El sacerdote diocesano y profesor de los Centros Teológicos Carlos Acosta ayuda a profundizar en el Evangelio de este domingo, Solemnidad de la Natividad de la Santísima Virgen bajo el título «de la Victoria».
El 8 de septiembre celebramos el nacimiento de la Virgen María. Siempre que un amigo o amiga celebra su cumpleaños, doy gracias a Dios por él o ella y lo invito a pensar que desde la eternidad fue amado de Dios y por regalo de Dios, que lo quiso libre, lo miró y lo trajo a la vida.
María, como todos los hombres, entró en esa dinámica. Dios pensó en ella, la miró con ternura y derramó sobre ella todo su corazón y así ella entró en nuestra historia como nuestra hermana mayor en la acogida de la Palabra y en la fidelidad.
Toda la vida de María es una bella historia de amor entre Dios y ella. Inserta en la historia de su pueblo, lleno de promesas y esperanzas, pero también de caídas y desobediencia, en la que brilla al final María, esposa de José y madre “de la cual nació Jesús, llamado Mesías”.
María, en su pobreza y humildad, abre una nueva relación de acogida del amor eterno de Dios, que la atrae hacia Él, hasta sus últimas consecuencias. Para ella Dios lo era todo, era el centro de su vida. Para ella, su vida es su Dios. Por eso el Ángel la saluda como la llena de gracia, nosotros también la llamamos bienaventurada y dichosa. Pero es importante que recordemos que Dios con su amor nos mira a cada uno de nosotros, creyentes, con los mismos ojos de ternura, y espera de nosotros que lo miremos y lo acojamos, con las mismas actitudes que María, en nuestro corazón y en nuestra vida.