Encuentro de Formadores de los Seminarios de Andalucía (Seminario-Málaga)

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Homilía de Mons. Catalá durante la Eucaristía celebrada en el Encuentro de Formadores de los Seminarios de Andalucía

ENCUENTRO DE FORMADORES DE LOS SEMINARIOS DE ANDALUCÍA

(Seminario-Málaga, 29 enero 2023)

Lecturas: Sof 2, 3; 3, 12-13; Sal 145, 6-10; 1 Co 1, 26-31; Mt 5, 1-12.

(Domingo Ordinario IV – A)

1.- El profeta Sofonías anima a buscar al Señor, a practicar el derecho, a indagar la justicia, para resguardarse del día de la ira del Señor (cf. Sof 2, 3). Es bueno recordar aquí el proverbio: “Acuérdate de los novísimos y no pecarás”.

La búsqueda de Dios es tarea de todo hombre, porque en ello le va la salvación y la felicidad eterna. El papa Benedicto XVI nos recordaba que “no hay prioridad más grande que ésta: abrir de nuevo al hombre de hoy el acceso a Dios, al Dios que habla y nos comunica su amor para que tengamos vida abundante (cf. Jn 10,10)” (Verbum Domini, 2). A eso estamos llamados todos los cristianos y formamos parte de esa humanidad que busca a Dios.

2.- Queridos rectores de Seminario, como formadores de futuros presbíteros tenéis la hermosa tarea de educarles en esta misión, ayudándoles a descubrir nuevos caminos.

Esta generación joven ya no es la nuestra y vivimos en una sociedad que ha cambiado mucho desde hace unas décadas.

No es suficiente el estudio académico; sino que es necesaria la creatividad, unida a la oración. Queridos seminaristas, sed creativos en la proclamación de la Buena nueva a vuestra generación.

Un aspecto importante de nuestra formación es la dimensión humana, que da la impresión de que se olvida. Se trabaja mucho por la dimensión espiritual, buscando la santidad, la dimensión teológica y la pastoral. Pero donde no hay “percha”, no se puede colgar nada; es decir, es necesaria la dimensión humana del sacerdote, que todos, tanto los formadores como los seminaristas, debemos potenciar. Es necesario que el sacerdote sea una persona humana, que sea cercano a los demás, que sea prudente, amable. Esto es a veces mucho más importante que un gran intelectual que maltrata a las personas.

3.- Una tarea principal de los formadores es el discernimiento y el acompañamiento vocacional; tal vez la más difícil. El ser humano necesita abrirse a la vocación divina, para realizar su propio desarrollo y alcanzar la madurez (cf. Benedicto XVI, Caritas in veritate, 18).

Es necesario poner mucha atención y esfuerzo para realizar esta tarea formativa. La vida de los candidatos al ministerio sacerdotal depende mucho de acertar en el discernimiento.

El Salmo responsorial nos recuerda que Dios «mantiene su fidelidad perpetuamente» (Sal 145, 6). Él no cambia; pero podemos no acertar en descubrir su voluntad.

Todos conocemos casos en los que no se ha hecho bien esta tarea y después produce sufrimiento y necesidad de re-adaptar la vida a las nuevas circunstancias. Resulta doloroso escuchar a un sacerdote decir que ese no era su camino.

4.- El Señor liberta a los cautivos (cf. Sal 145, 7), abre los ojos al ciego, endereza a los que se doblan, ama a los justos (cf. Sal 145, 8). Por tanto, tenemos la seguridad de parte de Dios, porque Él no falla; falta que sintonicemos con su voluntad.

Hemos de pedirle al Espíritu que nos ilumine. Y los seminaristas debéis pedir por vuestros formadores, porque de esa manera se les ama y se les comprende más.

Para escuchar la radio o ver una televisión es necesario “sintonizar”, de lo contrario no se puede ver ni escuchar. Si no estamos en sintonía, no escucharemos al Señor y tampoco a los formadores.

5.- San Pablo dice que Dios ha escogido lo necio del mundo «para humillar a los sabios, y lo débil del mundo lo ha escogido Dios para humillar lo poderoso» (1 Co 1, 27).

Eso significa que nos ha escogido, sin merecerlo por nuestra parte, para la misión que Él nos encomienda. Estamos agradecidos al Señor por la llamada al ministerio sacerdotal; y a los formadores os ha llamado a la tarea de ser educadores de futuros sacerdotes.

Nadie puede gloriarse en presencia del Señor (cf. 1 Co 1, 29) de sus méritos propios; sino que «el que se gloríe, que se gloríe en el Señor» (1 Co 1, 31). Demos, pues, gloria a Dios, aceptando su voluntad y haciendo nuestra tarea lo mejor que sepamos y podamos, confiando en Cristo Jesús, que «se ha hecho para nosotros sabiduría de parte de Dios, justicia, santificación y redención» (1 Co 1, 30).

6.- El Evangelio Mateo nos ofrece hoy las Bienaventuranzas, que son el retrato del cristiano y del seguidor de Cristo, la carta de identidad y, al mismo tiempo, como se dice ahora el mapa de ruta siguiendo el Evangelio.

Jesús llama bienaventurados a los pobres en el espíritu (cf. Mt 5, 3); a los sufridos (cf. Mt 5, 4), a los que trabajan por la paz (cf. Mt 5, 9); a los que tienen hambre y sed de la justicia (cf. Mt 5, 6); a los misericordiosos (cf. Mt 5, 7); y a los limpios de corazón (cf. Mt 5, 8).

Sin embargo, nuestra sociedad propone otro tipo de vida, otras bienaventuranzas, contrario al programa de Cristo. Las bienaventuranzas de este mundo están en las antípodas de las de Cristo y llaman felices a los ricos, que explotan a los pobres; a los violentos, que conquistan por la fuerza su grandeza; a los vengativos sin piedad; a los que mienten, para obtener su objetivo; a los que se ríen del pobre y humilde; a los que desprecian las virtudes como la honestidad, la honradez y la castidad.

7.- Ser cristiano consiste en encontrarse con Jesucristo y seguirlo. Se basa en el encuentro y el seguimiento de una Persona, como dice el Benedicto XVI: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Deus caritas est, 1). El plan del cristiano es encontrarse con Cristo y seguirle.

No se trata de cumplir unos preceptos; porque, cuando uno ama a una persona, y esa persona es Dios, guardar los mandamientos que nos pide no es esclavitud, sino oportunidad para demostrar con obras nuestra fidelidad y nuestro amor.

Ser cristiano es seguir a Cristo, encontrarse permanentemente con Él, vivir en su presencia, dejarse amar y transformar por Él, aprendiendo su estilo de vida y su modo de pensar; como el apóstol Pablo, tener los mismos sentimientos que Él (cf. Flp 2, 5), purificando nuestros afectos según su corazón y aceptando su santa voluntad. Ese es un hermoso plan de vida para todo cristiano y, más aún, para todo seminarista y para todo sacerdote.

Vivamos, pues, según las Bienaventuranzas de Jesús y alcanzaremos la verdadera felicidad, que el mundo no puede dar y que ofrece otra forma de felicidad que no vale y no que se sostiene.

Pedimos a la Santísima Virgen María que nos cuide con su amor maternal y nos acompañe en esta hermosa aventura de seguir a Jesús sin condiciones. Amén.

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