
Homilía de Mons. José Antonio Satué en la Eucaristía con motivo de la inauguración del curso 2025-2026 en los centros de estudios teológicos de la Diócesis de Málaga
INAUGURACIÓN DEL CURSO 2025-2026
en los centros de estudios teológicos de la Diócesis de Málaga
Querido hermano don Jesús, claustro de profesores; Doña Carmen Román en representación del decano de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola Andalucía, Ignacio Rojas O.SS.T.; colaboradores y personal no docente del Centro Superior de Estudios Teológicos «San Pablo», del Instituto Superior de Ciencias Religiosas «San Pablo» y de la Escuela Teológica San Manuel González, con sedes en Málaga, Ronda, Antequera, Marbella, Mijas-Costa y Torre del Mar; queridos alumnos y alumnas, antiguos alumnos y amigos todos que nos acompañáis en la inauguración de un nuevo curso.
En estos primeros días de mi servicio episcopal en nuestra Diócesis, deseo expresar mi gratitud por la cálida acogida que me estáis brindando. Agradezco también el valioso trabajo realizado por tantos hombres y mujeres en esta porción del pueblo de Dios, en las parroquias, en las distintas áreas pastorales y en estos centros de estudios. Gracias al esfuerzo de tanta gente buena, hoy podemos recoger con gratitud sus frutos y continuar construyendo el Reino de Dios en esta bendita tierra.
Este sentimiento de alegría y gratitud se ve, sin embargo, ensombrecido por los acontecimientos dolorosos que nos envuelven y que, desde hace años, oprimen el corazón de tantas personas de buena voluntad: los crueles conflictos en la franja de Gaza y en Ucrania, que se suman a otros menos visibles, pero igualmente dolorosos. En nuestro entorno más cercano, en nuestra patria, vivimos una situación política y social muy polarizada y compleja, que con frecuencia genera sufrimiento. También en el ámbito eclesial atravesamos momentos delicados: dificultades para el primer anuncio y la transmisión de la fe, para vivir y contagiar la esperanza cristiana en este año jubilar; para afrontar el escándalo provocado por los graves errores de algunos representantes eclesiales; para comprender y ubicarnos en este cambio de época, con toda su complejidad, sus resistencias al Evangelio y sus nuevas posibilidades. Aunque la vida nos ofrece aspectos luminosos, estas situaciones dolorosas generan en la buena gente —y también en nosotros— perplejidad, desorientación y desaliento.
La reflexión filosófica y teológica, tarea primordial de nuestros Centros de Estudios, apoyada por las ciencias humanas, debe ayudarnos a todos a comprender mejor la sociedad actual desde la profundidad de la fe, que nos permite intuir entre las sombras de lo cotidiano el designio de Dios. Solo así podremos ofrecer al mundo luz para ver y esperanza para avanzar, en estos momentos de especial dificultad.
El Papa Francisco lanzó un desafío similar a los profesores y alumnos de la Facultad de Teología de la Universidad Católica de Buenos Aires, al decirles: «la teología que desarrollan ha de estar basada en la Revelación, en la Tradición, pero también debe acompañar los procesos culturales y sociales, especialmente las transiciones difíciles. En este tiempo, la teología también debe hacerse cargo de los conflictos: no sólo de los que experimentamos dentro de la Iglesia, sino también de los que afectan a todo el mundo… No se conformen con una teología de despacho. Que el lugar de sus reflexiones sean las fronteras. Y no caigan en la tentación de pintarlas, perfumarlas, acomodarlas un poco y domesticarlas. También los buenos teólogos, como los buenos pastores, huelen a pueblo y a calle y, con su reflexión, derraman ungüento y vino en las heridas de los hombres».
Los teólogos —como todos los cristianos— no podemos permanecer “sentados” y “con las puertas cerradas por miedo”, como los discípulos antes de Pentecostés. Jesús Resucitado, tan presente en nuestra Iglesia como en la comunidad apostólica, sopla sobre nosotros y nos regala su Espíritu. Ese Espíritu nos saca de los espacios conocidos y cómodos para que podamos hablar, a cada cual “en su propia lengua”: a los jóvenes, a los niños, a los hombres y mujeres de nuestras comunidades, y también a quienes no frecuentan nuestros templos y salones parroquiales.
