Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en el Funeral de la Madre del Rvdo. Antonio-Eloy Madueño, celebrado en la parroquia de San Pedro, en Cártama, el 29 de diciembre de 2016.
FUNERAL DE LA MADRE
DEL RVDO. ANTONIO-ELOY MADUEÑO
(Parroquia San Pedro – Cártama, 29 diciembre 2016)
Lecturas: 1 Jn 2,3-11; Sal 95,1-6; Lc 2,22-35.
1.- Amar significa cumplir los mandamientos. San Juan, en su primera carta, nos recuerda la relación que existe entre conocer a Dios, amarlo y cumplir su Palabra: «En esto sabemos que lo conocemos: en que guardamos sus mandamientos» (1 Jn 2,3). Quien diga que lo conoce y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso (cf. 1 Jn 2,4). Conocer lleva a amar y lleva a vivir lo que se ama.
El conocimiento de una persona exige una actitud de respeto y de atención hacia ella. El conocimiento de Dios implica mayormente una aceptación de su Palabra, que da vida al hombre.
La plenitud del amor consiste en cumplir los mandamientos de Dios, como dice san Juan: «Quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud» (1 Jn 2,5).
El refranero español ha acuñado esta verdad diciendo: “Obras son amores”, comportamiento y actitud.
2.- La Navidad es fiesta de amor y de esperanza. El Señor en estas fiestas navideñas nos pide que sepamos contemplarlo, conocerlo, amarlo y vivir como Él nos enseña.
Este entramado forma parte de la existencia del ser humano. Desde que nacemos, y los cristianos desde el bautismo fundamentalmente, es una triple actitud la que el Señor nos anima a vivir: ir conociendo más a Dios. Ese conocimiento se nos regaló en el bautismo por la fe. Se conoce, se ama, se espera y se cumple la Palabra.
Estamos celebrando la Navidad, fiesta de luz, de amor y de esperanza. Dios nos ha enviado su Palabra, Jesucristo, para revelarnos su amor pleno y darnos vida.
3.- Celebramos el misterio del amor de Dios a los hombres. El ser humano está envuelto en el amor de Dios desde su concepción; y es adoptado como hijo de Dios en el bautismo, con lo cual queda aún más perfecta viviendo esa relación filial del amor de Dios.
Nuestra hermana Antonia, que nos ha dejado, fue iluminada por la luz de Dios en su bautismo. Eso ha significado el encendido del Cirio Pascual que simboliza el misterio pascual de Jesús, de su muerte y resurrección. Y de esa luz nosotros fuimos iluminados, nuestra vida quedó iluminada en el bautismo. Ella ha vivido con la esperanza de encontrarse con quien es la Luz y el Amor. Ahora acaba de ser llamada a contemplar de manera plena lo que tanto anheló en su vida terrena. Una mujer de fe. Esta es también nuestra esperanza.
4.- El cristiano está invitado a caminar siguiendo las huellas de Jesús, el Hijo de Dios. Se ha acercado a los hombres para enseñarnos el camino hacia Dios, porque el Camino es él mismo (cf. Jn 14,6). Quien quiera permanecer en él, «debe caminar como él caminó» (1 Jn 2,6).
Este camino viene trazado por el “mandamiento nuevo” del amor, que nos enseñó Jesús: «que os améis unos a otros; como yo os he amado» (Jn 13,34). La novedad consiste en vivirlo como Él, en caminar a su luz, en abandonar las tinieblas. La celebración de las exequias está siempre contraponiendo el tema de la luz y las tinieblas, es igual que el Evangelio de la carta de Juan. Vivimos en tinieblas y Cristo nos ilumina.
5.- Todo el Adviento ha sido la presentación de esa lucha entre luz y tinieblas hasta que llega la Luz, Cristo, que se encarna e ilumina nuestra vida. Ese es un proceso que hacemos desde el nacimiento y desde el bautismo hasta el final de nuestra vida.
Nuestra hermana Antonia podrá contemplar cara a cara la Luz eterna. La Luz de Cristo le ayudó a caminar aquí en la tierra, aunque lo hiciera con tropiezos, con sombras, con vendas; pero ella puede contemplar ahora cara a cara el rostro glorioso del Señor, sin vendas ni sombras, porque la luz verdadera brilla ya plenamente para ella (cf. 1 Jn 2,8).
Esto es un motivo de esperanza para todos. Lo ha sido para ella y lo es también para todo creyente en Cristo Jesús.
6.- En el Salmo hemos recitado animando a cielo y tierra a que se alegre. Hemos dicho: «alégrese el cielo y goce la tierra» (Sal 95). ¿Podemos alegrarnos cuando perdemos un ser querido? ¿Nos quita acaso el dolor por la pérdida? Ciertamente no, pero aún en el dolor y en el sentimiento de pérdida del ser querido podemos cantar desde la fe, desde el amor y desde el conocimiento de Jesús: «alégrese el cielo y goce la tierra» (Sal 95).
«Contad a los pueblos su gloria, sus maravillas a todas las naciones» (Sal 95,3), porque el Señor ha hecho maravillas en nuestras vidas y las están haciendo. Y las terminará de cumplir al final de nuestras vidas, como hoy creemos y por ello rezamos que las cumpla en nuestra hermana Antonia. Que termine lo que empezó. Esa obra buena, maravillosa de salvación, de iluminación, de amor; que la termine, que la lleve hasta el final y que ahora le hago gozar plenamente. Cristo es la Luz que alumbra a todas las naciones.
7.- En el texto de Lucas, en el Evangelio, hemos visto la actitud del anciano Simeón. Tomó en sus brazos a Jesús cuando sus padres lo llevaron al templo y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz» (Lc 2,28-29). Toda la vida estaba esperando este momento, encontrarse con el Salvador, a partir de ahí la vida ya había terminado para él, ya estaba preparado para irse con Dios: «porque mis ojos han visto a tu Salvador a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel» (Lc 2,30-32).
Esto es lo que nuestra hermana Antonia ha podido recitar al final de su vida porque también sus ojos han visto al Salvador. Lo han visto desde la fe, lo ha conocido, el Señor le ha iluminado, le ha salvado. Ya estaba preparada para irse con Dios.
Y aunque la fe no quite el dolor por la separación, porque nuestro corazón sangra por ser humano, tenemos nuestros sentimientos, la fe sí que es una esperanza y una certeza de que no acaba todo aquí.
Por eso, celebramos, hacemos fiestas de unas exequias. Celebramos la vida, celebramos la Luz de Dios, celebramos el amor y celebramos que se lleve a nuestra hermana para colmarla de ese amor, para iluminarla totalmente. Y aunque nos duela su superación ella estará mejor ahora.
8.- Que sea ésta nuestra oración para ella y también para sea para esperanza nuestra. No perdamos la esperanza, no nos desanimemos a pesar de los tropiezos y de las sombras con las que vivimos en la vida terrena. Nos espera la luz plena, nos espera el abrazo, los brazos de Dios Padre. Nos esperan todos los santos y los ángeles. Ese cortejo celeste.
Me gusta que al final de las exequias, del entierro se cante un canto que se cantaba antiguamente, que se va perdiendo pero que es muy esperanzador: “al Paraíso te conduzcan los ángeles, al encuentro del Señor”. Al Paraíso te conduzcan Antonia, tú que has compartido nuestra existencia y nuestra fe. Que así sea.