La Casa del Sagrado Corazón es un hogar de esperanza, ilusión y oportunidad. Por eso, la mayoría de las personas que se marchan no terminan de irse nunca. «Siempre vuelven para ayudar y así mantenemos el contacto», afirma la subdirectora, Susana Lozano.
Tres semanas estuvieron en su coche Doina y su marido, junto a sus hijas de 7, 5 y 3 años, además de un bebé de cinco meses. Su miedo a que les quitaran la custodia de las niñas les impedía denunciar la situación. Fue entonces cuando Cáritas de la parroquia de la Asunción se acercó, se conmovió y se ganó su confianza en la seguridad de que iba a intentar lo mejor para la familia. Cáritas consiguió que fuesen a la Casa del Sagrado Corazón.
«Llegaron a la casa hace tres semanas -explica la subdirectora del centro, Susana Lozano-. Desde la Cáritas parroquial les están buscando un piso y les ayudarán los primeros meses. Su estancia aquí pasa por darles una buena ayuda para que salgan adelante por sí solos, pero que sepan que hay personas que se preocupan por ellos, que no están solos, que pueden contar con nosotros y con Cáritas. Con la chatarra se iban manteniendo, solo es que tuvieron una mala racha».
Doina, a la que todo el mundo llama Mónica, tiene 25 años, es de Rumanía y lleva nueve viviendo en España. «Vine por primera vez con 16 años, junto a mi padre, para buscar una vida mejor y aquí conocí a mi marido. Nos dedicábamos al campo, la aceituna y ese tipo de trabajos de temporada. Pero cuando nacieron las niñas, este modo de vida no era posible. Así que busqué trabajo por horas limpiando casas y mi marido se dedicaba a la chatarra. Vivíamos en un estudio en Torremolinos, pero cuando se cumplió el contrato, el dueño nos dijo que no nos renovaba, y nosotros sólo teníamos dinero para el alquiler. Nunca nos habíamos visto en esta situación. Cuando nos quedamos sin casa, decidimos vender la pequeña furgoneta para poder pagar al menos una habitación para las niñas, pero era muy poco dinero y entonces nos vimos sin nada, sin casa y sin medio de trabajo. Cuando las niñas preguntaban les decía la verdad, que esto era una situación pasajera y que necesitábamos ayuda, por eso acudí a Cáritas. Nunca me planteé volver a mi país porque allí la cosa está mucho peor que aquí».
La subdirectora de la casa comenta que se sorprendió gratamente cuando vio llegar a las niñas, «son muy educadas, especialmente alegres y cariñosas. A pesar de las condiciones en las que vivían, están excelentemente cuidadas por sus padres y nunca dejaron de asistir a su colegio».
Huyendo de la guerra
La última familia en llegar a la Casa del Sagrado Corazón viene de Ucrania. Oleksandr, de 37 años, y Verónica, de 28, vivían en el sur de Ucrania, cerca de la Península de Crimea, junto a sus dos hijos: una niña de 6 años y un niño de año y medio. «La situación es muy inestable en nuestro país –explican-. Desde que estamos en guerra con Rusia te pueden llamar a filas en cualquier momento. Teníamos miedo. Son muchos los jóvenes que vuelven mutilados o que no vuelven. No vemos qué sentido tiene luchar contra nuestros hermanos. Son cosas de los políticos, pero la gente del pueblo no entiende por qué mueren tantos jóvenes. Cerca de nuestra casa había una base militar donde hacían prácticas diarias con aviones, bombas y nunca sabías lo que te iba a pasar mañana. Yo estaba embarazada y tenía mucho miedo, por eso decidimos salir del país. Pensamos que cualquier sitio sería más seguro para nuestros hijos». Llegaron a Málaga el 12 de diciembre y escogieron esta ciudad porque aquí vivía una amiga del colegio de Verónica, con la que contactaron a través de las redes sociales. «Ella nos dijo que nos ayudaría, pero pasadas unas semanas dijo que se iba a , de un día para otro y que teníamos que marcharnos». Fue entonces cuando acudieron a la Cruz Roja para pedir ayuda y la trabajadora social les encontró esta casa, porque no había ningún otro lugar al que pudieran acudir.
Igor Antonuyk, el intérprete voluntario gracias a cuya labor son capaces de entenderse con este matrimonio, explica que «Verónica buscó en el diccionario el significado de corazón sagrado y lo que pone en el diccionario coincide exactamente con esta casa, con el cariño y la ayuda que están recibiendo. Son como una familia. Están contentísimos».
«Cuando llegaron aquí –afirma Susana Lozano, la subdirectora- ella lloraba mucho, como podría hacerlo cualquier madre que tiene miedo por sus hijos y no sabe dónde está entrando. Miedo tenemos todos y no estamos libres ninguno de vernos en esa situación. Ambos tenían una vida estable, tienen universitarios, ella de canto y él de patrón de barco, aunque decidió montar su propia empresa de materiales de construcción».
La esperanza de un hogar
Lozano afirma que «en esta casa nos gusta trasmitir un mensaje de esperanza, que esto es temporal. En esta casa ha vivido gente con estudios universitarios, buenas relaciones sociales y buenos puestos de trabajo. Por eso, lo que nos gusta trasmitir es un mensaje de esperanza, que esto es temporal. Ahora necesito ayuda y, gracias a esta casa, me van a dar un empujoncito para salir adelante, ¿quién no necesita un empujón en mayor o menor medida a lo largo de su vida? Esta casa es esperanza, ilusión y oportunidad. La mayoría de las personas que se marchan, lo hacen muy agradecidos y no terminan de irse nunca. Siempre vuelven para ayudar y así mantenemos el contacto».
Beatriz Lafuente