Felisa del Pozo, una monja que deja huella

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Artículo de Manuel Montes dedicado a Felisa del Pozo, religiosa de la Sagrada Familia de Burdeos, que acaba de celebrar sus 90 años de vida

Hay personas que pasan por la vida dejando una profunda huella. Felisa es una de esas privilegiadas

A los buscadores de buenas noticias nos gusta más hurgar en la vida de personas concretas que comentar hechos indeterminados fruto de trabajos colectivos. Es decir, nos gusta poner cara a los generadores de situaciones positivas.

Hoy me quiero referir a una persona que lleva muchos años en Málaga formando a riadas de muchachas así como transmitiendo buen hacer desde sus dedicaciones profesionales y de voluntariado.

Felisa del Pozo, que así se llama nuestra protagonista de hoy, es una mujer que en estos días cumple 90 años. Nacida en una familia numerosa compuesta por los padres y ocho hermanos, ella nació en plena Republica en una ciudad agitada por los movimientos políticos. Felisa era la tercera de la prole y vivía en un ambiente acomodado. Una especie de “niña bien” que jugaba al tenis y practicaba la equitación. En medio de dicha situación Felisa escucha la llamada del Señor y a los 23 años decide encaminar sus pasos hacia el monacato. Ingresó en la orden de hermanas de la Sagrada Familia de Burdeos en la que permanece.            

Conocí a Felisa a mediados de los setenta. Por entonces ella era profesora de Filosofía del cercano Colegio del Monte perteneciente a su orden. Contaba con una pléyade de alumnas con las que mantenía una extraordinaria sintonía. Esas chicas de aquellos tiempos (las que ella denomina como “las antiguas”) hoy madres –y algunas abuelas- de familia, siguen manteniendo una estrecha relación con Felisa, pese a que esta se encuentra jubilada de sus actividades docentes.

Felisa es lo que yo denomino como una monja de “escopeta y perro”. No se esconde tras unos hábitos –jamás la he visto con los mismos-, ni practica un lenguaje y una forma de relacionarse muy del tiempo y del mundo que la rodea. Esta cercanía a la realidad diaria la ha motivado para su inclusión en el mundo del voluntariado. La conocí como orientadora del Teléfono de la Esperanza, a cuya actividad como voluntaria ha dedicado gran parte de su tiempo libre. Allí sigue. 

Pero no solo se queda en esto. Vive junto a otras compañeras jubiladas en un pequeño piso de un barrio humilde malagueño: “las Flores”, donde tiene montado una especie de refugio para los que lo necesitan. Trabaja en Caritas de su parroquia, visita a enfermos y está muy pendiente de las actividades de la zona en las que no duda en participar.

Cuando se recibe una llamada telefónica de Felisa se sabe que con seguridad es para pedirte ayuda. Nunca para ella. Siempre para su gente. Sabe como, a quién, cuando y para qué recurrir. Y si no la puedes ayudar te lo agradece lo mismo. Sabe que es querida y obra en consecuencia.

Ayer nos reunimos a su alrededor un montón de su amigos en su viejo colegio de El Monte para homenajearla. Cumple sus primeros noventa años. No necesita haber tenido un hijo, escribir un libro ni plantar un árbol para disfrutar de una vida plena. Todas esas premisas las ha realizado. Tiene un montón de hijas e hijos –entre sus alumnos-. Ha escrito muchas bellas páginas en el libro de la vida y ha plantado un montón de consejos y experiencias en cuantos han acudido a ellas en el Teléfono de la Esperanza o en la barriada de las Flores.

La vida de Felisa del Pozo López es una maravillosa noticia y un ejemplo a seguir.Termino con una frase que desgranó una de sus antiguas alumnas como colofón al homenaje que se le tributó. “Le doy gracias a Felisa por habernos acercado a Dios y a Dios por habernos acercado a Felisa”. Una monja que deja huella. 

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