
El sacerdote y profesor de los centros teológicos diocesanos Carlos Acosta invita a profundizar en el Evangelio de este domingo XVIII del Tiempo Ordinario, Lc 12, 13-21.
Vivimos rodeados de casos de corrupción que, aunque nos parezcan lejanos, nos invitan a reflexionar sobre la presencia de la codicia en nuestra propia vida. No es exclusiva de los poderosos; afecta a todos los niveles sociales y puede envenenar relaciones familiares, laborales y sociales, generando conflictos, desconfianza y frustración.
Tendemos a proyectarnos a través de nuestras posesiones económicas y sociales como si aquello que retenemos nos diera futuro y seguridad, pero olvidamos que el valor de una persona no está en su éxito social y económico. La codicia, incluso, puede disfrazarse como deseo de servir, pero en el fondo nos encierra en la búsqueda egoísta de reconocimiento y poder. La felicidad que buscamos no se paga con poder y dinero, a no ser que creamos que son el dios que todo lo puede.
Jesús nos alerta sobre sus peligros, invitándonos a mantenernos vigilantes para así ser libres de las apariencias, esperanzas y aspiraciones desmedidas.
Librarse de la codicia nos convierte en personas más auténticas, capaces de generar unidad y generosidad, priorizando siempre a las personas sobre los intereses materiales. Guardarnos de la codicia, en definitiva, nos ayuda a vivir siempre en paz y libres para el encuentro con Dios. Acumular ante Dios es hacer lo que hizo su hijo Jesús: perdonar, rezar, amar y construir el Reino.