Tras la breve introducción que escribí sobre el Padrenuestro se me ha pedido que lo comente un poco más. Gracias. Me pongo a ello. Acerquémonos, entonces, a su primera palabra: «Padre», que el Nuevo Testamento aplica a Dios 170 veces, y que Jesús, en esta oración, le llama Padre.
Padre, y ya está dicho todo. Padre, y se estremece el alma porque es lo máximo que podemos averiguar, sentir y predicar de Dios. De Dios Padre, al que sólo se puede acceder por el camino del Hijo. Es Jesús quien revela al Padre y nos da a conocer el genuino rostro de Dios. Su vida, su entrega, su amor a los pequeños, su ternura, su existencia a la intemperie, su pasión, su cruz y resurrección, son manifestaciones del amor misericordioso del Padre hacia todos.
Mas conviene aclarar que en tiempos de Jesús el niño dependía casi exclusivamente de sus padres. Entre el hijo y sus padres se originaba una gran intimidad, un vínculo que persistía toda la vida. Y ese vínculo englobaba dos aspectos: autoridad por un lado y amor por el otro. Por ello, en el término «padre» se interfieren ambos significados: el padre es el señor que todo lo dirige y el amor hasta la ternura.
Jesús crece en esta cultura, y por eso cuando dice «Padre» está reviviendo los sentimientos de autoridad y ternura que conforman la urdimbre afectiva del ser humano. De ahí que, al enseñarnos a llamar a Dios Padre, desee que nos coloquemos ante la imagen del Padre previsor y providente, quien, al mismo tiempo es amor y ternura. Ya que, si todo padre se enternece ante el hijo pequeño que eleva los brazos y dice: ¡papá!, Dios también. Dios Padre nos mira con ternura cuando le decimos: Abba, Padre.
Abba, dice Jesús, porque se sabe el Hijo. Y por eso, en esta mínima palabra estamos tocando el fundamento de la persona de Jesús, el misterio de su relación con el Padre. Esta voz diminutiva nos excederá siempre. Sólo Jesús sabe cuánto está diciendo.
Evaristo Martín Nieto confesaba que Abba es la «protopalabra» del evangelio. Y es que la palabra Padre debe significar y crear la conciencia de una relación filial con Dios. A esto quiere llevarnos Jesús, porque solo siendo hijo se puede ser persona y se puede ser hermano. Con razón dice san Juan: «Mirad que amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!»
Qué buen Dios tenemos, que nos hace hijos en el Hijo, para darnos la mayor dignidad, fraternidad y libertad posibles. ¡Gracias, Padre!
Lorenzo Orellana