La Catedral de Málaga acogerá, el jueves 17 de marzo, a las 18.30 horas, el funeral en el primer aniversario de la muerte de D. Antonio Dorado. El que fuera su secretario desde 1993 hasta 2004, Ángel Márquez, comparte en las siguientes líneas una semblanza de este obispo de Málaga.
Se cumple en este mes de marzo el primer aniversario del fallecimiento del querido y recordado Don Antonio Dorado, obispo de esta diócesis hasta 2008. Llegó a Málaga con el bagaje de veintitrés años de experiencia episcopal en dos diócesis también andaluzas: Guadix y Cádiz. En ambas sedes, realizó un trabajo pastoral muy importante, estando siempre cercano a sus diocesanos y volcado con generosidad hacia los que más le necesitaban. A lo anterior, que no es poco, hay que añadir la labor realizada como sacerdote por tierras toledanas, aquellas que le vieron nacer en 1931. Mons. Dorado llevó a cabo en Málaga, durante quince años, importantes proyectos diocesanos, preocupándose particularmente del Seminario y de los sacerdotes, y entregado en cuerpo y alma a los problemas que, como es natural, iban surgiendo. También con los seglares mostraba un gran afecto e interés por sus asuntos, generando en todos ellos, por su sencillez y bondad, una gran confianza en su persona.
Durante toda su vida fue un ávido lector y, poco a poco, formó una excelente biblioteca, que unos años antes de fallecer donó al Seminario. En los últimos tiempos, y por prescripción médica, daba unos largos paseos por los alrededores del Seminario y, al final de la tarde, acompañado de su hermana María Ángeles, rezaba el rosario mientras caminaba por el recinto exterior de la Casa Diocesana de Espiritualidad. Por las mañanas celebraba la Eucaristía en la capilla de dicha casa y, en muchas ocasiones, la concelebraba con el cardenal Fernando Sebastián, que reside en la misma.
Un mes de marzo fue nombrado obispo de Málaga por san Juan Pablo II, y otro mes de marzo nos dejó para ir a la Casa del Padre.
Su sepultura se encuentra en el lugar más importante del templo catedralicio, justamente en la capilla de la Encarnación, Titular de la Basílica, donde está siempre el Santísimo, sitio reservado para el silencio y la oración. Sus restos mortales están al pie del sagrario, acompañado por las esculturas de otros dos obispos: Bernardo Manrique y Molina Lario.
Una placa a la derecha de la capilla nos dice que allí está Mons. Antonio Dorado.