Junto con los seminaristas teólogos de Málaga, en el Seminario, un grupo de sacerdotes hemos hecho ejercicios espirituales.
Nuestro Seminario ya ha cumplido más de cuatrocientos años de vida y hubo un tiempo en que prestó un gran servicio a la Iglesia y a la sociedad, pues muchos niños y jóvenes pudieron estudiar gracias a él. Mas hoy, pasar unos días junto a los seminaristas mayores, una veintena de jóvenes que sueñan con servir a los hombres, con ayudarles, con ofrecerles el mayor regalo: el amor de Dios, ha sido para nosotros muy reconfortante. Ver cómo hacían oración, vivían la liturgia, sonreían, se preocupaban de los curas mayores y guardaban silencio, ha sido, a nuestra edad, gratificante. «El Señor sigue bendiciendo a su Iglesia», me dije. Y recordé aquel cuentecillo que debí leer en alguna parte: El sol del atardecer, a medida que se alejaba por el poniente, observaba preocupado que la tierra se iba vistiendo de negro. Así que, antes de desaparecer, sacó fuerzas de su cansancio y gritó: «¿No habrá nadie que me releve?» Y entonces, la frágil lámpara de barro, se levantó y gritó: «Maestro, vete en paz, se hará cuanto se pueda».
Verdaderamente nuestros seminaristas han sido capaces de decir a Jesús: «Maestro, cuenta con nosotros, haremos cuanto podamos». Gracias.
Lorenzo Orellana