
Imposible no tener un recuerdo en este mes para los patronos de Málaga que, además de ser mártires, custodios de la ciudad y modelos a imitar, acaban de convertirse, gracias al talento literario de Ana Medina y Antonio Reina, en protagonistas de una apasionante novela: “El pez de barro”.
La Catedral, como no podía ser menos, cuenta con numerosas representaciones de Ciriaco y Paula, siendo las más antiguas, si no las primeras, las que forman parte de las alas pictóricas del retablo gótico de la capilla de Santa Bárbara. Hay que ponerse en situación para entender las peculiaridades que presentan estos retratos. Muy a principios del XVI, ni quien costea las pinturas, ni el artífice Francisco de Ledesma ni ningún clérigo tienen idea de cómo plasmar a unos santos que, hasta el momento de la conquista castellana, eran unos perfectos desconocidos, no existiendo referente alguno que aclarara su iconografía. Finalmente, suponemos que tras pensar mucho, decidieron que la solución la aportaría la etimología de sus nombres. De esta forma, el martirico aparece en la tabla con tonsura y túnica monacal ya que, Ciriaco, de origen griego, significa sirviente del Señor. Igual ocurre con ella, tocada con un velo blanco, atendiendo a que su nombre de raíz latina alude a lo pequeño y humilde, conceptos asociados a las vírgenes consagradas a Dios. Paula ni siquiera aparece atada a un árbol, afanada como está en una lectura piadosa… Faltaba mucho para que, tratadistas y artistas fueran fijando los atavíos y atributos martiriales que hacen reconocibles las figuras de los Santos Patronos.