Encima de los magníficos púlpitos catedralicios labrados en mármol, se encuentran los tornavoces que es como se denomina a las monteras de madera tallada y sobredorada que, además de cumplir una función estética servían, antes de la invención de la megafonía, para que la voz de los predicadores repercutiera y se oyera mejor.
Destruidos los originales en el periodo de la Guerra Civil, los actuales fueron construidos a principios de los cuarenta por el tallista Miguel Sánchez Ruiz, siendo una perfecta réplica de aquellos otros. Repararemos ahora en las figuritas que rematan ambos conjuntos y que representan por igual a un Papa, remarcando así la autoridad de la Iglesia para exponer la doctrina. En este caso, la identificación la facilita no solo la presencia de la tiara que ostenta, sino las cruces papales que porta, caracterizadas por ser de tres travesaños. Lo curioso es que tal atributo no deja de ser una inventiva que tiene poco que ver con la tradición y los usos eclesiásticos, siendo solo un distintivo emblemático. Su origen se encuentra en que, teniendo los arzobispos una cruz de dos travesaños en sus escudos, se supuso que, siendo el Papa superior a ellos, debía de ostentar tres. Esta corriente llegó a propiciar que, en el pasado, algunos prelados usasen báculos de estas características contraviniendo al usarlos una infracción a las normativas litúrgicas.
En el caso de las cruces papales triples, algunas órdenes pontificias de caballería regalaron algunas de ellas a pontífices como Gregorio XVI o León XIII, pero las mismas nunca fueron usadas y se encuentran relegadas a los museos vaticanos.