
El sacerdote y profesor de los centros teológicos diocesanos Francisco Castro invita a profundizar en el Evangelio de este domingo XVII del Tiempo Ordinario (Lc 11, 1-13).
Los discípulos de Jesús habían aprendido a orar desde pequeños. Sin embargo, viendo a Jesús orar, de hallaban ante algo nuevo. Nadie se dirigía a Dios con tanta confianza: “Abbá, Padre”. Comprendieron que en esto había algo distintivo del camino que habían comenzado: ser hijos de Dios y hermanos, eso era lo esencial. Y, por eso, orar con Jesús, como él, se convertía en un privilegio y una seña de identidad.
Para orar con Jesús, lo primero es entrar en su misma sintonía, en la onda del Espíritu. El Espíritu Santo por el que el Verbo se hizo carne, que ungió a Jesús y lo impulsa en su misión, nos hace conectar con las motivaciones profundas del mismo Jesús: “tu nombre, tu reino”. Que la gloria de Dios sea el fin de todo y su proyecto guíe nuestra voluntad. En seguida, como hijos que confían en su Padre, mostramos con humildad lo que nos hace falta, reconociendo que somos vulnerables y que todo lo esperamos de Él. Y lo pedimos unidos, otra condición para orar con Jesús: nunca solo “yo”, sino “nosotros”. Nuestra hambre, nuestros pecados, las injurias que sufrimos, las tentaciones que nos asedian. El Padrenuestro es modelo de oración cristiana, resumen de todo el Evangelio (Tertuliano). No basta recitarlo de memoria para captar su sentido. Reclama ser orado con el mismo Espíritu de Jesús, en clave de profunda humildad y de compromiso misionero, en medio del palpitar de la vida y de la historia.