Homilía en la ermita de la patrona de Vélez-Málaga

Homilía de Mons. Jesús Catalá, Obispo de Málaga, en la restautación de la ermita y el cerro de la Virgen de los Remedios, patrona de Vélez-Málaga.

RESTAURACIÓN DE LA ERMITA

Y DEL CERRO DE LA VIRGEN DE LOS REMEDIOS

(Vélez-Málaga, 26 octubre 2014)

Lecturas: Ex 22, 20-26; Sal 17, 2-4.47.51; 1 Ts 1, 5-10; Mt 22, 34-40.

(Domingo Ordinario XXX – A)

1. Venimos hoy con gran gozo a dar gracias a Dios por la restauración de la Ermita de nuestra Patrona, la Santísima Virgen de los Remedios, Coronada; y por el embellecimiento del cerro donde se ubica esta Ermita. Agradecemos a todos aquellos que han hecho posible su restauración y la nueva configuración del entorno de la misma. Desde hace algún tiempo me presentó el Ilmo. Sr. Alcalde de Vélez-Málaga, aquí presente, un proyecto que diera realce y esplendor a este hermoso espacio, tan querido por todos los veleños. Os felicito por esta obra, que ha dignificado el entorno de la Ermita, donde reside y habita de modo permanente la imagen de nuestra Patrona que ahora regresará de nuevo a su hogar. Y os invito a venir con mayor agrado a visitar a Nuestra Señora, la Virgen de los Remedios; para agradecer su presencia benefactora entre nosotros y su solicitud maternal para con todos sus hijos.

2. En la primera lectura bíblica del presente domingo ordinario el Señor nos manda respetar al necesitado y a los más pobres. En primer lugar nos exhorta a cuidar del emigrante: «No maltratarás ni oprimirás al emigrante, pues emigrantes fuisteis vosotros en la tierra de Egipto» (Ex 22, 20). Siempre han sufrido penalidades los que han tenido que salir de sus hogares y de su patria en busca de mejores condiciones de vida. Pero hoy se ha agudizado este problema en los países pertenecientes al llamado «Tercer mundo». Como bien sabemos, mucha gente oriunda de países sur-africanos recorre miles de kilómetros para llegar a Europa, que ellos sueñan como tierra prometida y paraíso terrenal. Si bien es cierto que es necesaria una solución adecuada, no podemos, sin embargo, cerrarles las puertas ni nuestros corazones.

El Señor también nos exhorta a cuidar de otros pobres, que el texto sagrado denomina viudas, huérfanos (cf. Ex 22, 21) y deudores de préstamos (cf. Ex 22, 24-25), que no deben ser explotados por nadie. Todos somos hijos adoptivos de Dios; hijos del mismo Padre e hijos espirituales de la misma Madre, la Virgen María.

3. El apóstol Pablo, en su carta a los cristianos de Tesalónica, constata la acogida que hicieron de la Palabra de Dios con alegría: «Vosotros seguisteis nuestro ejemplo y el del Señor, acogiendo la Palabra en medio de una gran tribulación, con la alegría del Espíritu Santo» (1 Ts 1, 6).

Esta comunidad cristiana de Vélez-Málaga acogió hace varias centurias la Palabra de Dios. Ahora es necesario de nuevo profundizar en ella, asimilarla, vivirla y transmitirla, como hicieron los primeros cristianos (cf. 1 Ts 1, 8).

El evangelizador predica la palabra «con la fuerza del Espíritu Santo y con plena convicción» (1 Ts 1, 5). Este es el estilo que nos pide hoy el papa Francisco, animándonos a ser discípulos misioneros, como nos dice el papa Francisco: «En virtud del bautismo recibido, cada miembro del Pueblo de Dios se ha convertido en discípulo misionero (cf. Mt 28,19). Cada uno de los bautizados, cualquiera que sea su función en la Iglesia y el grado de ilustración de su fe, es un agente evangelizador» (Evangelii gaudium, 120).

Ningún fiel cristiano, por tanto, debe renunciar a su compromiso evangelizador, nacido de la experiencia del amor de Dios que lo salva. Todo cristiano es misionero en la medida en que se ha encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús y esa experiencia la comparte con otros. ¡Sed, queridos fieles de Vélez, verdaderos evangelizadores! ¡No os quedéis la fe para vosotros; compartidla!

