«La Alegría del Evangelio» (Evangelii gaudium) es el título de la primera exhortación apostólica del papa Francisco. Su estudio y conocimiento es una de las prioridades pastorales de la Diócesis de Málaga para este curso.
El domingo tercero de Adviento es llamado también domingo «Gaudete» (regocíjate, alégrate), por la antífona de entrada de la Misa: «Estad siempre alegres en el Señor, os lo repito, estad alegres» (Flp 4,4-5).
Cuando la celebración de la Navidad es inminente, la liturgia de hoy resalta con fuerza la alegría de la llegada del Señor, como dice la oración colecta de la Misa: «Estás viendo, Señor, cómo tu pueblo espera con fe la fiesta del nacimiento de tu Hijo; concédenos llegar a la Navidad, fiesta de gozo y salvación, y poder celebrarla con alegría desbordante».
Hace ya más de un año, el 24 de noviembre de 2013, que el Papa nos regaló la Evangelii gaudium, cuyos primeros números son una vibrante invitación a no ceder a la tristeza individualista propia del espíritu materialista que nos rodea y a vivir la alegría profunda del Evangelio. Es un momento oportuno para preguntarnos si estamos acogiendo esta bella exhortación pontificia al hilo de nuestra vivencia de la liturgia.
El riesgo del mundo consumista actual: la tristeza individualista
Nos dice el Papa: «El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente. Muchos caen en él y se convierten en seres resentidos, quejosos, sin vida. Ésa no es la opción de una vida digna y plena, ése no es el deseo de Dios para nosotros» (EG 2).
Pero con Jesucristo siempre nace y renace la alegría
Frente a esta tristeza individualista, el Papa, al igual que la liturgia de este domingo, nos recuerda que: «La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría» (EG 1).
Invitación apremiante al encuentro con Jesucristo y a volver a empezar
En este domingo de Adviento deberíamos volver a la invitación del Papa, renovando el encuentro con Jesucristo y la alegría que brota del mismo: «Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. No hay razón para que alguien piense que esta invitación no es para él, porque «nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor». Al que arriesga, el Señor no lo defrauda, y cuando alguien da un pequeño paso hacia Jesús, descubre que Él ya esperaba su llegada con los brazos abiertos» (EG 3).
Siempre es posible acudir a su misericordia y empezar de nuevo
Nos sigue diciendo el Papa: «Éste es el momento para decirle a Jesucristo: «Señor, me he dejado engañar, de mil maneras escapé de tu amor, pero aquí estoy otra vez para renovar mi alianza contigo. Te necesito. Rescátame de nuevo, Señor, acéptame una vez más entre tus brazos redentores». ¡Nos hace tanto bien volver a Él cuando nos hemos perdido! Insisto una vez más: Dios no se cansa nunca de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de acudir a su misericordia. Aquel que nos invitó a perdonar «setenta veces siete» (Mt 18,22) nos da ejemplo: Él perdona setenta veces siete. Nos vuelve a cargar sobre sus hombros una y otra vez. Nadie podrá quitarnos la dignidad que nos otorga este amor infinito e inquebrantable. Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría» (EG 3).
El Evangelio invita insistentemente a la alegría
«El Evangelio, donde deslumbra gloriosa la Cruz de Cristo, invita insistentemente a la alegría. Bastan algunos ejemplos: «Alégrate» es el saludo del ángel a María (Lc 1,28). La visita de María a Isabel hace que Juan salte de alegría en el seno de su madre (cf. Lc 1,41). En su canto María proclama: «Mi espíritu se estremece de alegría en Dios, mi salvador» (Lc 1,47). Cuando Jesús comienza su ministerio, Juan exclama: «Ésta es mi alegría, que ha llegado a su plenitud» (Jn 3,29). Jesús mismo «se llenó de alegría en el Espíritu Santo» (Lc 10,21). Su mensaje es fuente de gozo: «Os he dicho estas cosas para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría sea plena» (Jn 15,11). Nuestra alegría cristiana bebe de la fuente de su corazón rebosante. Él promete a los discípulos: «Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría» (Jn 16,20). E insiste: «Volveré a veros y se alegrará vuestro corazón, y nadie os podrá quitar vuestra alegría» (Jn 16,22). Después ellos, al verlo resucitado, «se alegraron» (Jn 20,20). El libro de los Hechos de los Apóstoles cuenta que en la primera comunidad «tomaban el alimento con alegría» (2,46). Por donde los discípulos pasaban, había «una gran alegría» (8,8), y ellos, en medio de la persecución, «se llenaban de gozo» (13,52). ¿Por qué no entrar también nosotros en ese río de alegría?» (EG 5).
Alfonso Fernández-Casamayor Palacio
Deán de la S.I. Catedral