Homilía del Domingo de Pascua de Resurrección (Catedral-Málaga)

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Homilía de Mons. Jesús Catalá en la Eucaristía del Domingo de Pascua de Resurrección 2023

DOMINGO DE PASCUA DE RESURRECCIÓN

(Catedral-Málaga, 9 abril 2023)

Lecturas: Hch 10, 34a.37-43; Sal 117, 1-2.16-17.22-23; Col 3, 1-4; Jn 20, 1-9.

Discípulos del Resucitado

1.- ¡Cristo ha resucitado! Alegrémonos y entonemos el grito de la Pascua: ¡Aleluya! Hoy inauguramos el tiempo de la Pascua, del paso del Señor de la muerte a la vida, de las tinieblas a la luz, del aniquilamiento a la resurrección, de la podredumbre a la regeneración.

Es tiempo de gran alegría para la Iglesia y para toda la humanidad; tiempo en el que culmina la salvación del género humano, que, como dicen los santos Padres, ha sido divinizado.

Al decir de san Basilio Magno: “Dios, iluminando a aquellos que se han purificado de toda mancha, los hace espirituales por medio de la comunión con él. Y como los cuerpos límpidos y transparentes, cuando un rayo los hiere, se convierten ellos mismos en brillantes y reflejan otro rayo, así las almas que llevan el Espíritu son iluminadas por el Espíritu; se hacen plenamente espirituales y transmiten a los demás su gracia. De ahí el conocimiento de las cosas futuras, la comprensión de los misterios… la semejanza con Dios; el cumplimiento de los deseos: convertirse en Dios” (De Spiritu Sancto 9, 23). A esto estamos llamados: a ser divinizados por Cristo resucitado y a transparentar su luz ante quienes nos contemplan.

2.- Queridos fieles, Dios en la Resurrección de su Hijo no solo nos ha redimido, sino que nos ha divinizado. Cristo ha tomado lo nuestro para darnos lo suyo; se ha hecho hombre para que los hombres compartamos la vida divina. El Maestro permite a sus discípulos colocarlos junto a sí; los eleva, los promociona y los diviniza.

Ser discípulos del Resucitado significa ser glorificados con Él. En Cristo nuestra humanidad ha sido ya glorificada y la gloria de Dios ha sido humanada. En Jesucristo brilla la esperanza de nuestra resurrección. El hombre está llamado a vivir con Dios y su deseo más profundo es ser eternamente feliz. ¿Quién no quiere ser feliz? Todos estamos llamados a vivir eternamente felices con Cristo resucitado. Éste es el gran regalo que Dios otorga en la Persona de su Hijo resucitado; y lo hace por puro amor a nosotros.

3.- En el Evangelio contemplamos a María Magdalena que acude al sepulcro buscando el cuerpo del Señor y ve la piedra removida (cf. Jn 20, 1); echando a correr fue donde estaban Simón Pedro y Juan y les comunicó la noticia: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto» (Jn 20, 2).

Los dos discípulos salieron corriendo hacia el sepulcro y vieron los lienzos y el sudario (cf. Jn 20, 3-7) y creyeron en la resurrección del Señor (cf. Jn 20, 8).

El Señor resucitado se apareció a la Magdalena, dándole a conocer que estaba vivo; ella es la discípula a la que primero se apareció el Señor resucitado. El verdadero discipulado comienza con el encuentro con Cristo resucitado.

4.- El Señor se nos presenta resucitado también a nosotros hoy. Y lo hace de muchos modos: por medio de la oración, a través de los acontecimientos de la vida cotidiana, en la persona del prójimo, sobre todo de los más necesitados; en los sacramentos, de modo especial en la Eucaristía; y en la liturgia en general. En esta Eucaristía del Domingo de Pascua estamos teniendo un encuentro con Cristo resucitado. ¡Ojalá salgamos de ella transformados, transfigurados y divinizados!

Muchos de los relatos de las apariciones de Jesús resucitado que escucharemos durante el tiempo pascual contienen signos que remiten a la Eucaristía, que es encuentro real con Jesús resucitado y vivo y momento privilegiado de contacto cualificado con el Señor. Cada Eucaristía, queridos fieles, debe ser un encuentro personal con Cristo resucitado.

Queridos hermanos, somos discípulos de Cristo resucitado; no lo somos de cualquier enseñante, maestro o gurú, sino del único Maestro, cuya resurrección avala su vida, su obra y su doctrina.

Hemos de adentrarnos en este tiempo pascual meditando los primeros acontecimientos después la Resurrección de Jesús: la Iglesia nos regala cincuenta días de Pascua para meditar y rezar estos acontecimientos: sus apariciones, sus encuentros con los discípulos, su presencia consoladora, sus explicaciones a quienes no entienden lo sucedido, su aliento a los decepcionados, su compañía a los peregrinos, a quienes salen desilusionados de Jerusalén hacia Emaús.

El Señor se nos aparece también a cada uno de nosotros, porque Él está presente en nuestra vida mediante su resurrección. ¡Que sepamos descubrir su compañía! Porque Él está con nosotros: nos enseña, nos amaestra, nos anima, no apoya, nos de fuerza, nos toma de la mano. No estamos solos, queridos hermanos.

5.- En el discurso en casa del centurión romano Cornelio, Pedro se presenta como testigo del Resucitado: «Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en el país de los judíos y en Jerusalén. A éste lo mataron, colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y le concedió la gracia de manifestarse» (Hch 10, 39-40).

Pedro y los apóstoles viven el discipulado dando testimonio de la resurrección del Señor y lo hacen en fidelidad a la misión que les confió: «Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha constituido juez de vivos y muertos» (Hch 10, 42).

Nosotros, queridos hermanos, como discípulos de Cristo resucitado también estamos llamados a dar testimonio de su vida y de su obra salvadora. Nuestro discipulado es muy especial, porque tiene la certeza de la verdad de las enseñanzas del Maestro; porque su muerte y resurrección corroboran y confirman el valor y la bondad de su vida. Dios-Padre ratificó la obra de su Hijo, resucitándolo.

En este primer Domingo de Pascua de la resurrección, pedimos al Señor su gracia para alegrarnos de su victoria sobre la muerte y su fuerza para ser sus testigos, sus discípulos en esta sociedad pagana; la presencia de los cristianos en nuestra sociedad es importante y necesaria; de otro modo aún sería más tenebrosa de lo que es.

Y pedimos a la Santísima Virgen María, Madre del Resucitado, que nos cuide con su maternal solicitud y nos acompañe en el testimonio de Cristo resucitado. Amén.

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