El sacerdote y profesor de los Centros Teológicos Diocesanos Juan Baena ayuda a profundizar en el Evangelio de este domingo, XIII del Tiempo Ordinario, (Mt 5, 21-43).
Os propongo contemplar el evangelio de hoy desde la mirada de los discípulos. Podemos imaginarlos acompañando a Jesús, mirándole atentamente y queriendo aprender de Él. Perdidos en la multitud que los rodea, se mirarían entre sí abrumados por tanta gente a la que atender. Alguien se acerca entonces a Jesús con una petición urgente: “mi hija se muere”. El Maestro, conmovido por la fe que desprende la mirada de Jairo, decide acompañarle a su casa. Aunque caminan a paso ligero, la multitud les sigue. Un gesto tan sutil como alguien que toca el borde de su manto debería haber pasado desapercibido. Sin embargo, Jesús se detiene. Intuye en aquel gesto una fe profunda y busca a la persona que lo ha tocado.
Mientras tanto los discípulos, preocupados por el tiempo, pensarían en la hija de Jairo. Antes de llegar a la casa, reciben la noticia de que la niña ha muerto. Pero Jesús no desiste. Sigue el camino y pide que le acompañen sólo tres de sus discípulos. Parece que quiere mostrarles algo. Cuando ve a la niña, le susurra unas palabras que hacen que ésta se despierte de lo que parecía haber sido un sueño. Todos quedaron “fuera de sí, llenos de estupor”. Así termina la escena… Supongo que Pedro, Santiago y Juan volverían a casa preguntándose: ¿qué habrá querido enseñarnos hoy el Maestro? Y en su corazón repasarían la compasión de Jesús ante la petición de Jairo, su atención a la hemorroísa en el camino y su ternura con aquella niña.