Homilía de Mons. Jesús Catalá en la Eucaristía celebrada en la Catedral con motivo del Jubileo de las Comunidades Neocatecumenales y el 50 aniversario de su presencia en la diócesis de Málaga-
JUBILEO DE LAS COMUNIDADES NEO-CATECUMENALES
(Catedral-Málaga, 29 marzo 2025)
Lecturas: Jos 5, 9a.10-12; Sal 33, 2-7; 2 Co 5, 17-21; Lc 15, 1-3.11-32.
(Domingo Cuaresma IV-C – Laetare)
1.- Reconciliados con Dios por Jesucristo
En el marco del Jubileo 2025 y dando gracias a Dios por los Cincuenta años de presencia del Camino Neo-catecumenal en nuestra Diócesis, las comunidades neo-catecumenales venís al templo catedral a celebrar este hermoso acto de acción de gracias, de perdón y de misericordia que Dios nos ofrece.
Jesucristo, el Hijo de Dios, con su muerte y resurrección nos ha reconciliado con el Padre. Todos nosotros somos objeto del amor misericordioso de Dios, que nos ha amado en su Hijo Jesús, nos ha hecho criaturas nuevas, ha renovado el hombre viejo que hay en nosotros (cf. 2 Co 5, 17) y nos ha hecho partícipes de su vida divina.
En las catequesis y en las celebraciones del camino neo-catecumenal está muy presente, como bien sabéis, la conversión a Dios, el regreso a la Casa paterna, la renuncia al pecado, la reconciliación y el cambio de vida que el Señor opera en nosotros con su Espíritu Santo.
Una vez reconciliados con Dios, san Pablo nos anima a ser mensajeros de la reconciliación, porque «ha puesto en nosotros el mensaje de la reconciliación» (2 Co 5, 19). Proclamemos esta obra salvadora de Dios a nuestros contemporáneos, que viven de espaldas al amor misericordioso.
Damos gracias a Dios, porque durante cincuenta años las comunidades neo-catecumenales han ofrecido esta reconciliación a mucha gente; y os pido que sigáis anunciando el perdón que el Señor otorga a toda la humanidad. Y sigue habiendo muchas personas alejadas de Dios. Mientras haya alguien alejado de Dios no podemos quedarnos parados. Con nuestra oración, con nuestro ejemplo, con nuestra palabra hemos de invitarles a que regresen a la Casa paterna.
2.- El padre bueno y sus dos hijos
En el evangelio de Lucas hemos escuchado que, ante las murmuraciones de los fariseos y de los escribas, Jesús les propuso la parábola del padre bueno y sus dos hijos (cf. Lc 15, 11-12). No hay que hablar del “hijo pródigo”, sino del “Padre bueno”.
Esta narración es de gran belleza espiritual y nos invita a regresar a la Casa paterna, cuando nos hemos alejado y extraviado por caminos que llevan a una vida miserable. Las cosas mundanas nos atraen, pensando que en ellas encontramos la felicidad; pero es al contrario, porque nos esclavizan más aún.
Jesús conoce bien el corazón de su Padre y el corazón del hombre, porque es Dios y hombre verdadero. Nadie puede hablar de esa forma sobre el inmenso amor misericordioso de Dios; porque Dios tiene entrañas de misericordia y sabe enternecerse, compadecerse, conmoverse, perdonarnos y acercarse a nosotros; aunque nos contemple envueltos en nuestros pecados, debilidades y resistencias.
Según el papa Juan Pablo II, si el padre del hijo pródigo se muestra misericordioso es porque “es fiel a su paternidad, fiel al amor que desde siempre había sentido por su hijo” (Dives in misericordia, 6); porque Dios es siempre fiel a sí mismo y cumple siempre su Palabra.
El perdón del padre no fue motivado por la petición de su hijo, porque el padre ya lo esperaba antes de su regreso; sino por el gran amor que el padre le tenía y por su conversión regresando a casa. Dios nos perdona porque somos sus hijos amados y nos recupera con nuestra conversión y con su perdón.
3.- El perdón de Dios y el perdón humano
El perdón de Dios lleva al perdón humano. Dios concede siempre su perdón a quien se lo pide y se convierte de verdad. Pero el perdón de Dios va unido también al perdón que nosotros otorgamos a quienes nos han ofendido; como rezamos en la oración del “Padrenuestro”: «Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden» (Mt 6, 12).
Y al finalizar la oración dominical dice el Señor a sus discípulos: «Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, también os perdonará vuestro Padre celestial, pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas» (Mt 6, 14-15).
