Encuentro de Delegados Diocesanos de Juventud de Andalucía (Catedral-Málaga)

Diócesis de Málaga
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La diócesis de Málaga es una sede episcopal dependiente de la archidiócesis de Granada, en España. Su sede es la Catedral de la Encarnación de Málaga.

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en el Encuentro de Delegados Diocesanos de Juventud de Andalucía (Catedral de Málaga) celebrado el 2 de octubre de 2016.

ENCUENTRO DE DELEGADOS DIOCESANOS

DE JUVENTUD DE ANDALUCÍA

(Catedral-Málaga, 2 octubre 2016)

Lecturas: Hab 1, 2-3; 2, 2-4; Sal 94, 1-2.6-9; 2 Tm 1, 6-8.13-14; Lc 17, 5-10.

1.- El justo vivirá por su fe

El profeta Habacuc se hace eco de la preocupación que tiene el fiel creyente de combinar la fe y la vida. A veces pedimos a Dios que resuelva nuestros problemas. Habacuc, casi con un grito, dice: «¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio sin que me oigas?» (Hab 1, 2). Es la experiencia de pedir a Dios cosas que no concede, bien porque no nos conviene o porque su voluntad es otra.

Hemos de hacer un esfuerzo para saber qué significa vivir la fe en la vida cotidiana; fe y vida: unir ambas cosas. O lo que es lo mismo, hemos de pensar en cómo acoger la voluntad de Dios en mi vida, pues esto implica y supone mucho, y a veces resulta muy difícil.

Nos cuesta admitir la realidad cruda y dura de la vida: enfermedades, guerras, violencias, opresiones, y, sobre todo, la manipulación y el abuso del hombre por otro hombre.

En todo esto la Palabra de Dios, hoy, nos habla de la importancia del creyente en esta sociedad y en este mundo. El Señor, en boca de Habacuc, dice: «Mira, el altanero no triunfará; pero el justo por su fe vivirá» (Hab 2, 4). Aquel que se enraíza o se conecta y entra en comunión con Dios vivirá y vivirá eternamente. Y el que pone la confianza en sus proyectos, en sus cosas, como la casa que se construye sobre la arena, caerá. Si no está edificada sobre sólidos fundamentos, sobre roca, sobre Cristo, nuestros proyectos caerán; aunque sean proyectos pastorales hermosos.

Es muy importante lo que habéis trabajado estos días, habéis compartido, reflexionado y rezado; pero hablando de esa vinculación de fe y vida, a veces hacemos proyectos juveniles muy hermosos y al final lo importante es que el joven viva la fe como joven, en su vida. El joven que es estudiante, hijo de una familia, hermano de hermanos, amigo, o trabajador, o profesional, que viva la fe como tal. Si no propiciamos que los jóvenes sean protagonistas de los proyectos, todo se viene abajo. Lo más importante y lo más difícil es ayudar al adolescente y al joven para que viva la fe diariamente, para que armonice fe y vida en una sociedad en lo que eso está separado.

Los obispos recibimos cartas y correos de personas que empiezan diciendo: “yo soy católico, apostólico y romano”, cuando uno empieza así, esperad a ver lo que hay detrás. Porque casi siempre es “pero…” y te ponen verde. Si eres católico, apostólico y romano no me digas que estás a favor del divorcio, del aborto, del… No, fe y vida deben estar unidas.

Esta fiesta dominical de hoy nos incide en que debemos pensar y repensar cómo vivimos la fe en nuestra vida.

El papa Benedicto, en la carta a los jóvenes, invitándoles a la JMJ-Madrid 2011 (Vaticano, 6.08.2010), les explica lo que significa vivir arraigados, firmes y fieles, y evoca el texto del justo, que, como el árbol junto al agua, crece y da fruto. Para mantenerse junto a la corriente, crecer, y no ser arrastrado por las aguas torrenciales, debe haber raíces profundas, y cimientos de piedra.

2.- Dar testimonio de Jesucristo

San Pablo anima a su discípulo y amigo Timoteo a reavivar el don recibido en la imposición de manos (cf. 2 Tm 1, 6). Esto, dicho a Timoteo o dicho a los sacerdotes y a los obispos, como en sentido amplio se puede aplicar a todo cristiano que ha recibido el bautismo y la confirmación, con la donación del Espíritu Santo, porque ha recibido una imposición de manos. Hoy, lo que dice san Pablo a Timoteo nos lo dice también a nosotros. Reavivar el carisma, el don del Espíritu; es decir, la fe, la esperanza y la caridad que recibisteis en el bautismo y en la confirmación, que es el sacramento que perfecciona el bautismo. Ambos sacramentos son inseparables, deben ir unidos.

