
Repartidos por diversas estancias, la Catedral cuenta con magníficos ejemplares de relojes antiguos. Sin duda, el más sobresaliente es el que se encuentra expuesto en la sala capitular, el lugar donde el deán y los canónigos mantienen sus reuniones para el buen gobierno del primero de los templos de la diócesis.
El instrumento en cuestión lo realizó en 1730 el londinense Henry Thornton, reputado relojero, miembro de la London Clockmakers Company, que detentó el cargo de maestro de su gremio entre los años 1723 y 1732, y que surtió de sus creaciones a la mismísima corte de los zares. El conservado en nuestra basílica, cuenta además con una hermosísima caja dorada con una decoración esgrafiada al gusto rococó que le otorga una gran prestancia.
Originalmente, estuvo colocado en el coro, algo no extraño dada la necesidad de regular el rezo de las horas canónicas. Ahora, evidentemente, su función es más decorativa que práctica. Con razón escribió el escritor catalán José María Gironella en su conocida obra “El escándalo de Tierra Santa”, a cuenta de un reloj que observó en el convento de Santa Catalina del monte Sinaí: «…lo primero que me sorprende al entrar en la basílica es un reloj de péndulo ¿por qué medir aquí el paso del tiempo?». Reflexión que enlaza de alguna forma con la frase que considera al tiempo como un regalo divino. El tiempo es oro cuando oro.