
El sacerdote y profesor de los Centros Teológicos Diocesanos Rafael Rodríguez Sainz de Rozas invita a profundizar en el Evangelio de este domingo IV de Pascua, (Jn 10, 27-30).
Hace unos días vi un cartel que decía: “No persigas a quien te rehúye. Si tiene motivos, respétalos. Si no los tiene, respétate”.
Siempre hemos dicho que el pastor debe ir a la oveja, pero ¿de qué manera? La labor del pastor es una labor que tiene que aunar celo por las almas y respeto a la libertad personal. Como es un trabajo que tiene un fuerte componente espiritual, hay que prepararlo con la oración y el ayuno. Así lo decía san Josemaría en Camino: «primero, oración; después, expiación y, en tercer lugar, muy en tercer lugar, acción».
El pastoreo de las almas no solo es competencia de los sacerdotes, aunque estos lo tienen por su participación sacramental en el sacerdocio de Cristo. También los padres son pastores o maestros de fe de sus hijos, así como los catequistas lo son de sus catequizandos.
El pastoreo no sigue fórmulas matemáticas ni magistrales, sino que busca el discernimiento para iluminar a la persona que se nos confía a que cumpla la voluntad de Dios en su vida, es decir, a orientarla a descubrir su vocación, la llamada que Dios le hace para su vida. Ante todo, el pastoreo aúna dos amores, el amor a Dios y el amor a la gente.
Teniendo en cuenta que cada persona es única e irrepetible, el pastoreo de almas es todo un arte para ayudarlas a seguir la acción del Espíritu Santo.