La Fundación Diocesana de Enseñanza Santa María de la Victoria recibe la medalla de oro de la Diputación

Diócesis de Málaga
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La diócesis de Málaga es una sede episcopal dependiente de la archidiócesis de Granada, en España. Su sede es la Catedral de la Encarnación de Málaga.

El ente ha reconocido este año al secretario general de la institución Juan Márquez, a la Fundación Diocesana, a María Victoria Villarejo de los Campos y al exfutbolista Fernando Hierro.

Las Cuevas de Nerja han sido testigos del acto central de la novena edición del Día de la Provincia y el marco incomparable en el que la Diputación de Málaga ha entregado las medallas de oro al que fuera secretario general de la institución Juan Márquez, a la Fundación Diocesana de Enseñanza Santa María de la Victoria, a título póstumo a María Victoria Villarejo de los Campos –esposa de Juan Temboury- y al exfutbolista Fernando Hierro.

Al acto, conducido por el historiador Manuel Molina y abierto por unas palabras de bienvenida del alcalde de Nerja, José Alberto Armijo, han asistido el gerente de la Fundación Diocesana de Enseñanza Santa María de la Victoria, Francisco González Díaz, que ha hecho un recorrido histórico por la actuación de una institución académica que hoy cuenta con unos 7.000 alumnos y 500 trabajadores entre profesores, monitores y personal de servicio en la provincia y el vicepresidente de la misma, José Antonio Sánchez Herrera, que fue el encargado de recoger la medalla y de recordar la apuesta de la Fundación por «elevar el nivel cultural de los malagueños».

DISCURSO DE D. JOSÉ SÁNCHEZ HERRERA, VICEPRESIDENTE DE LA FUNDACIÓN DIOCESANA DE ENSEÑANZA «SANTA MARÍA DE LA VICTORIA»

RECONOCIMIENTO POR LA CONCESIÓN

DE LA MEDALLA DE ORO DE LA PROVINCIA DE MÁLAGA

A FAVOR DE LA FUNDACIÓN DIOCESANA DE ENSEÑANZA

SANTA MARÍA DE LA VICTORIA

Excmo. Sr. Presidente

Diputados

Excelentísimas e Ilustrísimas Autoridades

Medallas de Oro de la Provincia de Málaga

Patronato, Directores, Profesores, Alumnos

de la Fundación Diocesana de Enseñanza

Santa María de la Victoria

Señoras y señores

Queridos amigos

Con reconocimiento, pero también con humildad, recibo en nombre del Presidente de la Fundación y Obispo de Málaga, Mons. Jesús Catalá Ibáñez, y del propio Patronato, la Medalla de Oro de la Provincia de Málaga.

No es corriente que una Institución civil reconozca la labor, ciertamente meritoria, pues los hechos hablan por sí mismos, de una obra que, siendo eclesial, lo es absolutamente laical desde sus comienzos.

Precisamente, de aquellos orígenes, en 1911, durante el pontificado del Obispo antequerano D. Juan Muñoz Herrera, nos queda el testimonio de la Escuela Rural «Padre Arnaiz», en la Sierra de Gibralgalia, término municipal de Cártama, que continúa prestando un servicio educativo de primer orden en aquella apartada Barriada.

Muchos has sido, efectivamente, los avatares y los acontecimientos transcurridos en cien años de apuesta decidida por elevar el nivel cultural de los malagueños. Como múltiples han sido las dificultades de todo orden que hemos tenido que superar.

También, es verdad, hemos de dar las gracias a cuantas personas e Instituciones apostaron decididamente por ayudar a los Obispos, especialmente al Cardenal Herrera Oria, en la construcción de las Escuelas Rurales.

Incluso aún hoy, gracias a la sensibilidad de algunos Ayuntamientos, contamos con una inestimable colaboración, sin la cual sería imposible llevar a cabo el denodado esfuerzo por hacer, de la nuestra, una oferta de la máxima calidad educativa, para que nuestros alumnos, con esfuerzo y dedicación, reciban las herramientas necesarias que hagan de ellos, según sus capacidades, hombres y mujeres libres, capaces de construir un mundo más humano, fraterno y sostenible, con la alegría de saberse y sentirse cristianos, ciudadanos del mundo y constructores del Reino.

