Con el Adviento, comienza el Año de la Vida Consagrada

Diócesis de Málaga
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La diócesis de Málaga es una sede episcopal dependiente de la archidiócesis de Granada, en España. Su sede es la Catedral de la Encarnación de Málaga.

Este domingo se ha inaugurado el año dedicado a la vida consagrada, «una manera de vivir la alegría del Evangelio que llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús», explica la hermana Cristina González, presidenta de CONFER en Málaga.

«La vida consagrada es una manera de vivir nuestro Bautismo como el Señor ha querido. Hemos oído la llamada a un «sígueme» más total, dando todo lo que uno es, lo que uno tiene. Consagramos toda nuestra vida para Dios y para los hermanos que Dios vaya poniendo en nuestro camino. El papa Francisco dice que nuestra vida está llamada a ser buena noticia en el seguimiento de Jesús, dejando que se transparente esa experiencia del consagrado de haber sido encontrado, alcanzado y transformado por la verdad, que es Cristo y que no puede dejar de vivir para Él y para proclamar esa Buena Nueva. Eso es el don de la vida consagrada, es una propuesta de Dios y todo depende de nuestra respuesta» explica la hermana Cristina, presidenta de la CONFER desde hace cuatro años.

Esta malagueña es religiosa de la Asunción desde hace más de 40 años, de los que ha estado 24 en el extranjero al servicio general de la congregación. Ha servido en países como: Ruanda, Tanzania, El Chad, Níger, Togo, Camerún, Brasil, Argentina, México, Estados Unidos, Filipinas o Japón, entre otros. Países que, como afirma, «me han hecho conocer el corazón tan grande que tiene el ser humano, todo lo que puede el hombre, pero sobre todo cómo la vida florece en tantísimos sitios, una vida que uno quisiera que fuese plena para todos. Las realidades y las guerras te hacen rezar mucho más, pidiendo: «Señor que no suceda esto, porque no hace bien al ser humano». Durante estos años, he tenido la oportunidad de conocer muchas realidades muy diferentes y nunca podré agradecer lo que ha sido servir en esta misión que me ha abierto el corazón, para que nadie me sea extraño, sino que la fraternidad universal la comprendo mucho mejor ahora».

La hermana Cristina hace un llamamiento a los jóvenes de hoy día, a los que «les diría que estamos conectados a muchas cosas, pero que si pueden un día desconecten de todo y digan: «Señor ¿qué quieres Tú de mí?» Y si alguno escuchara: «quiero que tú seas para mí y para todos los que yo ponga en tu camino». Que lo acojan y lo rumien en el corazón. Que pidan ayuda y que nunca serán defraudados. Quien se entrega con todo el corazón y con toda el alma, nunca será defraudado. Merece la pena vivir de esta manera, cuando se recibe infinitamente más de lo que uno puede dar».

UNA VOCACIÓN CON APOYO FAMILIAR

María Marlene, de 37 años, es natural de México y lleva seis en Málaga, concretamente en Villa Nazaret. Estos días, mientras espera que le digan la fecha en la que debe partir para su nuevo destino (Perú), nos cuenta cómo encontró su vocación. «Desde muy pequeña – explica María Marlene- sentí la vocación a la vida religiosa. Mi familia influyó y me ayudó en este camino. Cuando tenía 10 años, conocí a una misionera que venía de África. Un día, me escapé para escucharla y cuando ella dijo que hacían falta obreros para la mies, que Dios seguía llamando hoy a los jóvenes, fue un impacto muy grande en mi vida. Sentí que quería ser misionera y ahí experimenté que Dios me estaba llamando y empecé a acompañarla a los lugares donde ella iba. Yo tengo dos tíos sacerdotes y suelo decir que el primer impedimento que encontré fue de un cura, que me dijo: «no, tú eres muy pequeña y tienes que terminar tus estudios». Él me fue acompañando con prudencia y oración. Cuando fui creciendo se lo dije a mi madre, hubo entonces un momento de silencio por su parte pero enseguida me dijo: «si Dios te llama, sigue adelante». Al poco tiempo, a mi padre le detectaron un cáncer y entonces tuve una crisis de fe muy fuerte y comencé a dudar muchísimo, incluso de si Dios existía. Mi tío me siguió guiando y acompañando. Poco a poco, mi padre se fue tratando la enfermedad y entonces fue cuando se lo dije y, al igual que con mi madre, se hizo un silencio enorme, pero me dijo lo mismo: «hija, si Dios te llama, sigue adelante». Mi tío me acompañó entonces a varias congregaciones pero cuando me llevó a las Misioneras Eucarísticas, sentí que este era mi sitio».

UN LUGAR EN EL MUNDO

María Soledad, también de 37 años, es argentina y lleva un mes en Málaga. «Yo tenía claro que el matrimonio no era para mí –afirma–. Siempre me decía: «tiene que haber un lugar en el mundo para mí» y me afanaba en encontrarlo. Un día, vino al pueblo una religiosa para presentar la misión en África. Yo la seguía a todas partes hasta que un día me acerqué a ella y le pregunté: «hermana ¿hasta cuándo se queda?» y me respondió: «el tiempo necesario para que te des cuenta de lo que Dios quiere de ti». Me invitó a su casa a merendar, pero a mí me dio miedo y no fui. Le dije a mi madre que me disculpara con ella. Cuando mi madre regresó, me dijo: «se acaba de ir a Buenos Aires». Entonces le escribí una carta urgente y cuando me llegó su respuesta decía: «María Soledad, te recomiendo que busques a un sacerdote porque intuyo que tienes inquietud vocacional». «Si Dios quiere, yo estoy dispuesta», pensé. La superiora de las Nazarenas me dijo: «nosotras te ayudamos, pero las vocaciones son de Dios y para la Iglesia. Si ingresas con nosotras, bendito sea Dios, pero si vas a otra, bendito sea Dios también». Mi proceso vocacional fue muy tranquilo y siento que en mi congregación encontré ese lugar en el mundo».

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