Si Dios perdona siempre, ¿puede quedar alguien sin perdón? Puede quedar sin el perdón de Dios quien lo rechaza y quien no reconoce las ofensas hechas directamente a Dios, o indirectamente al prójimo o a la propia persona. Aunque Dios lo ofrece, la persona lo rechaza. También se cierra al perdón de Dios quien usa de los medios para salir del pecado y evitarlo. Prestemos atención, porque podemos bloquear el perdón de Dios.
4.- Regreso a la casa paterna
En la parábola que hemos escuchado hoy, cuando el hijo menor hubo gastado su fortuna empezó a pasar hambre, pero no podía saciarla (cf. Lc 15, 14-16). Pensaba al principio que fuera de casa viviría con independencia, con autonomía, con libertad, y que encontraría la felicidad; pero encontró la miseria y la esclavitud de la mala vida.
El hijo mayor tampoco entendió a su padre. Porque cifraba su felicidad en hacer fiesta y comer un cabrito con sus amigos; pero en eso no estaba la felicidad verdadera. La fiesta y la felicidad consistía en “estar con su padre”, quien le dice: «Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo» (Lc 15, 31).
Ninguno de los dos hermanos entendió dónde estaba la felicidad, que consistía en estar en casa con su padre.
El hijo menor pensó en regresar a la casa de su padre donde había pan en abundancia (cf. Lc 15, 17). Lo que le mueve es el pan material; como al hermano mayor le mueve una comida material con sus amigos. Pero ninguno piensa en la presencia y el amor de su padre, donde reside realmente la felicidad. Eso podría pasarnos también a nosotros, si buscamos a Dios para que nos ofrezca pan material.
Es necesario ser conscientes de la miseria propia, de la dignidad perdida como seres humanos y de nuestra pequeñez; ser humildes implica ser veraces de la situación en la que nos encontramos. Hemos de reconocer y confesar nuestros pecados.
Al mismo tiempo es preciso valorar el amor paterno, para ponerse en camino, salir de mi situación y regresar al hogar; hemos de reconocer nuestro pecado para volver a la casa del Padre, contra quien hemos pecado (cf. Lc 15, 18.
5.- Gran fiesta por el regreso del hijo
Todo termina con una gran fiesta. Cuando el hijo se dirige al hogar paterno, ya lo estaba esperando su padre bueno para acogerlo con cariño (cf. Lc 15, 20), viniera como viniera. Aquí aparece el amor misericordioso del padre, antes de que el hijo le pida perdón.
El padre de la parábola manda preparar un gran banquete y hacer fiesta por el regreso del hijo perdido, que acaba de recuperar (cf. Lc 15, 22-23). El Padre del cielo hace gran fiesta cuando nosotros regresamos a él y volvemos a vivir como hijos suyos.
Hoy estamos haciendo una gran fiesta, dando gracias a Dios por los cincuenta años de la presencia del camino neo-catecumenal en nuestra diócesis.
También celebramos el Jubileo 2025 de la Redención que Jesucristo nos ha traído; y nos invita a volver a Dios, a convertirnos a él, para disfrutar de su perdón y de su amor.
Y nuestro Padre nos invita al banquete de las Bodas de su Hijo; es decir, a la Eucaristía, para que compartamos su vida, contemplemos su rostro y gocemos de su presencia que es lo que da la verdadera felicidad. Hemos de dejarnos amar por Dios; dejarnos perdonara. La Eucaristía es la fiesta de la reconciliación; la fiesta de Cristo con su Iglesia. En este encuentro escuchamos la Palabra de Dios y nos alimentamos de la Eucaristía.
Solamente hay dos domingos al año, en los que el que preside la Eucaristía lleva ornamentos de color rosa: el domingo “Gaudete” de Adviento y el domingo “Laetare” de Cuaresma, como hoy.
Siempre que celebramos la fiesta de la eucaristía, celebramos también el encuentro del amor misericordioso de Dios con sus hijos que, arrepentidos, queremos volver al Padre y estar con él, como dijo Pedro en la transfiguración: «Señor, ¡qué bueno es que estemos aquí» (Mt 17, 4). Hagamos que la eucaristía de hoy sea verdaderamente la fiesta de nuestra acción de gracias y la fiesta de nuestra reconciliación con Dios y con los hermanos.
Pedimos a Santa María de la Victoria su intercesión para que nunca nos alejemos de la Casa Paterna y, si lo hiciéramos, que ella nos acompañe para regresar. Amén.
