«Hay que descubrir qué nos lleva a ser cristianos quejosos»

Diócesis de Málaga
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La diócesis de Málaga es una sede episcopal dependiente de la archidiócesis de Granada, en España. Su sede es la Catedral de la Encarnación de Málaga.

El obispo de Huesca y Jaca, Mons. Julián Ruiz Martorell (Cuenca, 1957), ha visitado nuestra diócesis para dirigir una tanda de ejercicios espirituales para sacerdotes. Ordenado sacerdote en Zaragoza, ciudad que le vio crecer y en la que ha desarrollado la mayor parte de su actividad pastoral y académica, es Licenciado en Teología Dogmática por la Universidad Gregoriana y en Sagrada Escritura por el Pontificio Instituto Bíblico.

La Delegación del Clero convoca varias tandas de ejercicios al año ¿Por qué es importante para los sacerdotes realizar los Ejercicios Espirituales?

Porque también los sacerdotes tenemos necesidad de renovar nuestra relación con Dios para poder ofrecer un servicio de mayor calidad a los hermanos. Es importante poder disfrutar de unos momentos intensos de oración sosegada, de oración permanente, de oración transformadora, de tal manera que recarguemos las pilas. Se trata de no quedarnos sólo en la actividad pastoral de cada día, sino de responder al proyecto de Dios sobre nuestra vida y servir con alegría siendo testigos del Evangelio.

Esto de la alegría es algo en lo que nos está insistiendo mucho el papa con su exhortación apostólica. ¿Cuáles son las amenazas para la alegría cristiana?

Hay un punto en los ejercicios de San Ignacio, el número 139 de sus anotaciones, donde nos invita a pedir conocimiento de lo que él llama «los engaños del mal caudillo», y de ellos guardarnos, y pedir «conocimiento de la vida verdadera del sumo y verdadero capitán», dice él, para imitarle. Lo que necesitamos en primer lugar es descubrir todo aquello que nos pesa, que nos lleva a ser, como dice el papa, cristianos quejosos, resentidos, sin vida. También lo denomina, en otro momento, como psicología de la tumba que nos convierte en momias de museo. Hay muchas seducciones, muchos engaños, mucha apariencia y todo ello tenemos que conocerlo, tenemos que reconocerlo para que el Señor nos libre. Se trata, fundamentalmente, de reorientar nuestra vida hacia el Señor que nos conduce, que nos acompaña, que nos llama y que nos envía.

¿Y cómo lo llevan a cabo concretamente?

En estos ejercicios espirituales tomamos como referencia la exhortación que nos dirige el profeta Joel. Un texto del capítulo segundo que leemos cada año el Miércoles de Ceniza y que dice: «Volveos a mí de todo corazón». Volved al Señor. Pero no porque nosotros tengamos fuerza, capacidad, etc.; sino porque Él es misericordioso. Porque Él es el padre de la ternura. Porque Él es el que se arrepiente de sus amenazas y nos llama siempre al bien. Es la llamada del Señor la que nosotros escuchamos, percibimos y queremos escuchar y percibir de un modo más intenso a lo largo de estas jornadas, y regresar. Porque la conversión es un regreso, es un volver al Señor. Convertirse significa volver, regresar. San Benito al comienzo de su regla nos dice que volvamos al Señor por la obediencia. Porque nos hemos alejado de él sencillamente por la desidia de la desobediencia. Es decir, por dejadez, por inercia, por lo que el papa también llama «siempre se ha hecho así». Nos vamos dejando llevar y es preciso reorientar nuestra vida, resintonizar, volver la antena de nuestra vida, que es el corazón, al Señor; volver a Él. No se trata tanto de convertirnos de cosas sino de convertirnos a Alguien. Convertirnos al Señor. Volver a Él. Por eso los sacerdotes tenemos necesidad de vez en cuando de tomar el pulso de esta realidad confrontándonos con nosotros mismos, guardar silencio exterior, hacer silencio interior y escuchar su llamada para responder con mayor rigor.

Los sacerdotes pueden permitirse hacer Ejercicios periódicamente, pero las familias lo tienen más complicado…

Los ejercicios pueden tener distinta cantidad de días, pero han de tener siempre la misma calidad de experiencia. Y si no es posible retirarse una semana, ni siquiera cinco días o un fin de semana, es posible hacer también ejercicios en la vida diaria, porque los seglares también necesitan justamente percibir esa voz interior.

En cualquier caso, todos necesitamos el silencio, el retiro de vez en cuando ¿No es así?

En la Sagrada Escritura se distingue entre lo que es una soledad sonora y una soledad poblada de aullidos. Es decir, necesitamos hacer un momento de silencio, de quietud. Pero justamente porque esa soledad es sonora, ahí estamos escuchando el eco de Dios que nos llama y que nos ama y que nos envía. Y no es esa soledad poblada de aullidos de la vorágine de tantos acontecimientos, de tantas cosas. También los seglares necesitan especialmente hacer hincapié en esos momentos, en las experiencias gozosas de reencuentro del Señor. El año pasado, el predicador de la Casa Pontificia, Raniero Cantalamessa, proponía dos ejemplos a propósito del desierto. Moisés había mandado construir un arca portátil que situaba a las afueras del campamento y él allí se retiraba y se encontraba con el Señor. Pero a veces nosotros no tenemos esta posibilidad y sin embargo recogía otra experiencia, de San Francisco de Asís, que invitaba a los franciscanos a decir que hay una ermita interior. Y es justamente en este volver hacia el interior de nuestro corazón donde podemos hacer desierto. Ahí es donde los seglares, en recogimiento, en quietud, en silencio, pueden encontrar el eco de la voz del Señor. En esa ermita interior que es el corazón.

Antonio Moreno Ruiz

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