
La profesora de los centros teológicos diocesanos María Ramos invita a profundizar en el Evangelio de este domingo, III de Pascua, (Jn 21, 1-19).
«Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos después de resucitar de entre los muertos». Podríamos deducir que ellos, sus amigos, “a la tercera” ya estarían abiertos a la realidad de que Jesús, el Resucitado, seguía presente en sus vidas; pero no, para integrar esa presencia divina necesitaban, necesitamos, estrenar un corazón nuevo, sanear de él todas las miserias que nos instalan en la oscuridad de la muerte para volver a la bondad primaria de la infancia donde abunda la confianza plena en el Padre.
Hacen falta ojos y corazón limpios de niño para, como el discípulo amado, “reconocer y comunicar” que Ese a quien los demás no acaban de identificar es el Señor. Dios, que nos conoce, armado de humildad y paciencia, se nos acerca infinitas veces para, si le dejamos, prepararnos la comida, ser nuestro pescado y nuestro pan partido y repartido hasta quedar saciados. Tres veces, también, pregunta Jesús a Pedro si le ama y le encomienda el cuidado de su rebaño. ¡Qué tentones somos! ¡Cómo nos parecemos a Pedro y cuánto necesitamos para empezar a caminar tras el Maestro! Inmersos en la Pascua, sigamos gozando de la vida del Resucitado en la que estamos entroncados por nuestro bautismo y dejemos de contar. La salida es inminente, Jesucristo nuestro Señor no titubea y, de un momento a otro, simplemente nos va a decir: Sígueme.