Semblanza del sacerdote Manuel Lozano Pino pronunciada por el delegado para el Clero, Francisco González, en la Misa en memoria celebrada en el Seminario de Málaga.
En el seno de la familia formada por D. Andrés Lozano Trujillo y Dña. Teresa Pino España, el 1 de noviembre del año 1959, festividad de Todos los Santos, nacía en Málaga, Manuel, tercero de cinco hermanos. En sus primeros años vive en la barriada de los Palomares y, posteriormente, se traslada con su familia al barrio de Dos Hermanas.
Estudia en el Colegio del Espíritu Santo y después, a los 15 años, Administrativo en la Escuela del Ave María. Desde niño debe trabajar para ayudar en casa. A los14 años lo hace como “botones” en Torremolinos. Y luego, trabajó de administrativo en una fábrica de quesos en el Polígono Industrial, siendo enlace sindical en la misma.
Desde pequeño va a tener una especial sensibilidad religiosa que desarrolla en la parroquia del Espíritu Santo. Va a ser monaguillo con tan solo siete años, con el párroco D. Francisco Millán. Pronto se integra en el Movimiento Cruzados de la Esperanza, posteriormente, Movimiento de Acción Cristiana (MAC), creado por Juan Moreno.
Con el paso de los años va forjando un corazón misionero, dedicando muchas horas al apostolado en salón de la parroquia del Espíritu Santo y, posteriormente, en la del Santo Ángel, evangelizando a los niños y jóvenes de estos barrios.
Sintiéndose llamado por Cristo al sacerdocio, va a comenzar sus estudios en el Centro Teológico de la Diócesis, que se había iniciado unos años antes, compaginándolos con su trabajo en la fábrica. Posteriormente, al reabrirse el Seminario Diocesano, completará en el mismo los últimos estudios en régimen de internado.
Recibirá la ordenación sacerdotal en la parroquia del Santo Ángel, un caluroso 22 de septiembre de 1984, de manos del Obispo D. Ramón Buxarrais.
Poco días después, el 4 de octubre, festividad de san Francisco de Asís, recibirá su primer nombramiento como párroco de Atajate, Benadalid, Algatocín, Benalauría, y también “in solidum” con otros sacerdotes, de Jubrique, Genalguacil, Benarrabá, Gaucín y Estación de Gaucín. Van a ser dos intensos años de múltiples reuniones, celebraciones y kilómetros recorridos por aquellas estrechas carreteras para atender adecuadamente a sus comunidades parroquiales. El Señor lo iba preparando para sus futuros planes.
Y estos van a llegar pronto. La colaboración de la Diócesis de Málaga con Venezuela, se remonta al año 1954. Atendiendo a la llamada que hizo el entonces Obispo de Málaga, D. Ángel Herrera Oria, muchos sacerdotes han partido para aquellas tierras y escribieron hermosas gestas evangelizadoras en las Diócesis de Ciudad Bolívar, Cumaná, Maturín y Guarane. Pero ahora parece conveniente agrupar a los sacerdotes que se envían.
La ocasión se presenta en el mes de enero de 1986, cuando los padres mexicanos que atendían Caicara del Orinoco se despiden de la Diócesis de Ciudad Bolívar y vuelven a su país. El Obispo Mons. Mata Cova, que no tiene sacerdotes para aquella inmensa zona, escribe a nuestro Obispo y le comunica que el proyecto de Misión Diocesana que se estaba gestando tiene un territorio: Caicara del Orinoco.
El entonces Obispo D. Ramón Buxarrais, junto con el clero malagueño, lo acogen favorablemente y el 3 de diciembre de 1986, festividad de san Francisco Javier, Manolo Lozano, José Pulido y Agustín Zambrana, afrontan el reto de abrir esta nueva misión en la parroquia Nuestra Señora de la Luz, en Caicara del Orinoco, Municipio Autónomo Cedeño, dentro del Estado Bolívar de Venezuela.
Al partir, estas fueron sus palabras: “A esta Iglesia madre que nos envía rogamos, con la misma urgencia que san Pablo a los Romanos, que por Nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu Santo, luchéis juntamente con nosotros en vuestras oraciones, rogando a Dios”.
El reto es enorme. Una sola parroquia con una extensión de 66.390 Kms2. que, posteriormente se reduciría a 45.000 Kms2. creándose dos nuevas parroquias más, en Morichalito, a 200 Kms. de distancia y Santa Rosalía a 72 Kms. de Caicara.
La tarea pastoral es inmensa, pero el ardor apostólico del equipo misionero es mayor aún como tuve la suerte de comprobar “in situ” en uno de los viajes que realicé a Caicara para visitar a nuestros hermanos.
Después de tres intensos años, Manolo regresa a Málaga y va a acompañar la última etapa del Padre Jacobo en la parroquia del Santo Ángel. En ella, desde 1989 hasta 1997 será Vicario parroquial, capellán de las Hermanitas de los Pobres, consiliario del Movimiento Hermandades del Trabajo, párroco y consiliario del Movimiento de Acción Católica (MAC).
Su trabajo es incansable, no solo a nivel catequético y litúrgico, sino también promoviendo cursos de formación laboral para jóvenes más vulnerables. Pero el deseo de seguir apostando por el pueblo venezolano lo lleva muy dentro de su corazón y, en septiembre de 1997, regresará definitivamente, hasta entregar su vida por los que tanto ha amado.
Nueve sacerdotes malagueños y varios equipos de laicos han impulsado aquella querida misión, que se sintió reforzada por la visita de D. Jesús Catalá, nuestro Obispo, en febrero de 2011. Juan de Jesús Báez, Antonio Collado y Juan Manuel Barreiro han sido los últimos hermanos que han acompañado a Manolo.