4. Para ello es necesario convertirse a Dios abandonando los ídolos, como les exhorta san Pablo a los Tesalonicenses (cf. 1 Ts 1, 9). El cristiano vive mirando a Cristo resucitado, salvador del mundo, que vendrá en gloria al final de los tiempos (cf. 1 Ts 1, 10).

El fiel cristiano debe tener a Dios como centro de su vida; debe tenerlo como roca salvadora, como alcázar fuerte, como ciudadela inexpugnable. La imagen de este cerro, hoy transformado y embellecido, podría ayudarnos a entender mejor lo que el Señor espera de nosotros. Asumiendo la oración del salmista, podemos dirigirnos a Dios y decirle: «Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza. Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador. Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte» (Sal 17, 2-3).

Con la ayuda de la Virgen Santísima de los Remedios podemos vencer todas las asechanzas del enemigo, que no podrá expugnar una fortaleza defendida por la poderosa intercesión de la Virgen. Las flechas incendiarias del enemigo se apagarán en las aguas del manantial de la gracia bautismal y de las aguas frescas de los sacramentos.

Este cerro de la Ermita de la Patrona puede sugerirnos ese baluarte inexpugnable, en el que la Virgen nos protege y nos protegerá de cualquier mal. Podremos pasar enfermedades u otros males, pero al final obtendremos la victoria última sobre el mal. El mal más importante que sufre el hombre no es una enfermedad física; es más bien el mal del pecado, el que causa todas las demás enfermedades y males; el pecado es el origen de todo mal. Con ayuda de la intercesión de la Virgen podemos vencer la raíz de todos los males.

5. El evangelio de hoy nos presenta la pregunta que un doctor de la Ley le dirige a Jesús con intención de ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la ley?» (Mt 22, 35-36).

La pregunta tenía mala intención, porque era una cuestión muy debatida en las escuelas rabínicas. Los maestros de la Ley distinguían entre preceptos (248) y prohibiciones (365: los mismos que días del año); en total había 613 preceptos. Un galimatías donde nadie se entendía sobre qué era lo más importante y qué era lo menos importante de la Ley.

Era necesario y urgente reducir todo ese laberinto legal a una norma breve y comprensible, a un mandamiento principal de la Ley. Pero esto no era nada fácil. Respondiendo a la misma cuestión el rabino Hillel (hacia el año 20 a. C.) había pronunciado esta famosa sentencia: «No hagas a otro lo que no quieras para ti: esto es toda la Ley. Lo demás es simplemente su explicación».

6. La respuesta de Jesús es taxativa y clara: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente. Este mandamiento es el principal y primero» (Mt 22, 37-38). Lo más importante es Dios; el único Absoluto es Dios, todo lo demás no puede compararse con Él. Hoy en día hay muchas personas que no tienen a Dios en su debida consideración; sigue habiendo gente que no cree en Jesucristo. Algunos, sintiéndose llenos de sí mismos, se consideran plenamente autónomos y prescinden de Dios; pero en realidad viven cegados por su propia presunción. El mismo Jesús amonestó a algunos de sus contemporáneos llamándoles «ciegos» y guías de ciegos (cf. Mt 15, 14). La tentación de prescindir de Dios ha existido siempre y puede afectarnos también a nosotros. Tenemos que pedirle a la Virgen que nos ayude a no caer en esa tentación de prescindir de Dios en nuestra vida.

7. Jesús explica a sus interlocutores que el segundo mandamiento es semejante al primero: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mt 22, 39). La originalidad y la novedad de Jesús estriban, ante todo, en haber unido los dos mandamientos, Dios y el prójimo, y haberlos colocado a un mismo nivel; ambos preceptos son inseparables y constituyen un mismo centro, el mismo punto de apoyo de toda la Ley y los profetas. En la capacidad de mantenerlos unidos
es como se mide la verdadera fe. El amor a Dios y al prójimo son las dos caras de la misma moneda; son complementarios. ¿Podéis separar en una moneda una cara de otra, el anverso del reverso? Pues tampoco se puede separar el mandamiento de amar a Dios y al prójimo; son inseparables; no existe uno sin el otro. Le pedimos a la Virgen de Nuestra Señora de los Remedios, que desde su Ermita nos acompañe siempre, que esté presente y no sólo en su Ermita sino en el corazón de cada uno de nosotros. Deseamos que este hermoso paraje transformado y embellecido sea lugar de encuentro con Dios y con los hermanos. ¡Que la Virgen de los Remedios nos ayude a vivir el doble mandamiento del amor haciéndolo uno!

Que así sea.

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