La Eucaristía prolonga la Encarnación del Señor

Homilía de Mons. Catalá en la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, en la Catedral de Málaga, el 22 junio 2014.

Lecturas: Dt 8,2-3.14-16; Sal 147,12-15.19-20; 1Co 10,16-17; Jn 6,51-59.

1. El Hijo de Dios, Jesucristo, se hizo hombre para habitar entre nosotros, como dice el apóstol Juan en su Prólogo (cf. Jn 1, 14); de ese modo permanecía como «Enmanuel», es decir, «Dios con nosotros» (Mt 1, 23), asumía la naturaleza humana y redimía al ser humano del pecado y de la muerte eterna.

La encarnación del Hijo de Dios es el fruto del amor del Padre a los hombres: «Dios ha amado tanto al mundo, que le ha entregado a su Hijo, para que el mundo se salve por medio de él» (Jn 3,16). La humanidad quedó sumida en la esclavitud del pecado cometido por los primeros padres; y con su Encarnación Jesucristo ha devuelto a la humanidad su libertad (cf. Rm 5, 12-21). El apóstol Pablo recuerda en su carta a los colosenses que Cristo es «imagen de Dios invisible» (Col 1, 15); el hombre perfecto, que ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado; que ha asumido la naturaleza humana, elevándola a dignidad sin igual.

2. Como nos recuerda el Concilio Vaticano II: «El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado» (Gaudium et spes, 22).

Por eso el misterio del hombre se esclarece en el misterio del Verbo encarnado, que manifiesta de manera plena al hombre lo que es el propio hombre y le descubre su vocación. Cristo, Redentor del mundo, ha penetrado de manera única e irrepetible en el misterio del hombre y ha entrado en su «corazón», que en el lenguaje bíblico significa que ha tocado lo profundo de la conciencia humana y el misterio interior del hombre (cf. Juan Pablo II, Redemptor hominis, 8). Cristo, al encarnarse, ha transformado las entretelas del corazón humano; ha convertido el corazón de los hombres hacia Dios; ha otorgado al ser humano la posibilidad de reencontrarse con el Amor, al que había traicionado; ha capacitado al hombre para abrirse a la Bondad, a la Verdad, a la Belleza y al Infinito; y lo ha hecho capaz de amar al hermano.

3. ¿Qué tiene que ver la Encarnación con el «Corpus», os habréis preguntado? Hoy celebramos la solemnidad litúrgica del «Corpus Christi», agradeciendo a Dios la presencia real y eucarística de Jesucristo en el sacramento del altar. La Eucaristía es la prolongación sacramental de la Encarnación. Existe una correlación entre el misterio de la Encarnación y el misterio Eucarístico, que perpetúa en el tiempo la presencia del Señor Jesús en medio de nosotros.

Aquello que llevó a cabo Jesús en su Encarnación, se prolonga en el misterio eucarístico sacramental; su cercanía al hombre la mantiene con la presencia eucarística; su amor al hombre sigue manifestándolo de ese modo. Los que no tuvimos la oportunidad de convivir con él durante su vida terrena y de tocarlo físicamente, tenemos el gozo de poder participar en el banquete eucarístico que nos ofrece.

Una vez ofrecido el sacrificio de su vida en la cruz y transformada su humanidad por el poder del Espíritu en la resurrección, Jesucristo cumple su promesa de permanecer entre nosotros todos los días hasta el fin del mundo (cf. Mt 28, 20). Se hace presente de muchos modos y en distintos grados, sobre todo en el sacrificio eucarístico, como enseña el Concilio Vaticano II y otros documentos magisteriales (cf. Sacrosanctum Concilium, 7; Pablo VI, Mysterium fidei; Congregación de Ritos, Eucharisticum Mysterium). La Eucaristía es la presencia más importante de Cristo en su Iglesia. Es la «fuente y cima de toda vida cristiana», donde los fieles cristianos se alimentan con el cuerpo de Cristo y manifiestan la unidad del pueblo de Dios (cf. Concilio Vaticano II, Lumen gentium, 11).

4. La solemnidad del «Corpus Christi» nos invita a entrar en el misterio de la Eucaristía, como sacramento del amor. Quien ha experimentado el amor de Dios está en condiciones de poder amar a sus hermanos. Desde este misterio de amor y de esperanza la Iglesia nos invita en este «Día de la Caridad» a todos los cristianos, y de manera especial a quienes trabajáis en la acción caritativa y social, a descubrir el sufrimiento y el clamor de nuestros hermanos más necesitados.

