Francisco Javier Díaz, arquitecto: «El peligro que tenemos es fabricarnos un Dios a nuestra medida»

Diócesis de Málaga
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Hablar de recuerdos de familia es una de las mejores propuestas que se puede hacer a Francisco Javier Díaz Casado de Amezúa (Málaga, 1981). Este joven arquitecto se educó en el colegio de los Maristas, a quienes les tiene un gran cariño: «estoy muy orgulloso de mi paso por Maristas, que dejaron una gran huella en mí. Nunca olvidaré a los hermanos Leoncio, Lauro, Cabello y Antonio, y a muchos otros que cada día nos transmitían lo que significa humildad, sencillez, pobreza y obediencia. Sus ejemplos de vida nos sirven para toda nuestra vida».

Y no son los únicos religiosos ni sacerdotes que ha conocido en su vida. Su padre, Miguel Díaz Recio, y su madre, María del Carmen Casado de Amezúa, formaron un hogar de puertas abiertas. Javier es el más pequeño de cuatro hermanos y recuerda con mucho cariño la cena del día de los Reyes Magos. «El día 6 de enero, después de estar todo el día ayudando como pajes de los Reyes Magos, en la parroquia de la Trinidad, en Málaga, mis padres organizaban en casa la «cena de los curas». Así la llamamos los hermanos y así la seguimos celebrando incluso después de fallecer mi padre. Y lo mismo ocurría el día de Nochebuena, de nuevo la casa se llenaba con amigos de la familia, entre ellos varios sacerdotes».

Miguel Rojo, el padre Juan y D. Ramón Buxarráis son algunos de los sacerdotes que encontraban en la casa de Javier su propia casa. «Era una unión muy especial la que existía entre el grupo de amigos, que era de lo más variopinto. En nuestra casa organizaron varias veladas flamencas en las que podías ver cantar y dialogar juntos a sacerdotes, seglares cristianos y ateos, entre ellos destacaba el padre Juan, párroco de la Trinidad. Y eran capaces de compartir la Eucaristía y el partido de fútbol. Hasta al que fue alcalde de Málaga, Pedro Aparicio, lo hemos visto en casa compartiendo veladas en las que no importaba ni la religión ni la ideología, había algo superior a todo que los unía y se podía hablar de todo».

El padre de Javier falleció cuando él tenía nueve años y ha notado su ausencia durante toda su vida. Reconoce que «dejé de ser niño el día en que murió mi padre. Pero también reconozco que, gracias a la muerte de mi padre he aprendido otras cosas de la vida, entre ellas, valorar el esfuerzo que hizo mi madre. Hace ya 25 años que murió y todavía me sigo sorprendiendo de cómo la gente recuerda al doctor Miguel Díaz Recio y su generosidad: en las recetas incluía el teléfono de casa por si el paciente necesitaba algo, no pasaba ni un día en que no lo llamaran para una urgencia, en su tiempo de descanso, y dejara todo por atender a sus pacientes, en su consulta te podías encontrar a personas de toda clase social, atendía a a las Hermanitas de los Pobres… Y algo que nunca olvidaré, mi padre tenía una capacidad de escucha impresionante. Reconocía que, el 80% de las personas que llegaban a su consulta tenían más necesidad de ser escuchadas que de ser atendidas médicamente».

Al internista y nefrólogo Miguel Díaz Recio se le sigue recordando en toda Málaga, pero sobre todo entre los vecinos de la Colonia de Santa Inés, donde tiene una calle con su nombre. «Era un hombre que respetaba a todo el mundo, y yo así quiero ser», afirma su hijo.

Para Javier, la familia es el núcleo básico donde nos desarrollamos como personas, «fíjate que el mandamiento honrarás a tu padre y a tu madre está antes incluso de no matarás», puntualiza Javier. Se siente muy orgulloso de pertenecer a esta familia y de haber compartido tan buenos momentos con sacerdotes de los que ha aprendido mucho.

Otra de las grandes enseñanzas que recibió Javier en su familia es que «la fe se muestra en el día a día. Yo lo vi en mis padres e intento seguirlo en mi vida. Desde mi profesión, todos los días me planteo: como cristiano, qué puedo hacer por los demás». Y concluye: «el peligro que tenemos es fabricarnos un Dios a nuestra medida, que no nos complique y con Jesús de Nazaret no hay medias tintas. Cuando todos lo esperaban como un gran rey y Mesías, nació en un pesebre y entró en Jerusalén a lomos de un borrico».

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