En estos días, los cristianos celebramos dos fechas muy señaladas en nuestro calendario. Cada año, el 1 y el 2 de noviembre, miles de personas celebran la festividad de Todos los Santos junto con la conmemoración de los Fieles Difuntos; una ocasión que nos ha de llenar el corazón de inmensa esperanza, aunque la realidad actual muchas veces se nos imponga, trayéndonos un sentido muy distinto a aquel con el que nuestros mayores celebraban estas fiestas religiosas.
Hoy en día, nos cruzamos con fiestas que tienen que ver muy poco con el sentido cristiano; en nuestros colegios se enseña a los niños a celebrar fiestas de brujas y fantasmas, que de alguna manera son fiestas de muerte. En las calles, bares, restaurantes, tiendas, etc, se extiende un ambiente de miedo y terror que desvirtúa el verdadero sentido de estos días. Mientras unos celebran la muerte, los cristianos celebramos con esperanza la llamada que Dios nos hace a la Vida Eterna. Mientras algunos se quedan en fiestas de fantasmas, los cristianos rezamos por nuestros hermanos que partieron un día para estar junto al Padre Dios. Por todo ello, sería muy bueno aclarar qué celebramos en estos días.
DÍA DE TODOS LOS SANTOS
El día 1, solemnidad de Todos los Santos, celebramos la fiesta de todos aquellos que ya viven junto a Dios. Son santos, no porque hicieran muchas cosas maravillosas, sino porque intentaron cada día seguir los planes de Dios desde las cosas sencillas. Vivieron la llamada que Dios nos hace a todos a la santidad, y ahora gozan de la alegría que no tiene fin, junto a Él. Y por eso, porque millones de ellos son gente anónima que no ha sido canonizada, la Iglesia estableció un día para celebrar su memoria. Seguro que, entre todos ellos, hay gente que conocemos tú y yo.
DÍA DE LOS FIELES DIFUNTOS
El día 2, unida a la fiesta del día anterior, los cristianos celebramos la memoria de todos los Fieles Difuntos. No pedimos solamente por los nuestros, o por los del último año, o por los conocidos, … sino por todos los que han muerto. Pedimos a Dios, que es compasivo y misericordioso, que los admita junto a Él en su casa. Y es que nuestros hermanos difuntos, lo que más necesitan es nuestra oración. Mi abuela Pura me enseñó desde niño que, cuando visitara el cementerio en estos días, rezase por todos los difuntos; por todos, pero especialmente por aquellos a los que nadie recordaba, y me decía que «una flor se marchita, una lágrima se derrama, pero una oración llega al alma». Y por eso desde estas líneas, os animo a todos a que viváis con fe estas celebraciones.
VELAS COMO SIGNO DE RESURRECCIÓN
El día de Todos los Santos, demos gracias por esa cantidad enorme de personas que son para nosotros ejemplo de seguimiento del Señor. El día 2, recemos por todas las personas que vivieron entre nosotros y que, quizás, necesitan de purificación. Son nuestros hermanos difuntos (las almas del purgatorio). Pongamos esas velas como signo de nuestra fe en la Resurrección, y esas flores que, además de recuerdo, expresan la vida nueva junto a Dios. Porque Él no nos llama a «no sabemos qué», sino a vivir para siempre, en una vida que ya no cuenta ni con el dolor, ni con la enfermedad… ni siquiera con la misma muerte. «En la vida y en la muerte somos del Señor». Esta frase de San Pablo resume muy bien el sentido de estos días. Hemos sido creados por Amor y nuestra meta está en Vivir para siempre y amar sin medida.