Homilía de Mons. Jesús Catalá en la ordenación de diácono de Carlos Salazar

El Obispo de Málaga en la Iglesia de Cristo Rey, el 7 de diciembre dde 2014.

1. En su designio de salvación Dios manifiesta todo su amor, empezando por la creación y terminando con la revelación plena en su Hijo Jesucristo;ynos lo envía como Salvador de la humanidad. Estamos en tiempo de Adviento, en el que contemplamos al Señor que viene con poder y señorío: «Ahí viene el Señor Dios con poder y su brazo lo sojuzga todo» (Is 40, 10).Dios alza su brazo victorioso. Pero es también el Pastor, que lleva en sus brazos los corderos y cuida con esmero y delicadeza de las ovejas (cf. Is 40, 11).

La humanidad necesita la presencia del Salvador, para ser liberada de la esclavitud en la que vive, para salir de las tinieblas y ver la luz, para alcanzar la victoria sobre el mal y sobre la muerte. Necesitamos a Jesús, nuestro Salvador. Querido Carlos, hoy vas a recibir la Ordenación diaconal. El Señor te invita a participar en su acción salvadora, para llevar a los hombres la liberación, que necesitan, la luz que ilumine su vida, la verdad que les ofrezca el sentido de su existencia. Eres también llamado por el Buen pastor, Jesucristo, para ayudarle en su tarea de cuidar de su rebaño. Pedimos todos por ti y por el buen ejercicio del ministerio que vas a recibir.

2. El profeta Isaías, viendo al pueblo de Israel al borde de la desesperación, habla en nombre de Dios para consolar a su pueblo. Dios mismo, ante la inminencia de una pérdida de fe, hace un llamamiento y ofrece una palabra de aliento: «Consolad, consolad a mi pueblo -dice vuestro Dios-» (Is 40, 1). Consolar es compadecerse del desamparado y necesitado (cf. Is 49,13); es hacer que el gozo y la alegría triunfen sobre la tristeza (cf. Is51, 3). Dios ordena consolar a su pueblo y hablarle tiernamente como lo hace el amado con su amada (cf. Gn 50, 21) y reconquistarla si ésta ha sido infiel (cf.Os 2. 16.21-22).

3. Israel, esposa de Dios, debe alegrarse porque su esclavitud ha terminado. El crimen que la llevó al destierro ha sido saldado con creces: «Hablad al corazón de Jerusalén y decidle bien alto que ya ha cumplido su milicia, ya ha satisfecho por su culpa» (Is 40, 2). Todo cristiano está llamado a ser testigo de ese entrañable amor de Dios al hombre, aconsolar al pueblo, a mostrar la ternura de Dios al hombre. El hombre necesita consuelo en este valle de lágrimas. Necesitamos descubrir de nuevo la ternura de Dios, su amor, su paciencia, su dulzura. Estimado Carlos, hoy eres llamado de modo especial a servir a tus hermanos, los hombres, para consolarlos;para que no se pierda ni uno solo de los humildes y sencillos (cf. Mt 18, 14).Debes ser capaz de expresar la ternura de Dios; por eso es necesario que antes la experimentes en tu propia vida.

4. Israel es un pueblo en camino, que recorre su historia pasandomomentos de servidumbre y tiempos de libertad; añora la liberación y suspira por la paz; espera la llegada de su Señor, que lo libere y lo salve. Ante el Señor que se acerca, la voz del profeta clama: «Abrid en el desierto camino al Señor, trazad en la estepa una calzada recta a nuestro Dios» (Is 40, 3). Camino y desierto son términos teológicos más que geográficos; e indican el final del sufrimiento y el retorno gozoso a la patria. La marcha de Dios se efectúa por los caminos de la historia, porque el Hijo de Dios ha entrado en la historia para estar con nosotros. Hay que preparar el camino al Señor: «Que todo valle sea elevado y todo monte y cerro rebajado; vuélvase lo escabroso llano y las breñas planicie» (Is 40, 4).

Es preciso superar las dificultades;hay que rebajar los montes de nuestro orgullo, de la autosuficiencia humana, de la pretensión de autonomía total del hombre, que lleva al endiosamiento.Es menester vencer montañas, levantar baches, convertir el desierto en camino real. Ésta es nuestra tarea. Ésta es tu tarea de modo especial a partir de hoy, estimado diácono. La Iglesia, heredera de las prerrogativas de Israel, es tambiénpueblo en camino, que se dirige al encuentro de su Señor, que camina hacia laíntima unión con Dios en Cristo y vive una espiritualidad de esperanza. La Iglesia vive la tensión escatológica, anhelando la plenitud de la Jerusalén celeste, a la que todos estamos llamados.

5. Querido Carlos, con la ordenación diaconal se te confía el ministerio de la proclamación de la Palabra de Dios. El profeta Isaías lo expresa de manera poética y con gran fuerza: «Súbete a un alto monte, alegre mensajero para Sion; clama con voz poderosa, alegre mensajero para Jerusalén, clama sin miedo» (Is 40, 9). Haciéndote eco de esta exhortación, proclama con voz potente y sin miedo la Palabra salvadora de Dios. Anuncia a nuestros contemporáneos que el Señor hace nuevas todas las cosas (cf. Ap 21, 5) y nos ofrece cielos nuevos y tierra nueva (cf. 2 Pe 3, 13). Deja que la Palabra de Dios actúe por sí misma, porque, como dice la carta a los Hebreos, «es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo» (Hb 4, 12). Ella tiene poder para transformar el corazón del hombre y salvarlo. Tu misión consiste en proclamarla, para que sea escuchada y aceptada; pero antes debe ser escuchada y aceptada en tu corazón. No prediques tu palabra, que, por muy hermosa que sea, no tiene la fuerza de transformar ni de salvar. ¡Predica la Palabra de Dios!

6. La figura de Juan el Bautista es un modelo del Adviento. Juan bautizaba «en el desierto, proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados» (Mc 1, 4). En el ministerio diaconal se contempla la administración del bautismo. Pero se trata del Bautismo de Jesús, que no solo perdona los pecados, sino que hace al hombre hijo adoptivo de Dios y miembro de la Iglesia de Jesucristo. Juan bautizaba con agua, pero el Bautismo de Jesús es con Espíritu Santo (cf. Mc 1, 8). Éste es el bautismo que debes administrar, querido nuevo diácono. Ejerce con dedicación este hermoso ministerio, preparando a quien vaya a ser bautizado; y si es infante, prepara a sus padres, padrinos y familiares.

7. La figura de Juan el Bautista nos anima a vivir desprendidos. Juan iba vestido de manera simple y se alimentaba pobremente (cf. Mc 1, 6). Su vida es un gran ejemplo de austeridad y de sencillez en esta sociedad nuestra, que invita al consumo innecesario, desmesurado e inútil. ¡No caigamos en la oferta que nuestra sociedad nos hace! ¡Vivamos al estilo de Juan Bautista con sencillez y sobriedad! Pedimos a la Virgen María que nos ayude a vivir la cercanía de Dios con alma limpia y gozosa; que interceda por nosotros, para que sepamos proclamar la Palabra, que Ella acogió y llevó en su seno; y que nos acompañe en nuestro camino hacia la Patria celeste. Amén.

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