Es imposible glosar aquí la cantidad ingente de alumnos que han llenado las aulas de los centros de esta Institución, como las de Maestros y Maestras que las han servido, así como los Obispos, sacerdotes y colaboradores que han contribuido con su esfuerzo y dedicación a servir a esta benemérita obra educativa, pero si puedo decir que, a todos, y a cada uno de ellos, corresponde una porción de esta Medalla que, como fruto del generoso y unánime reconocimiento de todos los grupos políticos que constituyen nuestra Excma. Diputación Provincial, pondré hoy a las benditas plantas de Santa María de la Victoria, nuestra Patrona, para que sea Ella quien continúe bendiciendo y favoreciendo la labor de esta ejemplar Obra educativa.

Muchas gracias

DISCURSO DE D. FRANCISCO JOSÉ GONZÁLEZ DÍAZ, SECRETARIO TÉCNICO DE LA FUNDACIÓN DIOCESANA DE ENSEÑANZA «SANTA MARÍA DE LA VICTORIA»

MEDALLA DE ORO DE LA PROVINCIA DE MÁLAGA

A FAVOR DE LA FUNDACIÓN DIOCESANA DE ENSEÑANZA

SANTA MARÍA DE LA VICTORIA

Excmo. Sr. Presidente

Diputados

Excelentísimas e Ilustrísimas Autoridades

Medallas de Oro de la Provincia de Málaga

Patronato, Directores, Profesores, Alumnos

de la Fundación Diocesana de Enseñanza

Santa María de la Victoria

Señoras y señores

Queridos amigos

En el incomparable y privilegiado marco natural de las Cuevas de Nerja, en el Día de la Provincia, 26 de abril, festividad, por otra parte de San Isidoro de Sevilla, Obispo y Doctor de la Iglesia, la Excma. Diputación Provincial de Málaga nos convoca para celebrar este acontecimiento, resaltar los innumerables atractivos naturales, culturales, históricos, sociales, gastronómicos, humanos y religiosos, y reconocer el trabajo, la dedicación, el esfuerzo y el entusiasmo que por esta bendita tierra de Santa María de la Victoria han prestado, y continúan prestando, personas e Instituciones concretas.

En nuestro caso, nos referimos a la hoy FUNDACIÓN DIOCESANA DE ENSEÑANZA SANTA MARÍA DE LA VICTORIA, una Institución que hunde sus raíces en la Málaga de 1911, que en aquél entonces contaba con las mayores cifras de analfabetismo de España (75% por ciento en la Provincia y 66,6 % en la capital) y con un gran déficit educativo y cultural.

La coincidencia en el tiempo y en el espacio de dos Ministros malagueños de Instrucción Pública y Bellas Artes, Francisco Bergamín García y Rafael Andrade Navarrete; junto a la de Narciso Díaz de Escovar, al frente de la Delegación Regia de Primera Enseñanza (1910) y la del Obispo de Málaga, Juan Muñoz Herrera, propiciaron la creación de nuevas escuelas con las que se comenzó un lento y largo proceso de alfabetización.

A la iniciativa del Obispo antequerano, Muñoz Herrera, siguió la de su sucesor en la mitra malacitana, el Beato Manuel González García quien, de su estancia en Huelva, trajo la experiencia de las Escuelas del Sagrado Corazón, que él mismo había fundado en la ciudad colombina y en la que colaboró muy estrechamente Manuel Siurot.

Las tres décadas que siguieron, plagadas de conflictos bélicos, sociales, políticos y económicos, flanqueadas por dos guerras mundiales y la propia guerra civil española, evidencian la grave carencia educativa de la población y las nefastas consecuencias que ello conlleva.

De aquí que, a finales de 1929, Su Santidad Pío XI publicara su Encíclica «Divini Illius Magister», en la que afirma que «la educación imprime en las almas la primera, la más poderosa y la más duradera dirección de la vida, según la conocida sentencia del Sabio: Instruye al niño en su camino, que aun de viejo no se apartará de él (Prov 22,6).»

Y, con palabras que no han perdido actualidad, Pío XI, subrayaba «En realidad, nunca se ha hablado tanto de la educación como en los tiempos modernos; por esto se multiplican las teorías pedagógicas, se inventan, se proponen y discuten métodos y medios, no sólo para facilitar, sino además para crear una educación nueva de infalible eficacia, que capacite a la nuevas generaciones para lograr la ansiada felicidad en esta tierra» (Div Ill. Mag. 3, de 31.12.1929).

