Recordaba Benedicto XVI que siguiendo a Jesús en el camino de su pasión, vemos no sólo la pasión de Jesús, sino también a quienes sufren en el mundo. Y quizá esta sea la intuición que el pueblo descubre más allá de la dimensión cultural que encierra el fenómeno de la Semana Santa. El fiel cristiano sabe que el sufrimiento propio y ajeno es acogido, acariciado y adormecido en el corazón del buen Dios. El misterio de la redención encuentra en la liberación del pecado su razón de ser. Por eso es importante abrir el corazón para evitar el pecado, el sufrimiento y entre todos ayudarnos a ser mejores personas. Para ver con el corazón. Es la profunda intención de la celebración de esta semana.
En la pasión, muerte y resurrección de Cristo se celebra que la vida ha triunfado sobre la muerte. Que la vida tiene sentido. Quizá por eso haya quien a lo largo de la historia de la Iglesia Católica supo que el pecado más grande que puede llegar a experimentar un cristiano es la insensibilidad, la dureza de corazón. Hace muchos siglos el profeta Ezequiel indicaba el deseo de Dios en referencia a esto: «Quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne» (Ezequiel 36, 26). Vivir como cristiano, quiere decir tener un corazón de carne, un corazón sensible al sufrimiento de los demás. A la manera de Dios. Dios no es un Dios lejano, intocable. El Dios cristiano tiene corazón. Es más, tiene un corazón de carne. Precisamente se hizo carne en la persona de Jesús de Nazaret, para poder sufrir con nosotros y estar con nosotros en nuestros sufrimientos. Se hizo hombre para darnos un corazón de carne y despertar en nosotros el amor por los que sufren, por los necesitados.
«El alféizar». DIARIO SUR
Rafael J. Pérez Pallarés