con vuestra participación en la misión evangelizadora, con vuestro testimonio y vuestra cercanía. Es mucho lo que he recibido de vosotros, que no en vano durante los breves años en que he estado aquí, han sido beatificados Madre Petra del Valle de Abdalajís, mi antecesor el Obispo Manuel González, el fundador de las Hermanas Mercedarios Juan Nepomuceno Zegrí, la Madre Carmen de Antequera y los mártires del siglo XX, entre los que deseo hacer mención del Rector de nuestro Seminario, Enrique Vidaurreta también antequerano, y de Juan Duarte, seminarista de Yunquera, ya diácono. Su ejemplo me ha estimulado siempre y he sentido muy viva su presencia en nuestra Iglesia. Por ellos y por vosotros, doy gracias a Dios en cada eucaristía que celebro. También pido perdón a Dios y a vosotros si os he causado algún sufrimiento innecesario o no he sido testigo del Evangelio que os he predicado.
Habéis venido de las parroquias, de las comunidades religiosas, de los grupos de espiritualidad, de los movimientos apostólicos, de las cofradías. El Adviento nos invita a todos a mirar hacia delante y a acoger a Dios, que viene a nuestro encuentro. Por eso nos ha dicho el versículo del aleluya:
2.- “Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación” (Sal 84, 8). Un signo de esa misericordia se nos hará visible el sábado día 13, en esta Iglesia Catedral, cuando sea presentado el nuevo Obispo que el Señor nos envía. Pues, con palabras del Concilio, “los Obispos, puestos por el Espíritu Santo, suceden a los Apóstoles como pastores de las almas. Junto con el Sumo Pontífice y bajo su autoridad, han sido enviados para perpetuar la obra de Cristo, Pastor eterno. Cristo, en efecto, dio a los Apóstoles y a sus sucesores el mandato y la potestad de enseñar a todas las gentes, santificar a todos los hombres y ser sus pastores” (ChD 2). Os ofendería si os invitara a acogerle con gratitud y afecto, pues es lo que habéis hecho siempre y lo que nos han enseñado nuestros padres en la fe.
Además de rezar por él, tenemos que colaborar todos a la vitalidad de la Iglesia diocesana manteniéndonos firmes en la fe. Vivimos tiempos difíciles, en los que son cuestionados el Evangelio, los valores cristianos y la misma existencia de Dios. Pero el Padre nos llamó a participar en la vida de su Hijo, Jesucristo. ¡Y Él es fiel!, como nos ha dicho también S. Pablo, cuyo Año Jubilar estamos celebrando (cf 1Co 1,9). Aunque sus palabras son de una profundidad y de una claridad impresionantes, deseo explicitar tres aspectos de este mantenerse firmes en la fe.
El primero, que vigilemos, como ha dicho el evangelio; que vivamos la fe de una manera consciente, poniendo el mayor empeño cada día en acrecentar nuestra vocación y nuestra elección (cf 2P 1,10). O como dice nuestro Proyecto Pastoral Diocesano, que propiciemos un conocimiento más actualizado del Credo; un amor a Dios y al hombre más ardiente y eficaz; y una celebración más viva de los misterios. Sin olvidar que la comunión eclesial es un elemento clave, especialmente en estos tiempos en los que el individualismo y el subjetivismo están de moda en la cultura ambiente.
El segundo, es que cuidéis la esperanza teologal, esa que brota del bautismo y se alimenta en la meditación de la Palabra y en la celebración de la Eucaristía. No se trata de esperar a que el Señor vuelva, pues camina con nosotros. Pero a un hombre que está encerrado en la inmanencia y se hunde en el nihilismo, hay que anunciarle que la vida tiene su fundamento, su sentido y su meta en Dios. Además, esa esperanza nos invita a mantener abiertos los caminos que se han acreditados fecundos para proclamar y vivir el Evangelio; y a abrir otros nuevos, estableciendo puntos de encuentro con la cultura hoy vigente. Sé que no es una tarea fácil. Por eso, el Papa Benedicto XVI nos ha invitado a meditar en la vida, la obra y las palabras de San Pablo, que afrontó dificultades mayores que las nuestras; y a dejar que el Espíritu guíe también nuestros pasos y sea el Aliento que nos impulsa por dentro.
Y el tercero, que sigáis mirando a Santa María de la Victoria. En su vida humana supo esperar cuando los demás habían perdido la esperanza. Cuando San José se sintió desconcertado y decidió abandonarla en secreto; cuando los familiares le insinuaban que Jesús había iniciado un mal camino; cuando la mayoría de los Apóstoles huyeron tras la muerte de Jesús. Ella nos enseña que Dios es fiel, por eso vamos a repetir tantas veces a lo largo del Adviento: ¡Ven Señor, Jesús! Por mi parte, me acojo bajo su amparo para terminar mi pontificado diciendo: Gracias, Señor; gracias, Madre; gracias, hermanos; gracias, amigos.
+ Antonio Dorado Soto
Obispo Administrador Apostólico de Málaga
Domingo, 30 de noviembre. Santa Iglesia Catedral Basílica de Málaga.