Domingo de Pascua de Resurrección 2025 (Catedral-Málaga)

Diócesis de Málaga
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La diócesis de Málaga es una sede episcopal dependiente de la archidiócesis de Granada, en España. Su sede es la Catedral de la Encarnación de Málaga.

Homilía de Mons. Jesús Catalá, obispo de Málaga, en la Misa celebrada en la Catedral el Domingo de Pascua de Resurrección 2025.

DOMINGO DE PASCUA DE RESURRECCIÓN

(Catedral-Málaga, 20 abril 2025)

Lecturas: Hch 10, 34a.37-43; Sal 117, 1-2.16-17.22-23; Col 3, 1-4; Lc 24, 13-35). 

Resucitar con Cristo

1.- El libro de los Hechos de los Apóstoles nos ofrece hoy el discurso del apóstol Pedro en casa del centurión Cornelio. El contenido de su mensaje constituye la exposición más completa de su predicación kerigmática, es decir, del núcleo del Evangelio; y, aunque reelaborado por Lucas, refleja lo fundamental de la primera predicación cristiana: la proclamación de la obra salvífica de Jesús (cf. Hch 10, 34-41), su mandato misionero (cf. Hch 10, 42), y el acuerdo con las promesas (cf. Hch 10, 43).

Refiriéndose a Jesús de Nazaret lo describe como el «ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él» (Hch 10, 38).

2.- Al igual que los discípulos directos de Jesús, los cristianos del siglo XXI somos testigos de su obra redentora, confesando su muerte en cruz y su resurrección (cf. Hch 10, 39-40).

Cristo resucitado se nos aparece en nuestro camino, como se apareció a los discípulos de Emaús, quienes escucharon su enseñanza (cf. Lc 24, 27) y lo reconocieron al partir el pan (cf. Lc 24, 30-31).

Muchas veces me he preguntado, queridos fieles, por qué el Señor Resucitado no se apareció a quienes la habían condenado a muerte (Pilato, Anás y Caifás, Sanedrín y quienes gritaban «crucifícalo»), para demostrarles que realmente él era Hijo de Dios y que ellos reconocieran que estaban equivocados. ¿Por qué no se aparece Jesús a ellos, para rebatirles de su error? Porque Jesús no se apareció a todo el pueblo, «sino a los testigos designados por Dios» (Hch 10, 41); solo a quienes tenían fe en él. Si tenemos fe, podremos contemplarlo resucitado.

3.- La Pascua de Señor es nuestra esperanza. Resucitados con Cristo en el bautismo, debemos seguirlo con una vida santa, caminando hacia la Pascua eterna, sostenidos por la certeza de que las dificultades de la vida, las pruebas y los sufrimientos, incluida la muerte temporal, no podrán separarnos de él ni de su amor. Nuestra vida no termina con la muerte temporal, porque estamos llamados a la vida eterna.

La resurrección de Cristo ha creado un puente entre la vida temporal y la eterna, por el que todo ser humano puede pasar, para llegar a la verdadera patria (cf. Benedicto XVI, Domingo de Pascua 2009). ¡Resucitemos con Cristo, hermanos! Atravesemos ese puente, que es Cristo resucitado.

En la Eucaristía está presente el Señor resucitado y nos purifica con su misericordia de nuestras culpas; nos alimenta y nos infunde vigor para afrontar las duras pruebas de la existencia y para luchar contra el pecado y el mal. Cristo es el camino seguro de nuestra peregrinación hacia la morada eterna del cielo; no hay otros caminos, ni otras sendas.

Por eso hoy se nos exhorta a resucitar con Cristo y aspirar a las cosas del cielo: «Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios» (Col 3, 1).

4.- El apóstol Pablo nos recuerda nuestra tarea: «Aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra» (Col 3, 2). Hemos «nacido» para este mundo, pero hemos «renacido» para la vida eterna; por eso hemos de tender, como meta, a los bienes eternos.

Hemos de aspirar a la vida con Cristo: «Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios» (Col 3, 3). La fe cristiana es fe en la vida, porque Jesús vive glorioso y resucitado, tras pasar por la experiencia de la muerte y desvelarnos su misterio. Así lo ha atestiguado y transmitido siempre la Iglesia; y así lo confesamos y proclamamos los cristianos de hoy.

Creer en la resurrección es apostar por la vida frente a la muerte; por el bien frente al mal, por el amor frente al odio, por la verdad frente a la mentira, por la justicia frente a la injusticia.

En Cristo, Vida y Amor han triunfado para siempre. La muerte, el pecado, el odio, la injusticia, la violencia han quedado sometidos de manera definitiva. Cristo ha resucitado y nosotros con Él; ésta es la certeza que celebramos en la Pascua.

5.- El «Aleluya» que hemos entonado y cantaremos durante todo el tiempo pascual será el canto de alegría, de alabanza y de esperanza por la resurrección del Señor. Toda la Iglesia repite estas palabras: «Cristo ha resucitado!». Después de morir y ser sepultado, al tercer día Jesús fue devuelto a la vida por el poder de Dios; y de ello nosotros damos testimonio. Al igual que los apóstoles y discípulos fueron los testigos de los primeros tiempos de la Iglesia, nosotros somos los testigos de hoy.

En esta verdad se asienta la fe de la Iglesia; aquí radica y nace la humanidad nueva, que vive en esperanza y edifica un mundo nuevo, donde se vive el amor y habita la justicia.

Y no podemos silenciar esta verdad, aunque no nos comprendan o nos vituperen, porque es la gran esperanza que las personas necesitan. El ser humano puede vivir en la esperanza de la victoria de la vida, del bien, de la verdad, de la belleza, de la justicia, de la paz y del amor.

¡Cantemos con gozo y exultemos de alegría por la victoria de la Vida sobre la muerte; por la victoria de Cristo sobre el mal! ¡Resucitemos con él! Os invito a saludarnos con la felicitación pascual «Feliz Pascua».

La Virgen María, que vivió junto a su Hijo Jesús, nos ayude a vivir el don de la Pascua y a ser testigos fieles y gozosos del Señor resucitado. ¡Feliz Pascua a todos! Amén.

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