Pero no hay palabra que revele con tanta claridad la grandeza la belleza y la excelencia sobrenatural de la obra de la educación cristiana como la profunda expresión de amor con que Jesús, nuestro Señor, identificándose con los niños, declara: Quien recibe a uno de estos niños en mi nombre, a mí me recibe (Mc 9,36).

En 1937, el número de Escuelas Rurales era de 32. Y, de 48, en 1948. Mas, un exhaustivo estudio realizado a instancias del Obispo Ángel, Cardenal Herrera Oria, entre 1948 y 1954, en el que trabajaron Párrocos y Seminaristas, reveló que el 85 % de la orografía de la Provincia de Málaga era montañosa, con una población diseminada en núcleos aislados, de difícil acceso, con grandes carencias, razón por la que la preocupación del purpurado fuese la de «incorporar la población dispersa a la vida social, humana y cristiana, mediante la elevación de la cultura», haciendo de la Escuela un centro de vida común.

Así, en 1951, el 17 de mayo, se creó el Patronato Diocesano de Enseñanza Primaria, que fue aprobado por Orden Ministerial del 9 de julio siguiente, razón por la que en el presente Curso escolar, la Fundación beneficiaria de la Medalla de Oro de la Provincia, se encuentre celebrando el 60º Aniversario de una «Obra centenaria».

Al constatado éxito que siguió la implantación del Patronato Diocesano, el Prelado consiguió que, por Ley de 16 de Diciembre de 1954, se creara el Patronato Mixto de Educación Primaria, más conocido como Patronato de las Escuelas Rurales.

Se trataba de un plan quinquenal, en el que se levantaron 265 Escuelas Rurales y 5 Centros de Magisterio Rural para la formación de un Profesorado especial, siendo cincuenta y cuatro los Ayuntamientos beneficiarios de este plan, en tanto que veintinueve lo eran ya por las Escuelas del Patronato Diocesano. En total, 83 municipios, encuadrados en trece Arciprestazgos, más la hoy Ciudad autónoma de Melilla, conocieron la labor, heroica, de unos Maestros que, por vocación y por amor a la Iglesia, se entregaron a la noble tarea de ejercitar una de las obras de misericordia más excelsas: la de enseñar al que no sabe.

En condiciones más que precarias, sin agua, ni electricidad, por veredas y realengas o atravesando arroyos y torrenteras, Maestros y alumnos acudían a la Escuela en la que, por la mañana, en turno de 5 horas se atendía a la población infantil. Por la tarde, eran las propias madres las que acudían a talleres de costura, cocina, lectura, bailes regionales,… y, por la noche, correspondía a los adultos, que regresaban de las tareas agropecuarias, recibir la formación adecuada, tendente a la obtención del Certificado de Estudios Primarios o cuando menos, a aprender leer, escribir y conocer las cuatro reglas.

Además, las Escuelas Rurales fueron el dispensario, biblioteca, teleclub, sede de Asociaciones de Vecinos,… y, lo más importante, Capillas, en las que la asistencia religiosa a cortijadas y alquerías, vino a facilitar a sus vecinos el acercamiento a la vida espiritual, constituyéndose en muchos casos como la ermita o lugar de culto para la celebración de la Misa dominical o la recepción de los Sacramentos.

No fue fácil esta ardua tarea, aunque gratificante por la íntima satisfacción que produce saber que el trabajo dio su fruto y un fruto abundante.

La última obra educativa promovida por el Cardenal Herrera Oria fue el Centro de Bachillerato «Santa Rosa de Lima», en 1965.

La tercera Ley educativa de esta centuria, en la que habían estado vigentes la Ley Moyano, de 17 de julio de 1857 y la Ley de Educación Primaria de 17 de julio de 1945; fue la Ley General de Educación, de Villar Palasí, de 4 de agosto, supuso una auténtica revolución en el sistema educativo español, al tiempo que puso en peligro tan ingente obra educativa: Los estudios de Magisterio Rural no estaban homologados con Título Oficial de Maestro y, por tanto, las Maestras Rurales vieron peligrar sus puestos de trabajo.

Por otra parte, las Escuelas unitarias, tan solo en el caso de poblaciones muy dispersas, dejaron de tener sentido, puesto que la Ley apostaba por la creación de Centros de Enseñanza General Básica completos.

