El sacerdote y profesor de los Centros Teológicos de la Diócesis de Málaga Manuel Jiménez Bárcenas ayuda a profundizar en el Evangelio del Domingo VI del Tiempo Ordinario.
¡Qué hombre más desobediente! Pues ¿no le había dicho Jesús que no dijera nada? Y él venga a pegar voces pregonando lo que había pasado. Claro que hay que ponerse en su pellejo: en el momento en el que descubrió una marca de lepra, el mundo se le vino encima. La enfermedad no sólo afectaba a su salud sino que lo obligaba a abandonar su vida, su pueblo, su trabajo, su familia. Le obligaban a vivir lejos de todo y de todos, en las periferias. Pero a las periferias también llega el anuncio de la Buena Noticia. Y este hombre comienza por romper la obligación de estar apartado de los demás, saliendo de la periferia para acercarse a Jesús. ¡Qué hombre más desobediente!
Pero ¿y el otro? ¿Y Jesús? La Ley prohibía acercarse a un leproso y más, tocarlo. Que quieres curarlo: pues dilo y ya está. ¿Por qué tocarlo? Pero es que Jesús sabía que ese gesto encerraba, no sólo la curación, sino la restitución de toda una vida. Lo normal es que el sano, al tocar al enfermo, quede contagiado de la enfermedad. Pero Jesús, al tocarlo, contagia salud al enfermo. Y con la salud le devuelve su vida: ya puede volver a su pueblo, a su trabajo, a abrazar a sus seres queridos… ¿Se va a quedar callado? Si Jesús se acerca a tu pecado y te llena de pureza, ¿cómo no vas a pregonarlo por todas partes? Así deberíamos salir del confesionario, dando voces de alegría y anunciando que Jesucristo nos ha contagiado de vida.