Permitidme precisar que no os estoy invitando a abandonar la mesa de estudio para recorrer la Calle Larios o el Paseo Marítimo como una simple diversión. Mi intención es animaros a estudiar con tesón, para conocer, comprender y sanar –con la gracia de Dios– la cultura, o mejor dicho, las culturas en las que estamos inmersos. Porque la sociedad de Huesca, Teruel y, aún más, la de Málaga, es hoy tan multicultural como aquella ciudad santa de Jerusalén, donde convivían “partos, medos, elamitas y habitantes de Mesopotamia, de Judea y Capadocia, de Asia”. Os invito a ir de la mesa de estudio a la vida y llevar la vida a la mesa de estudio: a vivir una teología encarnada.
Os exhorto a profundizar en la Revelación y en la Tradición, como explicaba el Papa Francisco en su respuesta a las dudas de algunos cardenales: «La Revelación es inmutable y siempre vinculante, la Iglesia debe ser humilde y reconocer que ella nunca agota su insondable riqueza y necesita crecer en su comprensión. Por consiguiente, madura también en la comprensión de lo que ella misma ha afirmado en su Magisterio. Los cambios culturales y los nuevos desafíos de la historia no modifican la Revelación, pero sí pueden estimularnos a explicitar mejor algunos aspectos de su desbordante riqueza, que siempre ofrece más».
No se trata, por tanto, de conformarnos con aprender y repetir la doctrina, ni de adaptarnos pasivamente a los tiempos. Se trata de dejar que los desafíos del presente nos impulsen a ahondar en la comprensión del misterio de Dios y de su proyecto salvífico. Solo así, la teología se vuelve viva, dinámica y transformadora; capaz de alimentar nuestra esperanza y la de nuestro pueblo, de abrir nuevos corazones a la belleza de la fe, impulsados por una caridad que promueve una sociedad más humana y justa.
Dejadme compartir una experiencia personal. Cuando era seminarista, el sacerdote de mi pueblo sacaba sus fichas de catequesis y los chavales poníamos caras raras, porque utilizaba un lenguaje y contaba unas historias que no iban con nosotros. Ya como joven sacerdote, hicimos un gran esfuerzo por traducir el catecismo al lenguaje de la juventud de entonces, y yo guardaba los materiales que preparábamos en un viejo archivador gris, convencido de que me servirían para siempre. Pero cuando, años después, saqué alguno de esos papeles en Teruel, las jóvenes del equipo de pastoral juvenil pusieron la misma cara que yo ante las fichas de mi párroco. Ni en la pastoral ni en la teología basta con repetir lo ya dicho. No podemos vivir anclados en la teología de los años 60, ni en la de los 90, ni siquiera en la del 2020. Una tarea primordial de los centros teológicos es la reflexión serena y el contraste creativo para buscar, desde la fe, las respuestas adecuadas a los nuevos desafíos pastorales.
Somos hombres y mujeres de fe, y la fe en el Dios de Abrahán nos impulsa a caminar, a peregrinar, a avanzar, confiados en su promesa. La tarea es difícil, pero también apasionante. El Espíritu de Dios suscita y aúna en nuestra Iglesia ministerios, carismas y actuaciones, y nos guía hacia la verdad plena (cf. 1Co 12,12-14 y Jn 16,13). Emprendamos, pues, este nuevo curso con plena conciencia de la responsabilidad que Dios pone en nuestras manos y con la certeza del don del Espíritu Santo que nos sostiene y guía.
Hermanos y hermanas: Que Santa María de la Victoria, nuestra Madre y Patrona, aliente vuestro trabajo. Que San Pablo y San Manuel González, bajo cuya tutela viven nuestros centros teológicos, nos contagien su impulso misionero.