Más, como en toda obra de Iglesia, siempre se nota la mano del Señor. Y si el Cardenal Herrera Oria se valió de su Obispo auxiliar, Mons. Emilio Benavent, como su brazo ejecutor en tamaña obra educativa, el sucesor de éste en la mitra malacitana, Ángel, Cardenal Suquía Goicoechea, se valió de un joven Sacerdote, Doctor en Pedagogía, Francisco García Mota, para que resolviera esta situación.

Y, dicho y hecho, el dinamismo incansable de D. Francisco consiguió que todo aquél colectivo se preparase y, en unas reñidas oposiciones, consiguió revalidar su título de Maestro, con lo que no sólo salvaron sus puestos de trabajo, sino que garantizaron la continuidad de la obra educativa.

Por otra parte, de la mano de la Inspección educativa, consiguió unificar, por sectores, las unidades dispersas en sendos Colegios de Enseñanza General Básica, aun manteniendo la dispersión geográfica.

Con el paso del tiempo, llegó la Constitución de 1978.

Paralelamente, la Administración general del Estado se descentraliza por imperativo constitucional, instaurándose el estado de las Autonomías, la andaluza entre ellas, con competencias plenas en materia de Educación,

En los primeros años, justo es reconocerlo, la tenacidad y el empeño del ya Vicario Episcopal de Enseñanza, Mons. Francisco García Mota, fue sorteando los mil y un obstáculos que se fueron presentando y los Colegios superaron la prueba inicial, suscribiendo los pertinentes conciertos educativos. Más, la carga de trabajo que la nueva situación supuso para la Delegación Diocesana de Enseñanza fue muy considerable y el Vicario no tuvo más remedio que buscar ayuda, para afrontar todo lo novedoso que el marco legal y autonómico impusieron.

D. Ramón declinó pronunciarse acerca de separar la responsabilidad de los Colegios de las que ya tenía asumida la Delegación Diocesana de Enseñanza, aludiendo a que tenía pensado renunciar al gobierno de la Diócesis.

La Santa Sede, tras aceptar la renuncia de D. Ramón, encomendó el gobierno de la Diócesis al entonces Arzobispo coadjutor de Granada, Mons. Fernando Sebastián Aguilar, CMF, como Administrador Apostólico de la misma y con las competencias de un Obispo diocesano.

D. Fernando, que había sido Decano de la Facultad de Teología y Rector de la Universidad Pontificia de Salamanca, Obispo de León y Secretario General de la Conferencia Episcopal Española, goza de una fina sensibilidad, capacidad intelectual y agudeza visual dignas de consideración que le llevan a analizar críticamente los problemas, situaciones o circunstancias y a proponer, seguidamente, los medios, modos y soluciones más adecuadas, según los casos. En este sentido, quien suscribe fue llamado para explicarle la fórmula había estudiado para la viabilidad de los Colegios de la Diócesis: «una Fundación, D. Fernando. Que sea quien asuma la titularidad de los Colegios, liberando de esta responsabilidad a la Delegación Diocesana de Enseñanza,

Hoy, con la perspectiva de veinte años transcurridos, se puede observar con satisfacción cómo aquella propuesta no solamente era viable y necesaria, sino que constituye uno de los mejores ejemplos de lo que es capaz de conseguir una mentalidad emprendedora: 30 centros educativos y 504 Profesores, monitores y personal de Administración y Servicios atienden, en 284 unidades, a más de seis mil alumnos, entre ellos, los que son la joya de la Fundación, 309 alumnos con necesidades educativas especiales.

Esta realidad de la hoy Fundación, que pasó de prestar un servicio supletorio, allí donde no llegaba la acción educativa del Estado, a constituirse en un servicio complementario, dentro del sistema educativo actual, que se esfuerza día a día en ofertar a padres y alumnos una enseñanza de excelencia en calidad, implementando las nuevas tecnologías y la inmersión lingüística, para que sean centros bilingües, desde la Educación Infantil (0-3), hasta el Bachillerato, pasando por la Educación Primaria y Secundaria.

Centros que ha visto remozadas sus instalaciones a partir de la LOGSE, de 1995, y en algunos casos, como Estepona, Marbella, Alhaurín de la Torre, Moclinejo y Nerja se ha comenzado un plan de construcción de nuevos Centros que puedan dar respuesta a las acuciantes necesidades educativas de esta Provincia y a la demanda de los padres.

Por todo ello, y mucho más que nos reservamos, entendemos que el preciado galardón que por galantería de la Corporación Provincial se ha concedido a esta Institución está suficientemente justificado.

Muchísimas gracias

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