Eucaristía de envío de los profesores cristianos (Catedral-Málaga)

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Homilía de Mons. Jesús Catalá durante la Eucaristía celebrada en la Catedral con motivo del envío de los profesores cristianos el 19 de octubre de 2024.

EUCARISTÍA DE ENVÍO DE LOS PROFESORES CRISTIANOS

(Catedral-Málaga, 19 octubre 2024)

Lecturas: Is 53, 2-3.10-11; Sal 32, 4-5.18-20.22; Hb 4, 14-16; Mc 10, 35-45. (Domingo Ordinario XXIX-B)

1.- El evangelio de hoy presenta la petición que los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, hacen a Jesús: «Concédenos que nos sentemos en tu gloria, uno a tu derecha y otro a tu izquierda» (Mc 10, 37). 

Cuando los otros discípulos escucharon la pretensión de los dos hermanos se indignaron contra ellos (cf. Mc 10, 41); reacción muy normal y lógica. Jesús salió al paso de la discusión amonestándoles de no querer dominar y ser señores, sino de servir: «No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor» (Mc 10, 43).

La grandeza no consiste en tener altos cargos o que le sirvan a uno; la grandeza está en servir. En el reino de los cielos el más grande es el servidor de todos; así lo hizo Jesús: «Tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mc 10, 45).

Jesús debe ser nuestro maestro en el servicio; por eso: «el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos» (Mc 10, 44). Él ofrece su juicio sobre uno de los grandes ídolos de este mundo: el poder. Jesús cambia la concepción de poder que tiene el mundo. Siendo Dios omnipotente, se despojó de su rango haciéndose hombre pasible y tomando la condición de siervo (cf. Flp 2, 7). Con ello revela un nuevo poder: el de la cruz, la entrega y el servicio. 

2.- El poder humano tiene infinitas ramificaciones y se mete por todas partes. El problema del poder no se plantea sólo en el mundo político, social y económico, como estamos viendo todos los días en nuestra sociedad; existe también en nuestras vidas personales, en las familias, en los grupos, en los movimientos y asociaciones. 

Nuestra mente puede convertirse en una especie de «trono», en el que nos sentamos para dictar sentencias contra quien no se somete a nuestra voluntad. En el canto del «Magnificat» la Virgen María anticipa la revolución silenciosa obrada por la venida de Cristo y dice que Dios «dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes» (Lc 1, 51-52). Ella señala implícitamente un ámbito preciso en el que hay que empezar a combatir la «voluntad de poder», que radica en el del propio corazón. 

Cada uno de nosotros podemos ser los «poderosos en los tronos», desde donde manifestamos nuestra voluntad de dominio sobre los demás, causando sufrimientos y atropellos, sobre todo a los más débiles. 

3.- Vivimos tiempos recios, como decía Santa Teresa de Jesús. En general existe en nuestra sociedad demasiada prepotencia, vanidad, violencia, afán de poder y de prestigio, ganas de poseer y de dominar. 

Es la hora de los que se fían de Dios y son capaces de entregar sus vidas por los demás en actitud de servicio. Este es uno de los secretos del Evangelio de hoy; se trata no solo de arriesgar la vida por servicio a los demás y quedar por ello llenos de alegría, sino que, si nosotros nos ocupamos de las cosas de Dios, realizando su acción misericordiosa y compasiva, Él se encarga y cuida de nosotros. 

Como hemos rezado en el Salmo: «Nosotros aguardamos al Señor: él es nuestro auxilio y escudo (…). Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti» (Sal 32, 20.22).

4.- En este domingo celebramos el DOMUND, Día Mundial de la Propagación de la fe, con el lema: “Id e invitad a todos al banquete”. El Señor nos anima a invitar a todos al banquete de su Palabra y de la Eucaristía. Y nos pide que seamos sus testigos: «Todo aquel que se declare por mí ante los hombres, también el Hijo del hombre se declarará por él ante los ángeles de Dios» (Lc 12, 8). 

Como se ha dicho en la monición de entrada, celebramos hoy el «envío» de los profesores de Religión católica y de los profesores cristianos, que imparten cualquier materia.

Los profesores cristianos sois verdaderos misioneros, que anuncian en los areópagos de las instituciones educativas el mensaje de salvación, que es Jesucristo; no son normas o ideas; ni siquiera una doctrina. El anuncio es la persona de Jesucristo que nos habla.

Para llevar a cabo esta misión hay que vivir la fe, el amor y la esperanza de manera coherente. Nuestra identidad cristiana en la enseñanza es nuestro mejor tesoro y nuestra mejor oferta.

La escuela católica tiene el derecho y el deber de enseñar con coherencia los valores cristianos y de ejercitar una acción propia de anuncio y de vida cristiana, buscando la integración entre la fe y la razón. Se trata de una «oferta respetuosa», que el oyente del mensaje pueda con toda libertad adherirse a ella o rechazarla. A nadie se le obliga a creer; pero a todos debemos ofrecer el anuncio de Jesucristo. 

Pero debemos tener en cuenta, además, que no existe la enseñanza neutra, como algunos pretenden hacernos creer; porque siempre tiene una propuesta educativa, fundada en unos valores o en otros. Por ello, también los profesores cristianos en escuelas estatales debéis hacer la propuesta educativa desde vuestros principios cristianos. Insisto en que se trata de una propuesta u oferta, que el interlocutor pueda acoger si lo desea.

5.- Jesús pregunta a sus discípulos si son capaces de beber el cáliz del sufrimiento que él va a beber. Y ellos responden afirmativamente (cf. Mc 10, 38-39). El anuncio del Evangelio puede ser difícil y ser rechazado; y no solo el anuncio, porque también podéis sentiros rechazados los profesores; pero el Señor nos anima a asumir esta tarea unidos a él.

Deseo agradecer vuestra labor de testigos del evangelio en los colegios y escuelas donde ejercéis la tarea educativa. ¡Que el Señor os mantenga fieles en esta hermosa misión!

¡Invitemos sin temor al banquete del Señor para que todos puedan escuchar la Palabra salvadora, y seamos nosotros también partícipes de ese banquete que alimenta nuestra alma hasta la vida eterna!

Los que anuncian la palabra de Dios en medio del mundo tienen que hacerse primero discípulos de esa misma palabra, acogiéndola en su interior. Deben acogerla en la mente y en el corazón, para que vaya transformando su forma de pensar, su manera de amar, sus relaciones humanas y su forma de vivir. Se trata de un camino o proceso, que debemos trabajar constantemente.

Pedimos a Santa María de la Victoria, maestra en la tarea de evangelización, que nos ayude a llevar a cabo la misión que la Iglesia nos confía como educadores cristianos. Amén.

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