Roberto Rojo (Madrid, 1952) es vicario episcopal territorial de Melilla y nos ayuda a acercarnos a la vivencia de la Semana Santa en la ciudad auto.
Melilla es un escenario multirreligioso. ¿Cómo viven las otras confesiones esta explosión de fe en las calles?
Es una mezcla que a algunos sorprendería. Podemos encontrar portando algunos tronos a musulmanes o hindúes porque son amigos de otros hermanos, y también se agolpan en las calles para ver las procesiones. Y todo desde un respeto muy grande. Este año, además, celebramos la misma semana la Pascua cristiana y la hebrea.
¿Cuáles son los momentos que más le llegan al corazón?
El Triduo Pascual, con sus momentos de oración y celebración comunitaria. El espíritu de Jesucristo es algo que nos deslumbra, que no podemos abarcar en su totalidad. Para mí es lo más importante, y terminar con la Resurrección. Luego, en la calle, destaca el Via Crucis, que se hace por toda la zona amurallada recordando los tiempos en los que Melilla estaba asediada y sacaban a la calle un crucifijo con sus faroles para que viesen que todavía quedaban cristianos. También es precioso ver la liberación del preso, que puede ser también una persona musulmana y, que normalmente se une al cortejo detrás del Señor. En general, todos los tronos son especiales, como el Santo Entierro, que culmina con la Virgen de la Soledad, cuando se apagan las luces de toda la avenida y María sólo es alumbrada por las velas que lleva la gente que la acompaña.
Acompañar la fe de los melillenses ¿qué le aporta?
No sabría explicarlo con palabras. Es un sentimiento complejo, de satisfacción pero que también te hace sufrir. Es como esa cruz que el Señor te da. Me entristece no tener solución para todos los problemas y ver que solo tengo el arma de la oración para poder llevar esa alegría de Cristo Resucitado, pero en la vida cotidiana no es fácil y hay cruces grandes y pequeñas, que tienes que soportar y llevar como una carga gozosa para seguir presentando a Cristo vivo en el rincón donde te toca vivir.
En Melilla, mirar al crucificado es ver el rostro de muchos a los que la Iglesia acompaña en las periferias.
Precisamente, en la vigilia de Semana Santa, orábamos ante la cruz y ante la Eucaristía, ese Cristo vivo, ese resplandor que nos sorprende y siempre está con nosotros. Y yo reflexionaba sobre cómo en nuestra sociedad tenemos una cruz sin Cristo, que nos ha redimido, y en la que lo único que intentamos poner son esos cristos policromados que son muy bonitos, pero que no dejan de ser de madera. Luego hay muchos cristos sin cruz, todas estas personas que viven en la pobreza, y también tenemos una cruz con Cristo, pero un Cristo despedazado, al que le falta algo: le faltamos cada uno de nosotros, para que nos arrimemos a esos cristos vivos que están a nuestro alrededor y que, en Melilla, son fruto de la pobreza, la inmigración, la desigualdad, el desarraigo familiar… Hay muchos “cristos” que no tienen cruz, y tenemos que mirar a esa cruz que nos ha redimido para encontrarnos con ellos.
Ana María Medina