La alegría de Navidad: Dios con nosotros

Diócesis de Málaga
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La diócesis de Málaga es una sede episcopal dependiente de la archidiócesis de Granada, en España. Su sede es la Catedral de la Encarnación de Málaga.

El delegado diocesano de Liturgia, Alejandro Pérez Verdugo, nos adentra en el sentido que la liturgia ofrece a cada una de las fiestas de la Navidad, desde las cuatro misas del día de la Natividad hasta el Bautismo del Señor.

 

La Navidad, el tiempo más breve del año litúrgico, presenta muchas fiestas litúrgicas en pocos días y tiene dos etapas:

Este año, la primera etapa transcurre hasta Epifanía y comienza con la celebración principal: la solemnidad del Nacimiento del Señor, que consta de cuatro misas, cuya progresión litúrgica va desvelando preciosamente el misterio: la Misa de la tarde anuncia que la espera de la humanidad, representada en la genealogía de Jesucristo, ha finalizado porque va a nacer el Mesías (Mt 1, 1-25); la Misa de la vigilia de Nochebuena nos anuncia que “hoy nos ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor” (Salmo) y nos narra el nacimiento de Cristo en Belén (Lc, 2, 1-14); la Misa de la aurora relata el encuentro de los pastores con María, José y el Niño y la alegría de aquéllos al comprobar “lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho” (Lc 2, 15-20); y en la Misa del día contemplamos el misterio de la Encarnación en el Prólogo del Evangelio según San Juan: “Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros” (Jn 1, 1-18). En estas cuatro misas se anuncia, se produce, se comprueba y se contempla el acontecimiento único de la encarnación: Dios-con-nosotros.

Navidad y pascua

Los tres primeros días de la octava celebramos las fiestas de tres testimonios que vinculan la Pascua de Navidad con la Pascua de Resurrección: el 26, celebramos otro nacimiento, el de S. Esteban a la vida eterna por el martirio; el 27, S. Juan nos comunica que en Cristo se nos ha manifestado la vida eterna (1Jn 1, 1-4) y que su final no será el sepulcro, sino volver al Padre en su resurrección (Jn 20, 2-8); y el 28, Jesús es salvado y salvador; los Inocentes son los primeros mártires que, sin saberlo, dan testimonio de Cristo.

El domingo dentro de la octava, la fiesta de la Sagrada Familia, que celebramos desde 1920, propone a Jesús, María y José como modelo para la familia cristiana y, en general, para la familia eclesial.

La octava concluye con la solemnidad de Santa María Madre de Dios. María está presente en Navidad como en ningún otro tiempo litúrgico; como dirá S. Pablo VI, “la Iglesia, al adorar al Salvador, venera a su gloriosa Madre”. Lo que proclamamos desde el año 431: que María es la Madre de Dios, lo cantaremos al comenzar el nuevo año 2019.

La segunda etapa comienza con la segunda gran solemnidad de la Navidad: la Epifanía. El centro lo ocupa el Niño en el pesebre y los sabios de Oriente adorándolo con sus tres significativos regalos (Mt 2, 1-12). La epifanía manifiesta la gloria divina de Cristo.

Al domingo siguiente, la Navidad culmina con la fiesta del Bautismo del Señor. Jesús, en el Jordán, es bautizado por Juan y consagrado por la unción del Espíritu como el Siervo del Señor; se manifiesta como el Mesías esperado por los pueblos (Is 42, 1-4.6-7) y como el Hijo amado de Dios, su predilecto (Lc 3, 15-16.21-22).

 

Álvaro Pérez Verdugo

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