Dios nos ha dado un espíritu de fortaleza, de amor y de templanza (cf. 2 Tm 1, 7). La fuerza no es nuestra, sino de Dios. No debemos tener miedo, como nos animaba el papa Juan Pablo II desde el inicio de su pontificado.

Y, sobre todo, el apóstol Pablo nos exhorta hoy: «No te avergüences del testimonio de nuestro Señor, ni de mí, su prisionero; antes bien, toma parte en los padecimientos por el Evangelio, según la fuerza de Dios» (2 Tm 1, 8). Este es un tema importantísimo de la fe testimoniada. A veces nos avergüenza llamarnos cristianos porque nos señalan con el dedo en la Universidad, porque nos critican, por muchas cosas.

El Señor, en palabras de san Pablo, nos anima hoy a que no nos avergoncemos de ser testigos de Jesús allá donde estemos.

Ese sería el objetivo de la pastoral juvenil: ayudar, animar a los jóvenes a que sean testigos de Cristo, a que vivan su fe en el medio en donde se encuentren sin avergonzarse, sin miedos.

3.- Recompensa: Anunciar el Evangelio

Cuando Pablo dice: «¡ay de mí si no anuncio el Evangelio!» (1 Co 9, 16). ¿En qué consiste la recompensa? En evangelizar, en anunciar a Cristo, esa es la recompensa. A veces, esperamos una recompensa distinta: que se me valore, que se me ayude, que se me ponga en una tarea o en un cargo. El anunciar el Evangelio en sí es la recompensa.

El grupo de hoy, tanto el obispo, sacerdotes, delegados, miembros de las delegaciones, colaboradores tenemos la misma tarea y la misma recompensa: el hecho de ser testigo y anunciadores del Evangelio. Esa es la tarea y la recompensa a la vez. No busquemos ni pensemos otras cosas.

Todos vosotros recibiréis la recompensa de ser anunciadores del Evangelio. Recordad lo que decía san Pablo: «El hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio! Si yo lo hiciera por mi propio gusto, eso mismo sería mi paga. Pero, si lo hago a pesar mío, es que me han encargado este oficio. Entonces, ¿cuál es la paga? Precisamente dar a conocer el Evangelio, anunciándolo de balde, sin usar el derecho que me da la predicación del Evangelio» (1 Co 9, 16-18).

4.- Siervos inútiles

El Evangelio de Lucas también toca el tema de la fe y su relación con la vida. Los apóstoles pidieron al Señor: «Auméntanos la fe» (Lc 17, 5). Y el Señor les recriminó su falta de fe: «Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: Arráncate de raíz y plántate en el mar”, y os obedecería» (Lc 17, 6). No creo que nuestra fe llegue a tanto, de hecho, hay muchas cosas que nos gustaría, pero como no tenemos suficiente fe no lo conseguimos.

Pero lo más importante es la tarea que nos toca. No sólo que la recompensa es el hecho de anunciar el Evangelio, sino que el Señor nos dice que somos siervos inútiles.

Somos siervos inútiles; pero nos consideramos muy importantes y a veces hasta imprescindibles.

Sin embargo, el Señor Jesús nos hace ver la realidad de que somos siervos inútiles: «Cuando hayáis hecho todo lo que se os ha mandado, decid: Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer» (Lc 17, 10). Simplemente hemos hecho lo que teníamos que hacer; y muchas veces ni siquiera eso.

Levantad la mano los que habéis hecho todo lo que el Señor os ha mandado. (Nadie levanta la mano). ¿Qué pasa? Pues que ni siquiera somos siervos inútiles, somos mucho más que inútiles, porque ni siquiera hacemos lo que el Señor nos pide.

Por tanto, no podemos decir: “he hecho lo que el Señor me pedía”. Y el Señor me dirá: “pues eres un siervo inútil”. Tenemos que ponernos delante del Señor y decirle que lo sentimos, que ni siquiera hemos hecho lo que Él nos pedía. Entonces el Señor nos dará un abrazo de amor y esa será nuestra recompensa.

Nos animamos y asumimos la tarea de animar a los otros jóvenes a que vivan así, a que se dejen penetrar por esa presencia salvadora de Cristo, por esa luz que ilumina la vida, la del Evangelio. Y vivir esto en la vida diaria. No hace falta grandes empresas, cada día, cada domingo, cada lunes y cada martes en el trabajo, en los estudios, en la familia… unir fe y vida, que a veces están demasiado separadas.

Pedimos a la Santísima Virgen María, en su advocación de Santa María de la Victoria, Patrona de la diócesis, en cuyo Santuario estamos celebrando esta eucaristía, que nos dé su maternal intercesión y su ayuda para ser buenos y valientes testigos del Evangelio, y que nos ayude a hacer lo que nos toca, sin esperar recompensas humanas. Que así sea.

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