El verano: tiempo de acogida

Diócesis de Málaga
Diócesis de Málagahttps://www.diocesismalaga.es/
La diócesis de Málaga es una sede episcopal dependiente de la archidiócesis de Granada, en España. Su sede es la Catedral de la Encarnación de Málaga.

La Diócesis de Málaga, abierta por vacaciones, dispara su población en verano. No es un secreto. Como tampoco lo es la vocación específica de la comunidad cristiana a la acogida, a la hospitalidad. Con quien llega a nuestras tierras.

Por motivos diferentes, pero llegan. El verano con sus veraneantes ofrece una ocasión propicia para practicar una hospitalidad amable, aunque quizá no sea tan exigente como la que podemos llegar a experimentar cuando acogemos a emigrantes, desplazados o refugiados.

Por cierto, al cristiano que por motivos ideológicos rechace la acogida a emigrantes, si le resulta más fácil, sugiero que empiece por acoger a quien veranea, recuperando el recordado “al turismo, una sonrisa”. Aunque a todas luces sea insuficiente: porque ni la sonrisa ni ser hospitalario con quien está de vacaciones es suficiente para responder a una de las sentencias evangélicas con la que encararemos el juicio final: “era forastero y me alojasteis (Cfr Mt 25, 35)”.

Una sonrisa

Seamos amables. Ofrezcamos una sonrisa. Seamos educados. Y todo ello, desde la experiencia de Dios. Nuestras comunidades parroquiales, especialmente las de la Costa del Sol, están llamadas a ser también hospitales de campaña para el veraneante. Que nadie se vaya de nuestra diócesis sin recibir la atención espiritual demandada y adecuada. Que el verano puede dar para mucho, también para caer en la tentación. Ofrezcamos nuestros confesonarios, nuestros horarios de Misa, nuestra atención pastoral a quien lo necesite. Que nuestras parroquias permanezcan abiertas. Que quienes nos visitan descubran en nosotros comunidades abiertas, inclusivas, respetuosas con las diversas formas y estilos de comprender y vivir la fe.

Es una riqueza poder disfrutar de la compañía de personas procedentes de todas las partes de España y el mundo. Cada una con sus acentos y sus particularidades. Compartir con ellas la fe nos enriquecerá como Iglesia local; escuchar sus experiencias nos enseñará a crear comunión, a caminar en sinodalidad. Porque el contacto con el otro lleva a descubrir su secreto, a abrirse a él para compartir su experiencia de fe y contribuir así a un conocimiento mutuo que nos hará amar la familia que conformamos los creyentes en Cristo Jesús. De este modo, se experimenta en primera persona que las diferencias personales, culturales y sociales contribuyen a la unidad, al entendimiento y a la acogida.

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