Ante el sensible deterioro de salud de su madre, quiere venir a verla a finales del pasado mes de junio. La situación mundial de la pandemia lo impide y Dña. Teresa fallece el 5 de julio, sin que él pueda acompañarla en los últimos días. Llegará días más tarde, el 1 de agosto, junto con Antonio Collado, para compartir el dolor de su padre y hermanos.
Sus planes eran estar poco más de un mes y regresar a Venezuela. En contra de sus deseos, a causa de la pandemia, tendrá que retrasar su regreso hasta primeros de enero, en un complicado vuelo, vía Turquía. Muchos le dicen que sería mejor esperar a ponerse la vacuna del Covid y luego regresar, pero él está sufriendo porque su parroquia está sin sacerdote hace ya cinco meses y decide partir.
En ese tiempo intervendrá el 17 de septiembre en la Jornada de Inicio del Curso del Clero para hablarnos de la situación de Venezuela y la misión que están desarrollando allí, él ya, desde hace más de 26 años.
En la última semana de enero, se conectará a las charlas de los Ejercicios Espirituales que, a través de Zoom, nos dirigió el claretiano P. Juan Carlos Martos, levantándose de madrugada, por la diferencia horaria existente.
También nos enviará videos y grabaciones para apoyar la celebración del Día de la Misión Diocesana, celebrado el pasado mes de mayo.
En la primera semana de junio se encuentra con fiebre. Se piensa que es dengue con algo de bronquitis. La situación se va agravando y Juan Manuel Barreiro decide el jueves 10 de junio trasladarlo al Hospital de Ciudad Bolívar. Más de 350 Km. de distancia, y más cinco horas de viaje. Llega al Hospital y es inmediatamente atendido. Se le diagnostica neumonía y se le pone el tratamiento con oxígeno.
Él mismo enviará unos mensajes expresando su situación: “En mi habitación Covid con mi tratamiento. Aislado y con muchas atenciones. No puedo estar hablando por teléfono porque tengo que estar con el oxígeno y boca abajo en la cama. Diles que voy bien, pero que no me puedo comunicar. El pulmón está afectado, pero la cosa va bien; es lenta, pero segura. He comido. Aquí no me dejan de la mano. Enfermeros contratados y Monseñor muy pendiente”.
Pocas horas después se recibe un mensaje de Monseñor Ulises, arzobispo de Ciudad Bolívar, que nos produjo una inmensa tristeza y nos dejó anonadados: “Con mucho dolor les informo que, siendo las 10,04 h. de la mañana de hoy, acaba de pasar a la Casa del Padre nuestro muy querido Padre Manolo. Elevemos nuestra oración por su eterno descanso”. Era el 11 de junio, festividad del Sagrado Corazón de Jesús, y Jornada de Oración por la santificación de los sacerdotes. Manolo había entregado su vida, con ese corazón de pastor bueno que siempre lo caracterizó, de balde y hasta el final.
Estamos convencidos que la Virgen de Coromoto, Auxiliadora suya en tantas y tan complicadas ocasiones, y a la que él amaba entrañablemente, lo acompañó en ese definitivo viaje a la Casa del Padre y lo cuida con todo su cariño, junto con Teresa, su madre.
Siguiendo sus deseos y de acuerdo con su familia, su cuerpo descansa en el templo de su parroquia de Caicara. Sus feligreses van a poder tener siempre presente el testimonio de un buen sacerdote que los amó con el corazón de Cristo sin reservarse nada y promovió numerosas obras en favor de su desarrollo integral, mostrándoles la alegría del Evangelio.
Deseo terminar esta semblanza con las palabras de nuestro hermano Antonio Collado, que compartió con él la querida misión venezolana:
“Quiero expresar mi acción de gracias al Señor que me regaló 12 años de mi vida y ministerio en compañía de este gran amigo.
Encerrar la riqueza de la vida de una persona en pocas palabras puede sonar a adulación, algo de lo que Manolo huyó instintivamente en su vida. Nacen por tanto del cariño y la admiración.
Manolo fue en el plano humano, una persona buena en el sentido más genuino de esta palabra. Cálido en su trato, limpio en sus sentimientos, conciliador, con mucho sentido del humor y una alegría contagiosa. Vivió la vida como un don, sin querer apropiarse de nada ni de nadie. Lo suyo era de todos: su tiempo, sus cualidades, su afecto, su dinero.
Fue generoso hasta la osadía, porque tenía una confianza absoluta en Dios, que fue siempre para él, el papá bueno y providente que nunca lo abandonaría.
Era tierno hasta las lágrimas cuando expresaba las vivencias más profundas de su fe y de su vocación; hasta en eso tan íntimo y personal, fue desprendido y dadivoso; hombre orante y contemplativo. Con Manolo era imposible discutir y junto a él se respiraba paz y sosiego.
Fue atrevido en su misión pastoral y le gustaba emprender actividades y proyectos nuevos pero cumplió, con una fidelidad exquisita, todos sus deberes como pastor de almas. Nunca le interesó los cargos y las prebendas; su casa y su corazón siempre estuvieron abiertos a todos sin excepción.
Fue austero, aunque disfrutaba como un niño de cualquier pequeño detalle de la vida diaria. Tuvo muchos amigos pero el único que ocupó su corazón y su alma fue Jesús, el Señor. Que ahora goce de su compañía y haya escuchado de sus labios: A ti no te llamo siervo, sino amigo. Descansa en paz amigo Manolo”.
Francisco González Gómez
24 de junio de 2021