La Iglesia os invita en esta jornada a construir espacios de esperanza, como reza el lema de este año, a todos los que colaboráis en «Caritas» y en otras instituciones socio-caritativas, en las parroquias, en las cofradías, de modo especial en las llamadas «sacramentales», en los movimientos y en las asociaciones; a todos aquellos que trabajáis por el hermano, sobre todo por los más necesitados.

No podemos quedar inactivos ni indiferentes. Las palabras de Jesús: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía» (Lc, 19) son una invitación a hacernos don, alimento y esperanza para los pobres. Así nos lo recuerda el Papa Francisco: «Cada cristiano y cada comunidad están llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los pobres, de manera que puedan integrarse plenamente en la sociedad: esto supone que seamos dóciles y atentos para escuchar el clamor del pobre y socorrerlo» (Evangelii gaudium, 187). Si no agudizamos los oídos y no dirigimos bien nuestra mirada, podemos pasar olímpicamente de algún hermano nuestro que esté necesitado.

5. Como dicen los obispos españoles en su Mensaje de este año para el «Día de la Caridad», generemos espacios de esperanza en medio de una sociedad asfixiada por la crisis, por el desamor y por la indiferencia. ¿Cuándo creamos espacios de esperanza, según dicen los obispos?

– Cuando respondemos con gestos sencillos y cotidianos de solidaridad ante las necesidades de los hermanos.

– Cuando reconocemos la función social de la propiedad, el destino universal de los bienes y defendemos los derechos de los más pobres. (Hay que cambiar las estructuras y las leyes para favorecer la igualdad).

– Cuando creamos una nueva mentalidad, que nos lleva a pensar en términos de comunidad y a dar prioridad a la vida de todos. (Dar prioridad a la vida de «todo ser humano»: sea no nacido o esté impedido, en cama o inconsciente).

– Cuando contribuimos a una economía al servicio del ser humano.

– Cuando apostamos por los más débiles, promovemos el desarrollo integral de los pobres y cooperamos para resolver las causas estructurales de la pobreza (cf. Comisión episcopal de pastoral social, Mensaje con motivo de la festividad del Corpus Christi, Día de la Caridad (Madrid, 22.06.2014). No es suficiente dar pescado; es necesario enseñar a pescar.

6. Termino con unas palabras del papa Francisco, animándonos a la oración y a la adoración eucarística: «Sin momentos detenidos de adoración, de encuentro orante con la Palabra, de diálogo sincero con el Señor, las tareas fácilmente se vacían de sentido, nos debilitamos por el cansancio y las dificultades, y el fervor se apaga. La Iglesia necesita imperiosamente el pulmón de la oración, y me alegra enormemente que se multipliquen en todas las instituciones eclesiales los grupos de oración, de intercesión, de lectura orante de la Palabra, las adoraciones perpetuas de la Eucaristía. Al mismo tiempo, «se debe rechazar la tentación de una espiritualidad oculta e individualista, que poco tiene que ver con las exigencias de la caridad y con la lógica de la Encarnación»» (Francisco, Evangelii gaudium, 262).

Deseo animaros a la lectura orante de la Palabra de Dios, a la oración, a la «Lectio divina» y a la adoración eucarística. Felicito y animo al Cab
ildo-Catedral, para que haya momentos de adoración eucarística; el Santísimo Sacramento se encuentra siempre en el altar de la Encarnación. Sería bueno que nos acostumbráramos, al entrar en una iglesia o templo, ir a saludar a Jesucristo sacramentado. Os felicito por los momentos y actos de adoración eucarística que hacéis en las comunidades cristianas, en las cofradías, sobre todo las sacramentales, en el Seminario. Y os animo a proseguir y a promover estos actos.

Como gesto diocesano deseamos dedicar a la adoración eucarística la iglesia del Cristo de la Salud, que se encuentra en el corazón de la ciudad de Málaga, cuando esté restaurada. Deseamos que los fieles pueden entrar en cualquier momento en dicho templo para rezar y adorar el Santísimo Sacramento; Ése es nuestro deseo y la finalidad para la que está siendo restaurado dicho templo.

Esta tarde recorreremos las calles de la ciudad, acompañando al Santísimo Sacramento. Hagámoslo en espíritu de oración y de adoración. Demos testimonio público de nuestra fe en la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía.

Pidamos a la Santísima Virgen María que nos acompañe en la adoración eucarística y en la profesión de fe por las calles; y que interceda por nosotros para que seamos consecuentes con lo que significa participar en la Eucaristía, sacramento de amor, y amar a nuestros hermanos, sobre todo a los más necesitados.

Amén.

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