El profesor de los Centros Teológicos y sacerdote Javier Guerrero ayuda a profundizar en el Evangelio de este domingo, XXVII del Tiempo Ordinario, (Marcos 10, 2-16).
Camino hacia Jerusalén, Jesús sigue enseñando. El evangelio de hoy recoge dos temas inconexos. Por un lado, presenta el tema del divorcio y, por otro, la actitud de Jesús ante los niños. Un Jesús que abraza y bendice a los niños, y los pone como modelo de acogida al Reino, que requiere la gratuidad y la sencillez de un niño, ya que en ellos se manifiesta el rostro puro de Dios.
Con respecto a las afirmaciones de Jesús sobre el divorcio, puede que, en el contexto actual, sus palabras molesten o escandalicen. ¿Por qué tanto fracaso? ¿Por qué tantas rupturas? ¿Por qué tantos miedos? La fidelidad, entre otras cosas, implica no ceder a la primera ni ahogarnos con las primeras olas que vienen de frente. Al contrario, las palabras de Jesús han de ayudarnos a seguir buscando razones para el encuentro, para el perdón, para el amor. Cada día vivido juntos, cada alegría y cada sufrimiento compartidos, cada problema vivido en pareja, cada satisfacción de los hijos, dan consistencia real al amor. Porque el amor, si se cuida, no se apagará nunca y, además, contará con la bendición de Dios. Si falla ese eslabón, se rompe la cadena.
Jesús nos invita hoy a los matrimonios y a nuestro mundo -mendigo muchas veces de ese amor fiel y transparente- a abrir nuestros corazones al amor verdadero, que es vocación y don de Dios, y a vivir nuestras relaciones como reflejo de ese amor que Dios nos tiene a cada uno de nosotros.