Jornada del Presbiterio de inicio de curso pastoral (Seminario-Málaga)

Diócesis de Málaga
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Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la Jornada del Presbiterio de inicio de curso pastoral (Seminario-Málaga) celebrada el 22 de septiembre de 2016.

JORNADA DEL PRESBITERIO

DE INICIO DE CURSO PASTORAL

(Seminario, 22 septiembre 2016)

1.- La Eucaristía, centro de la vida sacerdotal

Es bueno para el Presbiterio que nos reunamos al principio de curso para rezar juntos, para animarnos, para compartir ilusiones, para recargar pilas.

Esta jornada del inicio del curso pastoral pretende ser precisamente eso: retomar la ilusión al inicio del curso, después de, más o menos, un descanso estival; y, sobre todo, para proyectar pastoralmente de manera conjunta, como familia diocesana.

En los textos que acabamos de leer del beato, y pronto santo, D. Manuel González, hay tres ideas claves que quiero desarrollar.

El Concilio Vaticano II nos ha hablado de la Eucaristía como centro de toda vida cristiana. Eso, que teológicamente está claro, hemos de hacerlo vida en nosotros, en nuestro ministerio y, también, hacerlo vida en la vida de los fieles. Esa es nuestra tarea.

Es precioso la forma simple y lacónica con la que va diciendo que la Eucaristía es «Pan vivo para ser comido, Maná escondido para ser gustado, Sagrario para ser reverenciado y Modelo para ser imitado» (Beato Manuel González). Es una fuente de espiritualidad de la que, a partir de la canonización, desearíamos retomar a través de los muchos textos de D. Manuel para que nos ayuden a vivir nuestra vida sacerdotal, nuestro ministerio en mayor profundidad, con mayor gozo y alegría.

Tenemos un problema los sacerdotes, al menos creo que es en todo el mundo, pero en España y en nuestra Diócesis en concreto en especial, que es el de las innumerables misas. Decía un sacerdote que los curas no somos míseros, somos «miseros». Estamos como copados por tantas misas como tenemos que celebrar.

Un día un sacerdote le dijo a su obispo que según el derecho canónico un sacerdote no debe celebrar más de tres misas el domingo, y menos un día de ordinario. El sacerdote le pidió al obispo permiso para celebrar cuatro o cinco misas porque con la cantidad de pueblos que tenía que atender no daba para abasto. Y el obispo no le dio permiso para celebrar más de tres misas. Por más que el sacerdote le reclamaba el permiso para atender a todos los pueblos el obispo no le otorgaba permiso para celebrar más de tres misas. El sacerdote le preguntó qué hacía entonces. Y el obispo le dio permiso para celebrar cinco misas.

Pero, a veces, también tenemos que racionalizar las cosas. Antes del Concilio Vaticano II no existían las misas por la tarde y la comunidad cristiana vivía la fe. ¡Cuántos monjes santos de los siglos III al VII han vivido celebrando solo la misa dominical! ¡Y eran monjes!

Ahí necesitamos un equilibrio que entre todos debemos ir resolviendo.

2.- La oblación del sacerdote-hostia

La segunda clave que nos ofrece D. Manuel es una espiritualidad de la época, que se la he oído al arzobispo que me ordenó, a D. José María García Lahiguera: «El sacerdote-hostia», el sacerdote oblación que se ofrece en sacrificio. Pero si esa oblación o sacrificio no la ofrezco con Jesucristo, con el sacrificio de Cristo no sirve para nada. Nuestro sacrificio no es redentor, el de Cristo sí. Nos ofrecemos con Él y en Él.

No es fácil, hay momentos muy difíciles y complicados, cada vez más. Hoy ser sacerdote es mucho más difícil que hace treinta o cuarenta o cincuenta años. Entonces estaba muy claro qué era ser cura y las ideas y costumbres estaban muy aceptadas socialmente. Pero la revolución del 68, –que fue una gran revolución de la que aún no nos hemos dado cuenta de las consecuencias–, cambió radicalmente las consecuencias de los conceptos de libertad, de los roles sociales. Se produjo un cambio radical.

