
En casi todas las capillas de la Catedral se pueden observar, en los laterales de los altares o retablos, unas consolas fijadas a los muros. Se trata de las llamadas credencias, cuya etimología procede del verbo creer, y que son repisas que se utilizaban a fin de tener a mano todo lo requerido para el desarrollo de la liturgia.
Recuérdese cómo las antiguas rúbricas permitían las misas en todas las capillas de un templo, siendo del todo frecuente que las celebraciones fueran simultáneas. Las credencias del tipo que decimos hace mucho que se encuentran en desuso, sustituidas por mesitas adaptadas para estos fines.
De las que cuenta la Catedral, las más interesantes a causa de su valor artístico son las dos que flanquean el retablo pétreo de la Capilla de la Encarnación. Ambas piezas, simétricas en cuanto a proporciones y hechuras, están labradas en mármol blanco contando como soportes respectivos de las bases, confeccionadas en piedra de agua, unos bustos angélicos con extraños casquetes en las cabezas.
La fantasía del escultor, el granadino Juan de Salazar, responsable de toda la labor escultórica de este recinto, parece que quiso imitar los tocados utilizados por los nativos de las provincias americanas. En todo caso, es un adorno tan singular como excéntrico tratándose de esta clase de iconografía.