«Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto, y estate allí hasta que yo te diga: porque Herodes va a buscar al niño para matarlo» (Mt 2, 13-14).
La huida a Egipto es un episodio evangélico en el que se identifica a la Sagrada Familia con la suerte de los desfavorecidos por la emigración y la represión política.
La propuesta para este largo exilio es un viaje a las periferias. Salgamos a las periferias para encontrarnos con Jesús exiliado y perseguido. Caminemos con prisa, porque la oscuridad y el egoísmo nos dejan siempre muy tocados; caminemos con alegría, que no es sinónimo de juerga y frivolidad egoísta, sino el resultado de encontrarle un sentido a lo que somos y hacemos. Y no tengamos miedo, porque la vida es más fuerte que la muerte; la luz, que la oscuridad. La generosidad vence siempre al egoísmo. Con el amor no acabarán nunca.
Egipto es la periferia, la tierra pagana, el desierto. Ningún poder se establece en el desierto. En la periferia del desierto de Egipto, y aquí en las periferias como lugar teológico de los descartados, desechados, exiliados, perseguidos… es, justamente, donde nos encontramos con Jesús.
El riesgo de los viejos creyentes es permanecer inmóviles, cómodos en nuestras posiciones. Quizás críticos o criticones con las actitudes de los otros, juzgadores implacables desde el tribunal supremo de nuestro cómodo sillón, con nuestra vida resuelta. El riesgo de los creyentes, al menos de nuestra vieja Europa desarrollada, es sopesar el valor de la vida según dónde se nazca o cuánto se tenga.
Se me parte el alma por la cantidad de horas dedicadas a los que murieron en los Alpes o en Paris, fruto de la locura de unos pocos, y los escasos minutos dedicados a un parecido número de jóvenes
cristianos asesinados en Kenia, o de los martirizados en Siria o en tantos lugares del mundo, víctimas de otra locura permanente. ¿Cuánto vale una vida? Depende.
Hay que descentrarse, desinstalarse de nuestras cómodas y seguras posiciones. Hay que ir a las periferias con prisa, sin miedo y con alegría. Y allí , con los que no cuentan, con los que la sociedad del bienestar hace invisibles, con los que no tienen ni derecho a nacer, con los que son descartados, con los sin voz, en África o en la India, en algunos de nuestros barrios, en los orfanatos o en las cárceles, en los asilos o en los hospitales; ahí donde están los descartados, los silenciados, los perseguidos, los invisibles; ahí, nos encontramos con Jesús, María y José, perseguidos, huyendo a Egipto.
José Antonio Sánchez Herrera
Vicepresidente Fundación Victoria