Tenemos que saber cómo resituarnos, cómo saber ofrecernos al Señor. A lo mejor no es tanto en el activismo que estamos sino en lo esencial. La ofrenda de cada uno y de cada día sin hacer tantas cosas, pero más racionalizadas, más importantes, más troncales, más esenciales. Dejar que la misma comunidad que nosotros regimos como cabeza se organice y viva como comunidad auténtica.

Nos cuesta a los curas soltar las riendas de las comunidades. Eso me lo comentan los laicos. Se suelen quejar porque los sacerdotes no le dejan participar activa y responsablemente. Las riendas las tiene el cura y no las suelta. Eso es otro estilo que nos pide actualmente el ejercicio del ministerio.

3.- El cuidado de las vocaciones

Me ha ayudado releer este texto del beato Manuel González cuando dice, en palabras de hoy, que la mejor inversión es un cura. La mejor inversión que puede hacer la Iglesia es un cura porque es el filón, es el recurso, es el motor de cada comunidad cristiana. Un buen cura es una gran inversión, en el buen y amplio sentido de riqueza espiritual, de profundización, de evangelización.

Si nos cuidamos como curas, si procuramos ayudar a los demás a que no se quemen, a que no se hundan; eso es responsabilidad de todos y cada uno de los presbiterios, no es sólo del obispo. El obispo, junto a sus vicarios y arcipreste también, pero principalmente de todos.

Si estoy junto a un sacerdote que veo que necesita ayuda o que veo que se despista o que está perdiendo fuelle o languidece, o que se ausenta y se va distanciando, tengo la obligación, –y no solo de rezar por él–, de acercarme a él. Aunque sea más joven que él hay que estar como hermano, tender una mano, apoyarle.

Cada vez que un sacerdote deja el ministerio nos duele a todos porque es una pérdida para todos. Pero cada vez que algún sacerdote en lugar de vivir ilusionado pierde ilusión, empieza a perder sentido en el ejercicio de su ministerio también perdemos todos, pierde la Iglesia. Esto es responsabilidad de todos y no es por devolveros la pelota a vuestro tejado. Un servidor lo asumo en primera persona, me duele muchísimo y hago todo lo que puedo, pero también somos limitados. El obispo no puede seguir de cerca de trescientos curas. Eso es de lógica. Puede seguir más, con su equipo, con los vicarios, a los que se dejan acercarse o que nos acerquemos; y no siempre es así.

La experiencia dice que cuando un sacerdote acude al obispo no es para dialogar, consultar y que le ayude a reflexionar. Cuando va a hablar con el obispo, –esa es la experiencia de todos los obispos y la mía por supuesto, después de veinte años de obispo–, es para decir que se van. No van a decirle al obispo que están mal, sino a informarle de la decisión tomada. Pero, ¿ha habido un proceso antes? En ese proceso puede que el obispo no se haya enterado, porque no tiene por qué enterarse si no dice nada el interesado. Pero, ¿y su compañero, su amigo, su director espiritual? Ellos seguro que lo saben.

Palabras de D. Manuel: los curas somos una riqueza para la Iglesia. «Tengo la convicción de que la mejor de todas las obras sociales es un buen cura».

Os animo a que, entre todos, con mucho cariño y respeto, y con toda libertad, nos ayudemos mutuamente a vivir estas tres dimensiones que el beato Manuel nos propone hoy. El tema de la centralidad de la Eucaristía y cómo las organizamos, eso es una tarea que os pongo. La oblación, la donación total y plena a Cristo, a la Iglesia y a los demás. Y, el cuidado de la gran riqueza que somos los curas.

Quiero ante el Santísimo agradecer todo lo que vosotros sois como personas, como sacerdotes. No somos conscientes de la riqueza que somos. Una palabra a un laico, a un amigo, a un fiel, a otro sacerdote, una palabra que no te das cuenta puede hacer mucho bien. No somos conscientes que somos instrumentos en manos del Espíritu. Cuanto más dóciles instrumentos seamos más el Espíritu hará a través nuestra, aunque no nos demos cuenta. Lo que importa es nuestra actitud de docilidad, de cercanía, de estar, de amar al otro.

Le pedimos a la Virgen Santa María de la Victoria, nuestra Patrona, que nos ayude, esté con nosotros, nos acompañe en este curso que ahora comenzamos. Que así sea.

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